Miami y el sexo
Por Juan Carlos Trinchet
El desarraigo es una cualidad intrínseca del exiliado. Cuando tus raíces se resquebrajan, secas y amorfas, tu alma pierde el color. Asume así, ir dando tumbos, de puntillas por el mundo, cual bailarín ebrio en un escenario desvencijado; urdido con luces de neón maltrechas y aullidos de almas proscritas entre nubes de entrecortada tristeza patológica.
El avión asciende. La melancolía tapiza todos los asientos con un cuero de bestias rotas que devoran sus propios hijos, felices de no devorarse a sí mismas. El olor a muerte lo inunda todo cual perfume chillón que ameniza cualquier cadáver que se pudre en no sé sabe cuál morgue de Centroamérica. Mi esperanza se estira como cinturón de seguridad para sostener a un pobre ser humano sin patria que se diluye en un vaivén de nubes ácidas y luces rotas perplejo ante su propia insignificancia. Noventa millas de estupor separan mi archipiélago, del Norte; oscuro y brutal. Noventa millas es todo lo que tengo. Hoy, en este cacharro con alas de Cubana de Aviación ya empiezo a respirar los efluvios de un inmigrante en ciernes, tristón y desamparado, frente a sus propias elucubraciones tardías y supurantes que canturrean de paso, el Ocaso de los Dioses de Wagner, con un acento espeso de isleños desmembrados por el exilio.
La limonada está caliente y la acidez que me corroe por dentro se diluye en cada sorbo, en un fluir enigmático de agua con azúcar prieta y limones recogidos demasiado pronto. Mi compañero de viaje, Yordanis, es un joven veinteañero que por ser dicharachero me ha conquistado a mí y a toda la tripulación femenina gracias a piropos dulzones y a unos ojos nacarados con la artesanía de un Dios salvaje. Mentón de escándalo con barbita recién cortada y un lunar hermoso cerca de la comisura de los labios completan un rostro armonioso con mediterráneas iridiscencias de un sutil mestizaje volcánico. Sin embargo, lo más delicioso de su anatomía eran sus piernas con muslos jugosos y soberbias pantorrillas velludas talladas con un cincel deleitoso, durante años de práctica incesante de ballet clásico. Yordanis descubrió la danza de pequeño cuando su abuela le ponía en medio de las exultantes danzas afrocubanas donde los seres se revuelven entre vítores y los tambores lanzan ecos de yoruba, carabalí, bantú, abakuá y arará. Yordanis ingresó con 19 años en la compañía de danza contemporánea que capitaneaba Marisel Godoy en la ciudad de Holguín y con 21 años ya estaba viajando por todo el mundo hasta que decidió afincarse en Miami con la venia de la compañía Miami Peter London Global Dance Company donde ostentaba ser El primer Bailarín de la Compañía. Tenía tatuado el rostro de Castro en su bíceps izquierdo y la medusa de Versace en su muñeca derecha; las iniciales de su abuela cerca del corazón y un monigote azul y deformado que ni él mismo reconocía, en algún lugar de su cuerpo que no alcanzo a recordar. Iba de Versace de pies a cabeza, incluidas finas joyas de oro y en su muñeca derecha brillaba un Rolex de segunda mano. Me confiesa que el único sueño importante de su vida ha sido irse pa’la yuma y por eso se le ve pletórico, y bebe como agua todo el ron que le ponen por delante. Me cuenta todos los detalles de su vida y en su ebriedad, se torna vulnerable. Es entonces, cuando mi conciencia lasciva se dispone a relamer sus atributos de hombre insensato cual niño que relame su piruleta fálica años después, en su adultez menos enfermiza. Desconecto y me hago el dormido. Holguín se aleja, y la tierra prometida se acerca, yo en medio, como un zombi flacucho entre ambos mundos. El avión desciende con dificultad entre crujidos de metal y extraños vientos. Un aplauso ensordecedor e inesperado lo invade todo. Estamos en Miami.
Nunca soñé con llegar a Miami. Soy un exiliado atípico, casi enfermizo, que se recrea en el dolor de un apátrida desnudo ante las corrientes del Golfo. Por eso decidí desdramatizar y hacer un viaje distinto harto de ver el mundo por un filtro de turbias aguas y centellas de nube victimizada. La crucial diferencia sería Yordanis, Aníbal y la temática, algo más burlesca y canalla.
Me hospedo por pura casualidad en el único hotel gay de todo Miami Beach. El hotel Gaythering tiene todo lo que necesitas para disfrutar de tu estancia. Para empezar caigo de bruces en una librería de culto donde puedes hojear libros de William Burroughs, Lorca y Truman Capote. Más tarde, me detengo en un restaurante-bar de comida cubana regentado por una cubana obesa que se vino a Miami en los años del Mariel y que regala tamales con carne de puerco los miércoles para fidelizar a la clientela. Los sábados compiten con Palace invitando drags extravagantes que una happy hour night mestiza y salsera con un pequeño cuarto oscuro operativo a partir de la media noche al lado de la nevera de Pepsi-Cola. Está ubicado en la calle 1409 Lincoln Rd de Miami Beach muy cerca de la plaza comercial Lincoln. Allí podrías tomarte un pequeño tiempo para comprar ropa playera que sea sexy, lubricantes de sabores, dildos gigantescos con textura realista e incluso contactar con camellos dispuestos a darle sabor a tu vida. Una vez acabadas las compras, podrías dirigirte al Ocean Drive para disfrutar del sol y la playa y dejarte curiosear por una suerte de fauna sedienta de sexo y conocer de paso gente interesante como Aníbal amigo de Yordanis, el colega que conocí antes, durante el vuelo (con felación incluida en los lavabos, fluidos también incluidos) y cuya vulnerabilidad nos hizo amigos.
Nos convertimos los tres en colegas gracias a una complacencia voluptuosa y febril que no hubo manera de pasar por alto. Asumí que debía confiar en la bondad de los dos desconocidos y esa misma noche quedé con ambos para dar una típica vuelta por Lincoln Rd. Aníbal era un nómada roto que se ha hecho a sí mismo como yo, con la diferencia de sus ojos cerúleos, su inglés cerrado y sus incontables centímetros fálicos. Aníbal estuvo 308 días en un hospital de Wyoming. Los captores del odio lo dejaron medio muerto al quitarle el espray para el asma que padecía desde pequeño mientras le ponían una bolsa negra de basura en la cabeza hasta llegar a una hipoxia que desencadenó en un coma transitorio; sin que nadie pudiese nunca identificar a los responsables, porque mucha gente poderosa empezó a culpar a Aníbal por su fatídico destino. Fue un escarmiento por ser maricón que vino precisamente de sus amigos heterosexuales. Aníbal tuvo inflamación cerebral por falta de oxígeno y ahora hablaba poco y padecía una enfermedad neurológica muy rara; el síndrome de Susac, que le obligaba a estar de por vida con corticoides e inmunosupresores. Aun así, Aníbal mantenía intactas sus apetencias sexuales y seguía adicto al GHB, de hecho, cuando nos conocimos, me comió la boca a los cinco minutos y como un loco colocado, me penetró y se corrió dentro a raudales sin pudor, delante de Yordanis, mientras este, fisteaba sudoroso a un centroamericano depilado que no paraba de sangrar y pedir que le dieran puño sin lubricante. En aquella cabina melcochosa con luz roja de casa de putas, empezaron a desfilar con cierta parsimonia infinidad de hombres cada uno según su función amorosa. Todo esto ocurrió después, en la sauna a la que fuimos a posteriori, antes que Yordanis y Aníbal se quedasen dormidos.
Aníbal medía metro noventa, llevaba la estrella de David tatuada en su glúteo derecho y rondaba los veinticinco años. Mentalmente, con el paso de los años tenía una discapacidad creciente que supo superar esculpiendo su cuerpo macizo con un largo historial de prácticas de calistenia. Aníbal descubrió la calistenia cuando los médicos le diagnosticaron la grave enfermedad neurológica que padecía. Mientras se hacía encima pis y caca en una cama del Hospital de Wyoming decidió soñar que hacía grandes piruetas con las barandillas de la cama, y en grandes saltos escapaba por la ventana deslizándose agarrado al porta sueros no sin antes colisionar con los cristales de la ventana cerrada que ya hecha añicos, sembraba astillas afiladas en todo su cuerpo. Después de 308 días Aníbal decidió vivir y recuperó de manera paulatina sus facultades a pesar de que su hermana del alma le restregaba en la cara, los recibos del alto coste de su estancia en el hospital, mientras él recuperaba a duras penas, la conciencia de sí mismo. Tuvo que volver a reaprender. Ese reaprendizaje le llevó a su cuerpo a ser elemento sanador de su mente. Al menos podía aún eyacular al lado de su compañero de habitación, cuando le venía un momento de lucidez. Las enfermeras hacían la última ronda en sexta planta del hospital a las 12 de la noche y entonces Yordanis que sufría una crisis de la enfermedad de Graves, se colaba en la cama de Aníbal y se restregaban las pollas y se pasaban la noche dándose besos mientras cuidaban que los sueros no se desconectaran de sus venas maltrechas. Después de recibir el alta, ambos se hicieron grandes amigos.
Los espectáculos valen mucho la pena en Palace. Las Drag Queens se entregan en el escenario con sus performances brillosos y sus indecisos vestuarios en medio de un calor húmedo y sofocante de cancaneo constante. El público es variado en edad, género y orientación sexual. Es muy divertido para cenar o el brunch. Los precios por bebida y alimentos están acorde a un lugar en la playa, y sorprendentemente el sabor y calidad es muy bueno para un bar donde el cruising es propicio y constante a diferencia del cruising estéril de la Casa de Campo donde te mueres de sed con 40 grados y te tragas la leche de desconocidos por inercia. Palace se convirtió en un grato descubrimiento para mí. En un descuido, me vi haciendo cruising con aire acondicionado junto a un eficiente mesero colombiano, un inglés de mediana edad casado con una colombiana bisexual y un francés nacionalizado cubano en los baños de empleados a los que nadie iba porque olían a esencia de eucalipto, había que poner una clave de cinco dígitos que nadie recordaba y las luces automáticas se apagaban indistintamente según ciertos sensores libidinosos que yo no podía controlar. Fue algo rápido y reconfortante, no faltaron los fluidos. Salimos de Palace porque se llenó de ricachones viejos y babosos. Yordanis le comió la boca y el culo a Aníbal y yo les hice a ambos una felación grupal en una esquina oscura que nos pareció propicia. No faltaron los fluidos que luego aprovechamos en un beso grupal de cinco minutos. Seguimos dando tumbos hasta que nos dimos de bruces con la verja de una mansión situada en 1116 Ocean Drive.
De golpe, recordé el artículo que escribí hace dos años para la revista Urban Beat acerca del oscuro final de Gianni Versace. La policía dictaminó que Cunanan se suicidó con la misma pistola que usó para matar a Versace y además supo que el asesino había estado en su casa dos días antes. Su primera víctima mortal fue su amigo y antiguo cliente Jeffrey Trail, un ex oficial naval de EE. UU. Cunanan; hombre blanco gay, golpeó a Trail hasta la muerte, asesinándolo a martillazos y cuyo cadáver luego envolvió en una alfombra persa y metió en un armario de un apartamento del loft que pertenecía a David Madson, su siguiente víctima. La segunda víctima fue su examante, el arquitecto David J. Madson, quien fue encontrado en la orilla este del lago Rush cerca de Rush City, Minesota el 3 de mayo de 1997, con heridas de bala en la cabeza y espalda. La policía reconoció la conexión cuando el cuerpo de Trail fue hallado en el desván del apartamento de Madson en Mineápolis. Posteriormente, Cunanan condujo a Chicago y mató a Lee Miglin, de 72 años, un prominente promotor inmobiliario, el 4 de mayo de 1997. Miglin había sido torturado y atado con cinta adhesiva en sus manos, pies y envuelto alrededor de su cabeza. Luego fue apuñalado 20 veces con un destornillador y se le cortó la garganta con una sierra, para luego robarle sus objetos de valor. Cinco días después, Cunanan, que se llevó el coche de Miglin, un Lexus de color verde modelo 1994, encontró a su cuarta víctima en el cementerio nacional de Finn’s Point, donde asesina al vigilante William Reese, de 45 años, el 9 de mayo de 1997, aparentemente para robar su camioneta roja, y dejar abandonado el coche de Miglin. La mañana del martes 15 de julio de 1997, Cunanan asesinó al diseñador de moda italiano Gianni Versace; hombre blanco gay, de 50 años, después de que este diera un paseo bajo el sol de Florida. Cuando Versace regresaba a su casa con la revista Vogue bajo el brazo, y se disponía a abrir la enorme puerta metálica de su mansión; Cunanan le disparó dos veces en la parte posterior de la cabeza. Los reporteros se arremolinaron como buitres y hasta hicieron fotos de la sangre de Ganni que dado el calor intenso de Miami ya estaba reseca en el asfalto (crónica de la muerte de Gianni Versace según los medios de la época) ¿Versace ó Cunanan? Habría interpretado mejor a Cunanan, me es incompresible la muerte de Gianni. Nunca estuve orgulloso de este artículo, fue un trabajo por encargo.
Aníbal seguía en modo inglés, Yordanis se había quitado sus calzoncillos usados y me los había regalado en su afán de complacerme, y los tres, ebrios y colocados, decidimos terminar la noche en la sauna más cercana. Decisiones precipitadas en momentos deliciosos. Aníbal me alertó con google traslator de que las saunas en Miami eran más sosas, casi intrascendentes, comparadas con las europeas: donde el éxtasis líquido GHB lo salpicaba todo en un ambiente distendido con efluvios de Popper y venas encontradas por la mefedrona…. Situada en mi propio hotel, nada podía ser más práctico, por tanto, todo se redujo a ir dando tumbos agarrado de Aníbal y lamiendo el cuello de Yordanis que se empeñaba en hablar en un inglés que yo no entendía. Me limité a toquetearle a fondo en plena calle. Volvimos a dar de bruces con una puerta escondida, sin nombre aparente y con un portero automático. Estamos dentro. Huele a lejía con eucalipto y a semen de varios días. Hay una luz roja y la gente se mueve. Nos metemos en una cabina de colchón melcocho y rala luz color hiel y allí, Yordanis y Aníbal se quedan finalmente dormidos así que, termino el día sin correrme. Hay cierta satisfacción de viaje sin retorno, de turbulencia algodonosa y de libertad necesaria tan adentro, que sonrío y con resaca termino de hacer la maleta, y me voy sin lavarme los dientes al aeropuerto. Aníbal y Yordanis siguen dormidos. El aeropuerto está conmigo y reconozco inmediatamente el olor macilento del desarraigo. El desarraigo es como un exótico perfume con extrañas notas de fondo. Estas notas no se percibirán al principio, sin embargo, serán las más largas y las que servirán de base para el aroma. En ocasiones, se notarán tras aspirar profundamente. Son las que más tiempo perduran, pueden persistir en la piel por un día completo o en tu alma durante años. Soy consciente de mi condena así que me integro a mi avión desvencijado y busco mi asiento al final del pasillo, al lado de los lavabos. Me siento como el héroe de las mil caras que psicoanaliza su propio mito. El avión asciende.
Ilustraciones de Chema Perona