Entre las estanterías de supermercado y las playlists de Spotify: cómo el mercantilismo contemporáneo domina lo que comemos y escuchamos, gracias al algoritmo
En el mundo contemporáneo, consumir ha dejado de ser una necesidad biológica o una elección estética: se ha convertido en una pulsión estructurada, dirigida y explotada por un sistema solapado que busca la rentabilidad a través de la saturación. Tanto en la industria alimentaria como en la musical, se ha impuesto un modelo en el que la abundancia artificial de opciones, el dominio de los intermediarios y la búsqueda de rentabilidad a ultranza configuran un entorno donde lo que parece diversidad es, en muchos casos, una repetición enmascarada de lo mismo. Cada producto pugna por un lugar en el carrito del consumidor a golpe de empaques llamativos y estrategias de marketing que rozan la saturación sensorial, todo mediado por el algoritmo. ¿Cuántas de esas marcas son realmente independientes? ¿Cuántas pertenecen, en realidad, a los mismos tres o cuatro conglomerados multinacionales? Lo mismo sucede al abrir una plataforma de música en streaming: millones de canciones, artistas nuevos cada semana, playlists para cada emoción. Sin embargo, detrás del escaparate se esconde un aparato algorítmico que produce, selecciona y posiciona contenido según criterios de optimización de beneficios, no de calidad o diversidad cultural.