La Flotilla de la Libertad ha sido interceptada por las fuerzas israelíes en una dudosa zona de exclusión marítima, pero el pulso entre conciencia y poder nunca no podrá zozobrar
En el Mediterráneo, donde el azul profundo se confunde con la tensión geopolítica, la reciente intercepción de la Flotilla de la Libertad por las fuerzas militares israelíes en aguas internacionales, llamada de manera burda por el régimen de “zona de exclusión”, demuestra que los gobiernos internacionales insisten, en mirar para otro lado. Los hechos han reactivado un debate que trasciende fronteras y pone en peligro la vida de activistas pacíficos que llevan ayuda humanitaria a una región masacrada por Benjamín Netanyahu, que no da su brazo a torcer porque entiende que su razón absurda nace en el concepto más nefasto que podamos tener de la palabra genocidio. No se trata solo de barcos ni de voluntarios; es un acto simbólico que enfrenta la pulsión de activistas decididos a romper el cerco sobre Gaza y la respuesta férrea de un Estado que busca controlar cada acceso marítimo. En Madrid y Barcelona, ya se repiten concentraciones multitudinarias en contra de la detención de los integrantes de la Flotilla de la Libertad.