Durante tres meses, la región parisina se fragmenta en islotes efímeros, nodos que acogen exposiciones, espectáculos, intervenciones, conciertos y conversaciones públicas: pequeñas ciudades temporales que se atreven a soñar futuros no escritos. En cada una de ellas se ensayan relaciones nuevas entre la técnica y lo vivo, se cruzan los lenguajes del laboratorio con los del arte, y se plantan preguntas incómodas sobre una sociedad en mutación acelerada. Las artes digitales, lejos de ser espejismos luminosos, se convierten aquí en un territorio fértil para la especulación informada, la imaginación política y la sensibilidad crítica.
Némo erige, edición tras edición, un espacio suspendido en el tiempo, un lugar donde la experimentación puede permitirse una pizca de irrealidad para delinear la posibilidad de un mundo distinto —o al menos una forma distinta de pensarlo. Porque sí, una bienal dedicada al arte digital tiene la obligación de ser escéptica, de revelar los pliegues oscuros y los sesgos del presente, pero también de abrir ventanas por donde entre aire respirable. Los especialistas del futuro niegan el color de rosa, pero ¿quién decide que debamos renunciar a toda brújula? Wilde lo dijo con ironía y precisión: ningún mapa es digno si no reserva un espacio para la utopía.
Ese espíritu es el que reivindica la región de Île-de-France al celebrar esta bienal como un territorio para el ensayo: lugar donde las utopías se multiplican, se someten a tensión y, con suerte, encuentran su forma. Ya en 2021, un fin de semana consagrado a Blade Runner sentenció una verdad incómoda: el futuro, tal como lo soñábamos, se ha extraviado; pero el porvenir —ese margen donde aún cabe lo inesperado— sigue intacto. Al fin y al cabo, todo lo que hoy damos por sentado fue un día un imposible: pensar que la Tierra era esférica, asumir que gira alrededor del Sol.
Némo 2025 se apropia de ese impulso y lo convierte en programa. Programar, en su raíz etimológica, no es otra cosa que inscribir un mañana. Y aunque nadie pretenda jugar a adivino, esta edición elige un tono luminoso, crítico pero optimista respecto a las nuevas tecnologías, evitando caer en los dogmas vacíos de la innovación o en la propaganda edulcorada de las industrias creativas. ¿Es viable, hoy, abrazar una tecnoutopía sin rendirse al misticismo tecnológico? Tal vez la respuesta esté en la advertencia amable de David Lynch: mirad el donut, no el agujero. Elegir, en suma, el lado fértil de la ilusión.
Desmontar lo evidente, interrogar el porvenir cercano, examinar las quimeras digitales: ese es el envite de esta sexta edición, que ocupa más de una veintena de espacios asociados en pleno tejido urbano y en la geografía mental de los visitantes. En total, la Bienal reúne 59 eventos, entre muestras, conciertos, performances, obras inmersivas, conferencias y encuentros públicos. Una vibración constante que atraviesa Île-de-France y que exhibe la vitalidad del arte digital en sus expresiones más libres y experimentales.
La Región celebra con orgullo esta bienal singular, confiada al CENTQUATRE-PARIS, porque defiende una idea clara: la innovación artística no debe estar reñida con la accesibilidad. El arte, cuando se despliega sin complejos, puede acompañar y hasta iluminar los cambios culturales y sociales. Desde 2016, la administración regional ha invertido cerca de 65 millones de euros en la promoción del arte contemporáneo, digital y urbano: un compromiso con la creación, la difusión, el impulso a nuevos talentos y la educación artística en los institutos de la región parisina.
Bajo el signo de las “ilusiones recuperadas”, esta edición vuelve a cruzar fronteras simbólicas: entre humano y máquina, entre presencia y simulacro, entre inquietud y fascinación. Una bienal que se atreve a caminar por los márgenes, a provocar encuentros entre arte, ciencia y tecnología para comprender mejor las mutaciones de nuestro tiempo. Es también un homenaje al trabajo conjunto que sostienen José-Manuel Gonçalvès, Gilles Alvarez y los equipos que hacen posible esta aventura colectiva.
La programación artística de Némo 2025 reúne nombres que transitan géneros híbridos y prácticas de frontera:
- Mounir Ayache, en colaboración con Anne Bourassé, reinscribe el Désert de Retz en una segunda vida.
- Libby Heaney abre una ventana a su investigación en torno a la computación cuántica.
- Markos Kay despliega su obsesión por los procesos generativos y los portales naturales.
- Cecilie Waagner Falkenstrøm indaga en las dilemas éticos que rodean a la inteligencia artificial.
- Rachel Maclean levanta su imaginario pop como un espejo crítico deformante.
- Donatien Aubert vuelve sobre las huellas, sedimentos y ruinas de nuestra civilización.
- David Rokeby, pionero de la interacción, presenta su obra Voice Scroll.
- Phygital Studio propone Plant Being, donde lo vegetal se vuelve interfaz.
- Christian Delécluse revisita la historia tecnológica con Quand les ordinateurs portaient des jupes.
- Ismaël Joffroy Chandoutis muestra REWILD, una llamada a la reinvención ecológica.









