
Desde la década de 1980, Lezama ha renovado la trama del arte moderno en el País Vasco, incorporando elementos míticos y etnográficos en sus creaciones escultóricas. Sus obras no solo se presentan como simples objetos artísticos, sino como profundos relatos que evocan memorias ancestrales. Este acercamiento a la etnografía y a la mitología vasca culmina en una serie de esculturas que representan deidades míticas, muchas de las cuales están talladas en roble y conectan estéticamente con un tiempo prehistórico, donde lo primitivo y lo moderno coexisten en un delicado equilibrio.
Entre sus creaciones más emblemáticas se encuentra “Zaldi” (1989), una escultura que toma la forma de un caballo, un símbolo cargado de significado en la cultura vasca. Este animal, que aparece en numerosas leyendas y relatos populares, es un vínculo poderoso entre el mundo material y el espiritual. “Zaldi” se convierte así en un grito encapsulado, una invocación que trasciende el tiempo y el espacio. A través de esta obra, Lezama canaliza la memoria histórica de un pueblo que ha sufrido la devastación de la guerra, particularmente los bombardeos de la Guerra Civil en Euskadi, que dejaron cicatrices profundas en la sociedad vasca.

La escultura, más que un mero objeto estético, se convierte en un vehículo de emociones, reflejando la desesperanza y la lucha por la renovación. “Zaldi” es visto como un tótem que encarna la búsqueda de identidad y la resiliencia de una comunidad que ha renacido después de la Segunda Guerra Mundial. La figura de este caballo, con su grito silencioso, evocan no solo el daño sufrido, sino también un anhelo de esperanza y de reconstrucción.
Volver a nuestra esencia, a nuestro espíritu primigenio o a las bases vitales y culturales que establecieron nuestros ancestros es lo que puede hacernos conectar con nuestro yo más puro, ese que, paradójicamente, puede materializar el arte más rompedor.
Así es como Patxi Xabier Lezama crea una obra en la que se dan de la mano las vanguardias artísticas y los elementos ancestrales y culturales que dan a sus esculturas un cierto carácter primitivo, aunque el arte actual y las formas contemporáneas también están presentes en su estilo
Lezama trabaja en diversos medios, incluyendo pintura, escultura, ilustración y literatura, buscando crear una obra estética y conceptual. Se deja de lado lo superfluo para adentrarse más profundamente en la escultura, creando una obra de arte surrealista y gestual.
El artista elabora un código personal de signos y motivos de gran significado simbólico y, sus esculturas, resultado de una larga reflexión filosófica, presentan temas tan universales y atemporales como la existencia, la identidad, la historia, la mitología y el conflicto interno.

Un legado contemporáneo
La crítica contemporánea ha sabido captar la esencia de la obra de Lezama. Muchos críticos señalan que hay un magnetismo innegable en sus esculturas, un poder de atracción que nos invita a explorar lo que es común en la experiencia humana. Rosalía Torrent Esclapés, crítica de arte y catedrática de estética, destaca cómo, desde la mitología del País Vasco, Lezama logra crear tótems universales en los que todos podemos reconocernos. Sin embargo, su obra va más allá de un simple simbolismo; cada creación refleja una profunda individualidad que es a la vez personal y colectiva.
La verticalidad de sus esculturas, que invoca una conexión espiritual, se entrelaza con lo surrealista y lo abstracto, ofreciendo una experiencia estética que invita a la reflexión. Las obras de Lezama son, a menudo, eco de nuestras propias preguntas existenciales, aquellos sueños y misterios que nos unen como humanidad. A través de su arte, nos confronta con nuestras raíces y nuestros deseos más íntimos, haciendo que nos cuestionemos sobre nuestro lugar en el universo.
Lezama es, sin duda, un artista moderno y multidisciplinar que ha logrado plasmar en su obra la dualidad de lo ancestral y lo contemporáneo. Su búsqueda constante de conexión, tanto con el pasado como con el presente, resuena en cada una de sus creaciones, invitándonos a explorar no solo el arte, sino también nuestra propia humanidad. La invitación está hecha: al acercarnos a su trabajo, nos encontramos no solo con su historia, sino con la nuestra.
