En Los Gondra, Borja Ortiz de Gondra nos hablaba de su familia y de él mismo. Y, adentrándose en la particularidad de sus recuerdos más íntimos, de sus sentimientos más personales, alumbraba los nuestros.
“Mis obras siempre nacen de un dolor o una herida. En este caso concreto, Los últimos Gondra, surge de pensar que si yo hubiera tenido hijos cómo vivirían esta situación. Me he imaginado algo que no es real, mi propia muerte y la paternidad de dos chicos gemelos, para indagar en las dos posturas enfrentadas que hoy veo a mi alrededor en el País Vasco y que me provoca una enorme estupefacción. Hay jóvenes a los que no les importa lo que vivimos una generación como la nuestra, marcada por la violencia y una sociedad en la que no nos atrevíamos a mirar al otro, y otros que hablan con mucha frivolidad de lo que sucedió y reivindican en plan romántico la lucha armada y el pasado violento”, asegura el autor.
Sinopsis Los últimos gondra.
En una noche alucinada, Borja, encerrado en la casa ancestral de los Gondra, recuerda, sueña o inventa el momento de su muerte, rodeado de antepasados vengativos que le reprochan lo que ha hecho con la memoria familiar. ¿O son solo fantasmagorías del escritor ante la noticia más inesperada que podía recibir? Aquel a quien siempre reprocharon “no serás un verdadero Gondra hasta que tengas un hijo” ha descubierto la existencia de dos hijos gemelos de los que nada sabía: Iker, un activista que pronto saldrá de la cárcel reivindicando la lucha política, y Eneko, un escultor que vive en el extranjero sin preocuparse de pasados heredados.
En el mundo cerrado de Algorta, una generación de jóvenes busca su propia vía: Edurne, que se arrepiente de haber comenzado una nueva tumba y una nueva tradición; Claudio y Martina, una pareja formada por el hijo de quien tuvo que irse y la hija de quien seguramente tuviera mucho que ver en esa huida. Pero también hay miembros de la generación anterior atados al pasado: Blanca, que regresa por primera vez desde que tuvo que huir; Uxue, que expía sus culpas propiciando encuentros reparadores entre antiguos enemigos; Imanol, viudo de una activista aferrado a la pérdida.
Rodeado de esos jirones de memorias, Borja deja su propia herencia envenenada a quienes vienen detrás: una casa centenaria, un manuscrito de novela sin terminar, sus propias cenizas. Su viudo, sus hijos y una extraña ciega que teje cestas habrán de decidir cómo se llega al silencio final.