Por José M. Diéguez Millán.
Tanto la ciudad de Kochi como el estado indio de Kerala, son un apetecible destino. Sería un acierto viajar allí el próximo otoño-invierno, si las condiciones pandémicas lo permitieran. Estuvimos en la anterior edición de La Bienal de Kochi-Muziris y os hemos seleccionado unas cuantas fotos y algún vídeo.
Nadie sabe con exactitud dónde está Muziris. Ni los arqueólogos, ni los historiadores… Nadie. Este puerto perdido de la costa malabar, que existió desde el siglo I a. C. (o previamente), se citó en algunos poemas de los bardos tamiles y en diversas fuentes literarias clásicas. Fue parte de la Ruta de la Seda y el más importante punto de comercio de especias en la época grecorromana… Y se esfumó.
Me desplacé desde Fort Kochi a Pattanam e indagué en unas recónditas excavaciones. Alguna vasija, diversas monedas, varios frascos de vidrio, un par de estatuillas… Esto es todo lo que vi de Muziris, sin ni siquiera poderos asegurar que esos objetos pertenecieran alguna vez a tan mítica ciudad. Parece ser que unas inundaciones acabaron con ella, para siempre, en el siglo XIV.
Pero, en mi opinión, existe la Muziris de hoy. Del mismo modo que una erupción del Vesubio acabó con Pompeya y se creó en sus inmediaciones una Nea Polis (Nápoles), veo en Fort Kochi a la descendiente de la desaparecida Muziris.
Paseando por su puerto, me perdía entre múltiples pabellones que se utilizaron para el almacenaje de especias, o para el lavado del jengibre, o para fabricar jabones.
Estos negocios entraron en declive y, algunos, fueron abandonados durante el siglo pasado. Unos se reconvirtieron en cafés, restaurantes, boutiques, tiendas de productos típicos… Otros permanecieron cerrados, dormidos, esperando a ser reabiertos para albergar, en sus inigualables espacios, las exposiciones y eventos de la Biennale.
En la ceremonia de inauguración intervino una orquesta tradicional de unos cien músicos −vestidos con sus tradicionales dhotis−, cuyas trompetas, tambores y platillos sonaron, ascendiendo gradualmente el volumen, hasta que su música llegó a ser prácticamente ensordecedora en el momento de la llegada del ministro de cultura indio y del embajador de Alemania, entre otras personalidades. Aún se me eriza el vello al recordar aquellos instantes. Y esto solo era el comienzo: me esperaban continuas emociones a través del arte, que fue expresada de todas las maneras que podía imaginar. Estoy mintiendo: no en todas las imaginables por mí, sino en muchas más otras formas, vi arte. Doy gracias a los ingeniosos creadores que participaron.
Intentaré ser capaz de describir, a modo de muestra, algunas instalaciones que admiré: desde una exposición de prendas con estampados inspirados en las lesiones propias de diferentes enfermedades cutáneas, hasta una película rodada bajo el agua y proyectada en una sala inundada en la que, mientras veía el filme, tuve las piernas sumergidas hasta las rodillas.
¿Imagináis todo lo que puede caber entre esos dos ejemplos? Yo opino que no; sin ánimo de ofender.
Más creaciones:
-Un montaje en el que la paja sobrante tras cosechar el arroz fue empleada para modelar esculturas en medio relieve, dedicado a los cultivadores de este cereal que perdieron sus tierras el año 2018 por unas riadas
-Las salas de un almacén cuyas paredes, suelos y techos fueron pintados de tal manera que se observaban −desde un punto concreto− figuras geométricas perfectas, imperceptibles desde cualquier otro lugar de la estancia; algo similar a lo que compusiera Ibarrola en su bosque.
-Microteatros, conciertos, cine nocturno en un auditorio construido con ramas…
La Biennale: 138 artistas de 32 países, además de exposiciones y eventos satélites.
Y Kerala: atardeceres, ayurveda, manjares, yoga, playas…
Combinación inmejorable.
José M. Diéguez Millán es autor del libro ESTE
Instagram: @josedieguezmillan
Facebook: José Diéguez Millán.