
Difícilmente podía escogerse un escenario más simbólico. Chirino no solo expuso allí su obra; presidió la institución entre 1983 y 1992, y con su espíritu visionario refundó el Círculo. Junto a un grupo de artistas e intelectuales, lo transformó en el laboratorio de pensamiento y creación que hoy reconocemos: un espacio privado, sin ánimo de lucro y consagrado al diálogo entre las artes. Su gestión convirtió aquel enclave histórico en un faro moderno, donde la experimentación y la crítica convivían con la memoria de las vanguardias.
La huella de Chirino no se borró con el paso de las décadas. Ya en 2013, el Círculo organizó Martín Chirino. Obras para una colección, muestra ideada por el propio escultor y formada por quince piezas que hoy integran el fondo de su fundación. Memoria del Círculo retoma aquel hilo y lo extiende doce años después, con una selección de esculturas y obras sobre papel que recorren los grandes ejes de su universo: el viento, la espiral, la raíz y la forja del hierro como metáfora de vida y pensamiento.

El itinerario, que abarca desde Viento 22 (1963–64) hasta Alfaguara 6. Mesa (2000), traza un arco que revela la coherencia de una búsqueda: la de quien convierte el hierro en respiración y transforma la dureza en movimiento. La espiral —símbolo de origen y de energía— se erige en el núcleo poético de la muestra. Con ella, Chirino convierte lo pesado en aéreo, lo rígido en orgánico; abre pliegues que parecen modelar el aire mismo, invocando un horizonte de esperanza y regreso.
Las obras sobre papel, por su parte, revelan una dimensión más secreta: el trazo íntimo, la escritura como gesto, la línea que piensa antes de volverse materia. En esos dibujos vibra el laboratorio del escultor, su gramática de viento y silencio.

Chirino, que recibió la Medalla de Oro del Círculo en 2001, ocupa un lugar cardinal en la escultura española contemporánea. Heredero de la modernidad —de su rigor geométrico y su obsesión por la forma pura—, proyectó su legado hacia el futuro, abriendo un territorio entre lo moderno y lo contemporáneo. Sus obras, presentes en museos y colecciones de medio mundo, son también capítulos de una ética: la de quien supo que el arte no se separa de la vida pública ni del pensamiento libre.
La exposición celebra, por tanto, una doble fidelidad: la del artista hacia la institución, y la del Círculo hacia quien lo ayudó a reinventarse. Chirino entendió el arte como una conversación cívica, un lugar donde confluyen disciplinas, generaciones y dudas. En un tiempo saturado de ruido y fracturas, Memoria del Círculo propone un regreso a esa raíz común: el espacio donde la creación sigue siendo un acto de pensamiento compartido.

En el catálogo que acompaña la muestra, Fernando Castro escribe: “Los pasos de Martín Chirino, sus bellas obras, siguen guiándonos, especialmente en estos tiempos oscuros en los que parece que no sabemos adónde vamos (salvo que deseemos completar la catástrofe)… Chirino ofrece —de nuevo en el Círculo— un recorrido en espiral que desea el centro y, sobre todo, nos recuerda que el arte es una promesa de felicidad.”

Actividades paralelas
El homenaje se amplía con un programa de encuentros y conferencias. El propio Fernando Castro inauguró las actividades el 9 de octubre, y el 29 participará junto a Pedro Alberto Cruz en el diálogo El Afrocán y la ética de la espiral. En él abordarán la noción de “Afrocán” —síntesis de la doble raíz canaria: aborigen y africana—, entendida por Chirino como una reinvención de la máscara desde la geometría del movimiento.
El 22 de noviembre, Antonio Mampaso acompañará a Castro en la charla Las espirales y el origen de la belleza. En esa conversación se explorará el vínculo entre las estructuras cósmicas —galaxias, nebulosas, sistemas vivos— y las formas creadas por Chirino. La espiral, allí, no solo será signo plástico, sino metáfora de un orden profundo que enlaza la materia, la energía y la conciencia estética.

Fernando Castro Flórez (Plasencia, 1964), profesor titular de Estética en la Universidad Autónoma de Madrid y crítico de arte en ABC Cultural, ha comisariado exposiciones dedicadas a figuras tan diversas como Miró, Dalí, Warhol o Kiefer. Autor de ensayos como Elogio de la pereza, Contra el bienalismo o Estética de la crueldad, su lectura de Chirino es, ante todo, un acto de afinidad espiritual: una defensa de la espiral como ética del movimiento y de la creación.

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