En el pequeño universo del Maldito Bar, los personajes entran y salen como fragmentos de una humanidad que se debate entre la necesidad de hablar y la imposibilidad de entenderse. Allí, entre el tintinear de vasos y el murmullo de conversaciones cruzadas, se confunden el amor con la costumbre, la ternura con la manipulación, la poesía con el deseo. Unos comensales discuten sin llegar a pedir la ración que comparten; otros desempolvan viejos agravios o se declaran con torpeza. Los camareros, siempre testigos, observan con resignación cómo cada gesto, cada palabra o silencio, se precipita en una tragicomedia colectiva que tiene más de espejo que de ficción.
El texto de Benito convierte lo cotidiano en una farsa reconocible, donde lo banal se vuelve revelador y la risa deja un eco amargo. Con un lenguaje ágil, lleno de dobles sentidos y silencios incómodos, el autor traza un fresco generacional sobre el desencanto, la soledad y la absurda belleza de la vida moderna. Maldito Bar no sólo hace reír: también incomoda, recordando al espectador que la necesidad de afecto y de atención es el hilo invisible que une a todos los personajes, aunque ninguno sepa cómo pedir lo que necesita.
La puesta en escena de Jacobo Muñoz subraya la agilidad del texto y potencia esa frontera ambigua entre lo realista y lo absurdo. A medida que avanza la función, el bar se transforma en un escenario esperpéntico donde el sentido común se disuelve en el ruido de los vasos y las palabras se vuelven inútiles. Lo que empezó como una comedia de costumbres termina siendo una crítica mordaz a la fragilidad de las relaciones humanas, a la torpeza con la que intentamos amar, comunicarnos o simplemente pedir algo del menú.
El reparto, formado por cuatro intérpretes que multiplican sus roles hasta convertirse en una multitud, da vida a un mosaico humano lleno de matices. Julio Peña, figura ascendente del cine y el teatro, aporta una presencia magnética y versátil; tras su papel de Cervantes en El cautivo, confirma aquí su compromiso con el escenario. Paula Mori, además de actuar, firma la composición musical y el espacio sonoro, interpretando en directo una canción que tiñe de melancolía las conversaciones truncas de los personajes. Junto a ellos, Paula Colorado y Nacho Laguna completan un elenco que se alternará en funciones con Jaime Bayo y Chantal Martín: un grupo cohesionado que lleva años compartiendo proyectos y que dota de autenticidad y ritmo al montaje.
Manuel Benito, dramaturgo madrileño, continúa con esta obra una línea autoral que combina humor negro y mirada crítica. Entre sus trabajos anteriores destacan Un cadáver exquisito y 337 km, además de sus adaptaciones de autores anglosajones. Muñoz, por su parte, es un director y docente con una sólida trayectoria junto a figuras como Ángel Gutiérrez, José Carlos Plaza, Gracia Querejeta o Paco Mir, y ha abordado en los últimos años textos de Shakespeare, Molière, Dürrenmatt o Casona, consolidando un estilo que mezcla precisión rítmica y libertad interpretativa.
En definitiva, Maldito Bar es más que una comedia sobre la incomunicación: es una radiografía emocional de nuestro tiempo, un espejo deformante donde cada espectador puede reconocerse entre risas y silencios. Un recordatorio —feroz y necesario— de que, incluso entre amigos, a veces no sabemos cómo pedir ni siquiera una ración de calamares sin acabar discutiendo.









