El Comité Noruego del Nobel, lleva días enclaustrado, sin móviles, sin ninguna comunicación con el exterior, ni siquiera con sus familias, que interfiera en la decisión que incluye el ámbito de la paz. Al puro estilo del Cónclave, son interminables las horas que se les escurren de las manos a los cinco miembros del Comité Noruego del Nobel debatiendo a quién le otorgan el Premio Nobel de la Paz 2025. Se barajan tres nombres muy prominentes y controvertidos: Pedro Sánchez, Donald Trump y la incorporación de última hora de Benjamín Netanyahu. El Premio Nobel de la Paz se ha convertido, con los años, en un espejo de nuestras paradojas. Su brillo no siempre refleja la virtud pura, sino la complejidad de un mundo donde los hombres y mujeres que aspiran a la paz rara vez caminan por sendas limpias. Este año, el abanico de posibles laureados incluye a Pedro Sánchez, Donald Trump y Benjamín Netanyahu. Tres nombres que despiertan tanto aplausos como abucheos, y cuya evaluación exige un ejercicio de ironía, rigor y honestidad literaria: la misma que aplicamos al examinar los reflejos distorsionados de la política internacional, sin inmutarnos. La medalla de oro que representa a un grupo de tres hombres en un enlace fraternal en el reverso, con la inscripción “Pro pace et fraternitate gentium” (“Por la paz y la hermandad de los pueblos”). El anverso de la medalla muestra un retrato de Alfred Nobel. Por tanto, a partir de ahora, toda mi argumentación metafórica quedaría justificada.