Como está el panorama, las opciones se reducen.
Por ello, una de las opciones más seductoras –y no por ello, menos sensata- sería dejar de ignorar nuestro entorno. Los paquetes vacacionales han democratizado, qué duda cabe, el viaje, pero en algunos casos han convertido el mundo en un parque temático donde todo es tópico y calculado, lleno de postales previsibles. El viaje, que un día fue un arte, ha cedido parte de su componente de aventura, globalizando incluso los destinos más remotos
El elemento exótico está a menudo “amañado”, y se presenta ante nuestros ojos como una impostura, cuando no, en una burda atracción de feria.
Este relieve impresionante y feroz a orillas del Mediterráneo esconde zonas rurales aparentemente ancladas en el tiempo y playas kilométricas razonablemente vírgenes. Kábilas, té a la menta, contradicciones, caos y el misterio propio de la esencia africana. Todo eso y mucho más es el Rif.
Beni-Enzar es el pueblo que hace frontera con Melilla, único puesto fronterizo donde se pueden sellar pasaportes, y única entrada, por tanto, para los no residentes en Melilla. Fue una apacible aldea hasta que las circunstancias administrativas de la Unión Europea transformó el ritmo de una frontera doméstica por el trasiego incesante de un paso transcontinental. A continuación encontramos Nador, un símbolo del Protectorado Español en Marruecos. Ni rastro de arquitectura árabe en sus calles; ni medinas, ni kashbas. Nador es feísmo, siglo XX en estado puro y una extenuante luz que mira a Argelia. Vibrante y promesa eterna de desarrollo permanente, de Nador nos llama la atención un atisbo de Art Decó en su casco antiguo.
La primera playa que nos encontramos al cruzar la aduana es la Bocana, uno de los dos brazos que forman la laguna de la Mar Chica, una albufera de agua salada que mide unos 115 kilómetros cuadrados, con una profundidad máxima de ocho metros. Muchos geólogos y expertos urbanistas comparan el paisaje de la Bocana con el de la Manga del Mar Menor antes del desarrollo urbanístico de esta playa murciana. En la orilla interior está la ciudad de Nador y una suerte de monte-península que se llama Atalayoun y que acogió la base de hidroaviones Do-Wal, pieza clave en los sucesos de la Guerra Civil española. La laguna tiene forma semicircular y está separada del Mar Mediterráneo por dos franjas de arena. Una de ellas mide doce kilómetros y medio y se llama Aljazeera o Al Yasira, que viene a significar isla en árabe. La otra franja mide unos diez kilómetros de largo.
Es la que se conoce como Boukana, transcripción de la palabra española Bocana, es decir, un paso estrecho de mar que sirve de entrada a una bahía o fondeadero, que es exactamente lo que es. En la actualidad existen aún criaderos de marisco. La Bocana no está urbanizada, no hay carreteras, ni electricidad ni canalizaciones de ningún tipo. Hasta hace veinte años era una zona de pescadores que vivían en cabañas de adobe. Varias generaciones de melillenses han crecido entre las playas de la Bocana. Familias enteras, grupos de amigos, alquilan casitas a precios módicos, equipadas con las comodidades básicas –agua, luz- que consiguen con motores que funcionan de forma autónoma. La Bocana forma parte del mapa romántico de los melillenses
Sigue siendo un lugar donde pasar algunos fines de semana en primavera, verano y principios del Otoño y cambiar de aires en un entorno idílico, un pequeño paraíso, al inicio del cual existen chiringuitos que sirven pescadito frito, pinchitos, kefta y refrescos. La flora y la fauna se conserva casi intacta, con un humedal al principio de la laguna donde pasan el invierno diversas aves, sobre todo flamencos y garzas. Las dunas, la fina arena y el mar abierto sigue siendo un enorme potencial para una zona protegida a muy pocos kilómetros de Melilla. De hecho, muchos visitantes llegan andando. La luz de los amaneceres y los atardeceres adquiere matices inverosímiles proyectados en la arena. Ni en los días de mayor afluencia del verano se colapsa la playa.
Más al sur, dejando atrás Nador y la Marchica, hay una ciudad de veraneo llamada Kariat Arkmane (conocida como Karia) y desde la que tendría acceso a la otra laguna de tierra. Hay buenos restaurantes a pie de arena y es todo lo pintoresco que cabe esperar de una playa pública que observa el decoro que impone la religión, pero lo concilia con ese punto sibarita y voluptuoso que tiene la cultura marroquí. Siguiendo en dirección a la frontera de Argelia nos encontramos con Cap de l´Eau (Cabo de Agua en español o Ras el Ma en árabe). Famoso por sus melones y langostinos, los restaurantes del puerto ofrecen un verdadero festín de pescado fresco. Apenas se sale de la ciudad fronteriza con Argelia, Saïdia llama la atención un puerto deportivo de corte marbellí y de nueva construcción, donde no falta una sorprendente escena de tiendas de lujo, con todas las marcas y yates amarrados. La visión supone toda una declaración de intenciones para esta zona limítrofe con Argelia, antes abandonada y ahora llamada a ser un polo de atracción turística de lujo, resorts y tiendas de productos exclusivos. Saïdia ofrece una amplia oferta de hoteles lujo a pie de playa. El resto de playas que se suceden entre Cabo de Agua y la frontera de Argelia poseen una belleza extraordinaria
La capital de la esta región, Nador, fue una somnolienta y coqueta villa, casi desconocida, desde el momento de su fundación en 1908 en manos del Protectorado Español en Marruecos. Sus ejes principales fueron un boulevar principal que desemboca en el Ayuntamiento, una zaouía y la corniche o paseo marítimo. Nador se aleja del cliché de ciudad marroquí compuesta por una medina árabe y una nueva zona colonial de lujo a menudo concebida para los ojos del turista. Sin embargo, es hoy una urbe emergente desde el punto de vista financiero e industrial. Alberga comercios de todo tipo y una interesante escena gastronómica con restaurantes de diseño que han proliferado en el Nuevo Nador, con el que la ciudad aspira a atraer a visitantes y viajeros que buscan otro tipo de viaje. Los zumos y los batidos que se sirven en las nuevas cafeterías de vanguardia que conviven con los viejos cafetines bereber son otro de los atractivos de la ciudad. Y por supuesto, no hay que irse sin disfrutar de un día de compras en su particular zoco. No obstante, no hay que dejarse engañar por las apariencias, como casi todas las ciudades de Marruecos, todo es muchísimo más interesante detrás de cada puerta. Pueden testimoniar que no se repara en excéntricos lujos aquellos que han sido invitados a alguna fiesta celebrada en algún chalet de Nador Jdid. Una ciudad excitante, como todo lo auténtico.
Melilla y Nador comparten el litoral de levante de la península de Tres Forcas. En la parte de poniente, empezando por el norte, Charrane, hasta el sur, Sammar, se suceden una playas más recomendables. La cala de Charrane está, como casi todas, en la desembocadura de un río que, en este caso, atraviesa prácticamente el cabo. Fue una de las primeras playas en tener un asentamiento de familias españolas, como atestiguan numerosas cintas grabadas en super ocho en la década de los sesenta. Una roca que se adentra en el mar domina el paisaje; allí, un cafetín multifuncional sirve a los pescadores para reparar y almacenar enseres. A unos cien metros de la sobresale una roca que goza de gran prestigio entre los niños descubridores de “islas del tesoro”. Poco más al norte y antes de llegar al cabo de Tres Forcas se encuentra la cala Tramontana, que no es un mito, existe de verdad, aunque solo se puede acceder en barco o a pie. Quienes la han pisado afirman que la arena es blanca y extremadamente fina.
Bajando hacia el sur están las calas de Taxdir. A una de ellas se la conoce como la cala de la Barca, porque hay una zodiac semirrígida y semienterrada en la arena. Tiene un cafetín de playa que sirve pinchos, sardinas, patatas fritas y te con hierbabuena. Ya cerca de la orilla se alquilan chambaos de caña por 3€ (30 dirham). El diseño es austero pero en verano se puede dormir en ellos. Existen algunas playas más en Taxdir, las más conocidas son las calas del Oro y la del Pirata. Esta última desata la imaginación de muchos, que celebran ritos convencionales pero añadiendo pirata como adjetivo, sirva como ejemplo “boda pirata”. Manteniendo el rumbo hacia el sur se llega al Cabo Chico, que ofrece comodidades en un entorno privilegiado.
Finalmente en la desembocadura del Río Kert, nos encontramos la playa de Sammar. La playa más bonita de la tierra, según Dani, un melillense imprescindible, quien, como otros viajeros incorregibles, nació sabiendo que lo importante no es llegar, sino ir.
De todos estos sitios se puede regresar a Melilla el mismo día de la partida. Muchos, por no decir todos, merecen el detenimiento y la contemplación de al menos unas horas. Pernoctar o no es una elección que presenta todas las garantías de seguridad.
A pesar de sus montañas, el Rif suele mostrar un paisaje de horizontes generosos. Durante el Mioceno superior (hará unos 26 millones de años) hubo una intensa actividad volcánica que salta a la vista tanto en el Cabo Tres Forcas como en el Monte Gurugú. La vegetación típicamente mediterránea contrasta con ese panorama tan agreste. Sin embargo, las experiencias más particulares te las ofrece el paisaje humano.
En realidad, en el Rif Occidental, de Tetuán hasta Chauen, la población es étnicamente bereber y de lengua árabe. La mayoría de los rifeños viven en zonas rurales de las regiones orientales, entre Alhucemas y Nador, donde todavía quedan pueblos que han permanecido inalterables frente a las colonizaciones española y francesa y a la marroquinización. No hay kábila, por más precaria que sea, que no ostente con orgullo su parabólica. Ni aldea por más desamparada que parezca, que no tenga una “teleboutique”, establecimiento a medio camino entre un cibercafé y un locutorio. La telefonía móvil e Internet gozan de gran prestigio. En general todo lo que les aporte información y les conecte al mundo. Los rifeños son vitales, les encanta la tecnología punta y son unos actores magníficos que le imprimen a todas sus relaciones una teatralidad no necesariamente interesada y siempre llamativa. Si se asume esa “puesta en escena” como un rasgo peculiar de su temperamento, son cariñosos, extremadamente hospitalarios y llevan el ritmo en la sangre y en el cuerpo. Les encanta hablar y relacionarse con gente distinta y remota.
La aventura y el viaje en sí son dos de las razones que acabamos de esgrimir, pero hay más: vivir otra realidad y desconectar de la cotidiana, sentir vibrar cierta sensación de libertad, buscarnos, encontrarnos o perdernos; descubrirnos; asumir que no se puede huir. Vivir el instante, ampliar nuestro mapa mental. Y naturalmente divertirnos, divertirnos mucho.
Por Sergio Ramírez
Fotos JOSÉ ABAD y Jaume Amills