La escena inicial, bañada en penumbra, da paso a una escenografía luminosa donde aparecen Toni y Olivia, una pareja de cuarentones que atraviesa una crisis silenciosa. Él, profesor universitario y escritor frustrado; ella, periodista y madre de familia que ha perdido la brújula del deseo. Los interpretan Francesco Carril y Natalia Hernández, acompañados por Raúl Prieto y Marina Salas, que encarnan a una veintena de personajes secundarios que pueblan la vida —real o imaginaria— de los protagonistas.
La estructura del texto se aleja del relato lineal para adentrarse en un juego de voces, saltos temporales y fragmentos narrativos que se cruzan con entrevistas, recuerdos y ensoñaciones. El resultado es una obra donde la ficción y la vida se contaminan mutuamente. En palabras del propio Remón, “la pieza aborda varias crisis: la de la mediana edad, que es existencial y profunda, y la crisis de la narración: cómo seguimos contándonos historias y cómo nos contamos a nosotros mismos. ¿Somos los autores o los personajes de nuestra vida?”
El entusiasmo explora, con ironía y ternura, esa línea difusa entre lo vivido y lo imaginado. Toni, incapaz de escribir la novela que lleva años persiguiendo, intenta reconstruir su identidad a través de la escritura. Su bloqueo creativo es el espejo de su vacío vital. Como explica Remón, “Toni necesita volver a escribir para sentirse autor de su vida. La capacidad de narrarse a uno mismo está ligada a la posibilidad de entender dónde estás y quién eres”.
El título de la obra es, en sí mismo, una declaración de intenciones. “Entusiasmo”, del griego enthousiasmos, aludía al poeta poseído por las musas. En esta obra, esa posesión se convierte en metáfora del impulso creativo que da sentido a la existencia. “La gran pregunta es: ¿qué nos posee? Si no es el entusiasmo, la imaginación o la creación, nos invaden las neurosis”, reflexiona el autor.
Para Francesco Carril, el personaje de Toni intenta recuperar ese fuego interior mediante la escritura, una forma de libertad y refugio. “Escribir lo entusiasma, aunque no sea una solución. Es una manera de seguir respirando”, explica el actor. En cambio, Olivia busca un sentido diferente. “No sabe qué la haría feliz. Ama a sus hijos, pero duda de si los eligió. Se pregunta qué necesita para sentirse viva o entusiasmada”, comenta Natalia Hernández, que construye a una Olivia llena de contradicciones.
La obra multiplica las voces a través de un reparto coral. Marina Salas y Raúl Prieto asumen múltiples papeles —los hijos, la madre, el psicólogo, la amante, el hermano— y amplían el universo íntimo de la pareja. Salas destaca que “la escritura de Remón no se reduce al núcleo principal; crea un mundo donde cada personaje podría protagonizar su propia obra”. Prieto añade que “jugamos con lo real y lo imaginario, porque muchos de los personajes existen solo en la mente de Toni u Olivia”.
Fiel a su estilo, Remón combina reflexión y humor. Aunque El entusiasmo aborda temas densos —la madurez, el desengaño, la pérdida del sentido—, lo hace desde la ligereza y la sátira. “Es una forma de mirar el mundo”, afirma el dramaturgo. “Hay ironía, diversión, un reírnos de nosotros mismos. El humor permite acercarse al público sin que se dé cuenta, y detrás de la risa aparecen las preguntas”.
Natalia Hernández lo resume con una frase que condensa la filosofía del montaje: “El clown más divertido es el que sufre. Como nosotros sufrimos buscando el entusiasmo, el espectador disfrutará viéndonos hacerlo”. Su compañero Carril coincide: “En las obras de Pablo, primero te ríes y luego te emocionas. El humor abre la puerta al dolor y a la ternura”.
La puesta en escena, diseñada por Mónica Boromello, se presenta como un espacio minimalista de madera, mutable, que se transforma poco a poco en una casa: un símbolo del intento de construir una vida, una historia. Remón lo define como “una caja vacía donde puede pasar cualquier cosa, un lienzo en blanco que evoca el inicio de la escritura”. La escenografía se complementa con proyecciones en directo que expanden el juego entre realidad y ficción.
La iluminación de David Picazo aporta matices emocionales a las escenas, mientras que el vestuario de Ana López Cobos —dominando los tonos ocres y marrones— refuerza la atmósfera cálida y a la vez melancólica del montaje. El diseño sonoro de Sandra Vicente actúa como una respiración que acompaña los estados internos de los personajes, remarcando los momentos de ruptura o de revelación.
Con El entusiasmo, Pablo Remón regresa al Centro Dramático Nacional tras La pira (2020) y Los farsantes (2022), confirmando su posición como una de las voces más lúcidas del teatro español contemporáneo. En esta nueva creación, profundiza en su territorio habitual: la relación entre la ficción y la identidad, entre el relato que construimos y la vida que realmente vivimos.
La obra, en el fondo, plantea una pregunta universal: ¿cómo se mantiene encendida la llama del entusiasmo cuando la rutina, el cansancio o la edad amenazan con apagarla? Y lo hace desde la ironía y la ternura, sin solemnidad, con la inteligencia de quien sabe que el humor es una forma de resistencia.
Porque El entusiasmo no es solo una historia sobre una pareja al borde del desencanto; es también una reflexión sobre el poder de la imaginación para reinventarse, sobre la necesidad de seguir narrando incluso cuando la trama de la vida parece agotada. En el escenario del Centro Dramático Nacional, la ficción se convierte en una tabla de salvación, una casa que se construye y se derrumba a la vez, un espejo donde Toni y Olivia —y quizás también nosotros— buscan recuperar el sentido de lo vivido.
El entusiasmo se representa en Madrid hasta el 28 de diciembre de 2025, y posteriormente emprenderá gira por varias ciudades españolas. Un montaje brillante y emocionalmente complejo, que nos recuerda que, a pesar del cansancio y las derrotas, todavía podemos ser poseídos —aunque sea por un instante— por la fuerza misteriosa del entusiasmo.









