
Gabrielle Wittkop nació en Nantes en 1920. Lectora precoz, a los seis años ya disfrutaba de los clásicos franceses y, a los veinte, había leído toda la gran biblioteca paterna de su casa natal.
Para entonces Francia estaba ocupada por los nazis y la casualidad llevó a Gabrielle a conocer en París a Justus Wittkop, un desertor alemán y homosexual con el que se casaría al terminar la guerra, un matrimonio que la autora calificó como un «enlace intelectual». La pareja se instaló en Frankfurt, Alemania, donde Gabrielle residió hasta su muerte, a los ochenta y dos años, cuando decidió quitarse la vida para evitar la terrible degeneración que le prometía un cáncer en fase avanzada.
Mujer asombrosa y libre, viajera empedernida, misántropa recalcitrante y atea radical que mostró siempre el más absoluto de los desprecios por la familia y los nacionalismos, es autora, entre otras, de obras como El necrófilo (1972), La Mort de C. (1975), Les Départs exemplaires (1995), Serenísimo asesinato (2001), La vendedora de niños (2003) o Cada día es un árbol que cae (2006).
DEL PRÓLOGO DE NIKOLA DELESCLUSE
A la hora de referirse a los escritos de Gabrielle Wittkop, la crítica se ha limitado a hablar de «pose», «provocación», «teatralidad» y «afectación», y es que parece inconcebible que una persona exprese sus pensamientos de forma simple y directa cuando tales pensamientos contravienen absolutamente la bendita normalización de nuestras virtuosas civilizaciones. A ojos de los censores, Gabrielle tenía que interpretar la comedia no para que la oyeran, sino simplemente para que la toleraran (…)
«No cabe duda de que hay villanos que viven del secuestro de niños; y lo prueba el hecho de que esos niños perdidos son casi siempre niñas», escribe con razón Louis-Sébastien Mercier en su Cuadro de París (1781-1788). Basándose en una erudición sin fisuras, La vendedora de niños explora, por supuesto, esta realidad histórica, pero es también, y sobre todo, el testimonio conmovedor de un amor melancólico en una época que, más que ninguna otra, forjó el estilo y el pensamiento de Gabrielle Wittkop, y a la que ella insufló nueva vida. El lector perspicaz será sensible a la atmósfera, a los trajes y decora- dos suntuosos, al terrible bullicio de una capital siempre en efervescencia, y no se sorprenderá, a pesar de una comprensible náusea, de haber podido contemplar, sin apartar la mirada, las esforzadas figuras del ballet erótico puesto en escena por Marguerite, porque «se puede escribir cualquier cosa, pero hay que saber cómo», principio de escritura al que obedece esta novela que conserva el vibrante recuerdo de Gabrielle Wittkop.
LAS CLAVES DE GABRIELLE WITTKOP
• Autora europea conocida por su estilo elegante y pro- vocativo y por su amoral exploración de temas tabúes. Fue una figura popular (aunque elusiva) y legendaria de las letras europeas cuyos libros circularon mayormente en Francia y Alemania.
• Tanto su rica y elaborada prosa como su temática recuerdan a la obra de Lautréamont o de Edgar Allan Poe. De hecho, la propia autora llegó a autoproclamarse «La hija del Marqués de Sade».
• A pesar de la naturaleza provocativa y erótica de sus temas, Wittkop es aclamada por su habilidad para abordarlos con una elegancia literaria que cautiva y desafía simultáneamente.
• Su enfoque introspectivo y su barroca capacidad para tratar lo inquietante con una belleza cuidadosamente elaborada han dejado una huella imborrable en la literatura contemporánea europea.
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