
Lejos de cualquier visión simplificada o exótica, el recorrido revela la intrincada relación entre arte, espiritualidad y vida cotidiana en Oceanía. Desde herramientas de pesca a delicadas embarcaciones, pasando por objetos ceremoniales, abanicos o tejidos rituales, cada pieza revela una cosmovisión en la que lo estético y lo simbólico son inseparables. La creatividad isleña no solo habita los museos: muchas de las obras expuestas dialogan con expresiones contemporáneas que reflejan la pervivencia cultural y las tensiones del presente.
El contacto interinsular —que precede con mucho la llegada europea— propició un flujo constante de ideas, materiales y técnicas. Este dinamismo fue posteriormente alterado por el desembarco colonial europeo, que trajo consigo metales, lanas, vidrio, doctrinas religiosas y un nuevo orden político y social. Las transformaciones provocadas por la colonización, el cristianismo o el comercio no apagaron la llama creadora, sino que en muchos casos catalizaron nuevas hibridaciones y resistencias culturales, como las protagonizadas por líderes maoríes como Hone Heke.

La exposición dedica especial atención a los tejidos, considerados regalos preciados y símbolos de continuidad familiar. Producidos tradicionalmente por mujeres, que también eran las guardianas de su transmisión, estos textiles sufrieron un retroceso con la introducción de prendas europeas, pero hoy resurgen con fuerza como parte de una economía cultural sostenible que permite a muchas mujeres subsistir mediante la venta de objetos trenzados a turistas.

La danza, ese lenguaje sin palabras, aparece como eje vertebrador de la identidad oceánica. Bailes como el hula hawaiano, el ori tahitiano o el meke fiyiano no solo resisten, sino que se proyectan globalmente en academias de Tokio o Nueva York. Para las diásporas, estas coreografías actúan como anclajes emocionales, al tiempo que nuevas generaciones integran formas como el hiphop para actualizar su conexión con lo ancestral.

El conflicto es también parte de la historia del Pacífico. Los enfrentamientos por recursos o poder territorial eran frecuentes antes del contacto europeo, y continuaron durante la expansión colonial. En el siglo XX, las islas fueron escenario de episodios bélicos devastadores, como durante la Segunda Guerra Mundial, y de pruebas nucleares llevadas a cabo por potencias como Francia o Estados Unidos, que dejaron huellas ambientales y humanas aún latentes.
Frente a estas heridas, las comunidades oceánicas siguen luchando contra amenazas actuales como el cambio climático —que pone en peligro territorios insulares enteros—, las secuelas de la colonización y los desafíos demográficos. En ese contexto, la producción artística se mantiene como campo de expresión y denuncia, como también lo es el tatuaje, que en Oceanía se considera una auténtica “escultura sobre la piel”. Aunque los métodos tradicionales —como los peines de hueso o conchas— conviven hoy con aparatos modernos, el simbolismo permanece: tatuarse en estas culturas es una forma de narrar el linaje, la pertenencia y la resistencia.
Por su parte, la navegación —hito tecnológico por derecho propio— aparece como símbolo del saber oceánico por excelencia. Mucho antes de la brújula occidental, los navegantes del Pacífico ya dominaban las estrellas, los vientos y el color del mar para cruzar distancias enormes, fundando asentamientos como el de Aotearoa (Nueva Zelanda), la última gran masa terrestre poblada hace apenas 800 años.

Lejos de ser un conjunto de culturas aisladas o marginales, Oceanía ha sido históricamente un espacio de interconexión, creatividad, conflicto y renovación. Esta exposición no solo restituye la complejidad de las tradiciones visuales del Pacífico, sino que lanza un mensaje contemporáneo: frente a la adversidad, la memoria artística y el legado simbólico de estos pueblos siguen hablando —o, mejor dicho, gritando— a través del tiempo.
Voces del Pacífico se convierte así en una experiencia que no se limita a contemplar el pasado, sino que interpela el presente, reivindicando la vigencia de formas culturales que fueron, son y seguirán siendo faros de resistencia, identidad y belleza en un mundo cambiante.
