Nacidos con apenas un año de diferencia —Turner en la abigarrada Londres y Constable en el hogar acomodado de East Bergholt, en Suffolk—, sus biografías tempranas, tan dispares, abren el recorrido. Turner, prodigio precoz con agudo instinto comercial, expuso por primera vez en la Royal Academy en 1790, cuando solo tenía 15 años, y ejecutó ambiciosos óleos, como la recién identificada The Rising Squall, Hot Wells, from St. Vincent’s Rock, Bristol, antes de cumplir los 18. Constable, en contraste, fue un autodidacta obstinado que emprendió viajes de dibujo para realizar acuarelas tempranas como Bow Fell, Cumberland (1807), entregándose a una férrea disciplina técnica que lo llevó a exponer en la Royal Academy únicamente a partir de 1802. Surgidos ambos en plena eclosión del gusto por el paisaje, compartían sin embargo una misma pulsión: renovarlo de raíz.
La exhibición detalla cómo cada uno fue perfilando una identidad artística singular dentro del competitivo universo del paisajismo, subrayando sus métodos, transformaciones y puntos de contacto. Constable cimentó su prestigio en los parajes de su infancia en Suffolk, apostando por la pintura al óleo al aire libre, entre los horizontes abiertos de Dedham Vale y el río Stour, escenarios recurrentes en su obra. Se muestran su caja de pinturas y su silla de dibujo, y el público puede seguir la evolución de su destreza gráfica y su revolucionaria aplicación del óleo para intensificar el resplandor. Un conjunto de sus estudios de nubes ha sido reunido para la ocasión: expresión de su convicción de que el cielo era la clave emocional del cuadro, estos apuntes —hoy célebres— sustentaron los imponentes lienzos celestes de casi dos metros. Piezas tardías, como Hampstead Heath with a Rainbow (1836), evidencian su capacidad para fusionar memoria íntima y referente histórico.
Turner, por su parte, recorrió incansablemente Gran Bretaña y Europa, llenando cuadernos de apuntes con estudios rápidos a lápiz. Esa práctica nutrió su impulso creativo, inspirando escenas alpinas de enorme grandeza, como El paso del Monte San Gotardo desde el centro de Teufels Brücke (Puente del Diablo), de 1804, y abriéndole también un canal comercial gracias a la producción de grabados basados en sus acuarelas. La exposición examina cómo desarrolló técnicas pictóricas insólitas para plasmar la luz y capturar la energía bruta de la naturaleza. Se incluyen algunas de sus obras tardías más admiradas, como Ancient Italy: Ovid Banished from Rome, presentada por primera vez en 1838 y ausente de Londres durante más de medio siglo.
Hacia la década de 1830, tanto Turner como Constable habían sido reconocidos por empujar la pintura de paisaje hacia territorios arriesgados y visionarios. Las notorias divergencias entre sus obras alentaron a la crítica a oponerlos públicamente, presentándolos como antagonistas. En 1831, el propio Constable avivó esa dialéctica al situar una de sus piezas junto a una de Turner en la Royal Academy. La exhibición de Caligula’s Palace and Bridge (Turner) frente a Salisbury Cathedral from the Meadows (Constable) desató comparaciones inmediatas: la luz abrasadora de la escena italiana de Turner frente a la húmeda y vaporosa Inglaterra de Constable; eran, decían, “fuego y agua”. Ahora, enfrentadas de nuevo en la Tate Britain, sus obras más emblemáticas muestran cómo, pese al abismo que las separa, ambos elevaron el paisaje a la dignidad del gran formato y a un lugar central en el imaginario artístico.
Autores de algunas de las composiciones más atrevidas y magnéticas de la historia del arte británico, Turner y Constable transformaron el género paisajístico desde sus miradas extremas y complementarias, otorgándole una dimensión que reconoce su inagotable caudal de inspiración. La muestra concluye con una película inédita donde los artistas contemporáneos Frank Bowling, Bridget Riley, George Shaw y Emma Stibbon reflexionan sobre la persistencia y el alcance del legado de Turner y Constable.








