
La ofensiva militar iniciada en los últimos meses ha alterado por completo la geografía del enclave, convirtiendo dicho lugar en una exterminación sistemática de seres humanos . Estimaciones recientes indican que más de tres cuartas partes del territorio se encuentran bajo control operacional directo de Israel. Las zonas de exclusión, los corredores militares y las órdenes de desplazamiento forzoso han vaciado amplias franjas del norte y el centro. Lo que en un inicio se presentó como operaciones focalizadas contra Hamás se ha transformado en un control territorial sostenido, aunque sin declaración formal de reocupación.
La estrategia de control sin asumir gobernanza de un genocidio manifiesto donde mueren por inanición niños
Israel parece seguir una lógica de “ocupación indirecta”: presencia militar selectiva en puntos estratégicos, control de recursos y rutas, pero sin administrar directamente la vida civil. Esta fórmula le permitiría evitar, en teoría, las responsabilidades que el derecho internacional impone a una potencia ocupante en materia de bienestar de la población. En la práctica, la destrucción de infraestructura y el bloqueo de suministros han generado un colapso casi total de servicios básicos, lo que incrementa la presión sobre organismos humanitarios y gobiernos vecinos.
La política interna israelí está marcada por divisiones profundas. Dentro del propio estamento militar, voces de alto rango, incluido el jefe del Estado Mayor, han advertido que una ocupación total sería una trampa estratégica: drenaje de recursos, prolongación de la insurgencia urbana, desgaste moral de las tropas y riesgo para la vida de los rehenes que aún permanecen en manos de facciones armadas. En paralelo, el núcleo político más duro de la coalición de gobierno empuja en sentido contrario, considerando que la única garantía de seguridad es el control total del territorio.
La presión internacional y el riesgo de aislamiento no detienen el genocidio en Gaza, le dan un aurea superlativa de violación descarada de LOS DERECHOS HUMANOS MÁS ELEMENTALES
En el exterior, la lectura es inequívoca: organismos como la ONU anticipan un escenario catastrófico si Israel formaliza la ocupación. La sobrepoblación, el desplazamiento masivo y la destrucción de la infraestructura sanitaria y alimentaria constituyen un cóctel de emergencia humanitaria sin precedentes. Aliados históricos de Israel en Occidente han comenzado a matizar su apoyo, temiendo que la imagen del país sufra un deterioro irreversible y que las consecuencias políticas rebasen incluso las fronteras regionales.
El Reino Unido, la Unión Europea y varios Estados árabes moderados advierten que una ocupación prolongada no solo alimentará la resistencia armada, sino que minará cualquier opción de negociación política futura. El temor central es que Gaza se convierta en un territorio bajo un control de facto indefinido, sin horizonte de autogobierno ni reconstrucción.
Implicaciones estratégicas
Desde un punto de vista militar, la ocupación permanente de Gaza no se parece a la de Cisjordania: la densidad poblacional, la estructura urbana y el tejido social multiplican las dificultades para el control efectivo. El costo humano para las fuerzas israelíes podría ser elevado, y la victoria militar no garantiza la estabilidad política.
En términos diplomáticos, Israel corre el riesgo de un aislamiento creciente, con sanciones económicas y un deterioro de relaciones con socios clave. La narrativa de defensa propia, que ha sustentado gran parte del apoyo internacional, se debilita si el control territorial se percibe como anexo o colonización.
Un futuro incierto
En este momento, la realidad sobre el terreno muestra a Gaza bajo un control operativo sin reconocimiento oficial de ocupación. Sin embargo, la línea que separa la operación militar de la ocupación prolongada es cada vez más delgada. La decisión final dependerá tanto de los cálculos estratégicos internos como de la presión internacional. Lo que está en juego no es solo el destino de un territorio devastado, sino el equilibrio político y moral de Israel ante la comunidad global.
En definitiva, el dilema israelí es profundo: o mantener una presencia militar que erosiona su legitimidad y agota sus recursos, o buscar una salida política que hoy parece lejana. Entre ambas opciones, Gaza permanece atrapada, con su población pagando el precio más alto de un conflicto sin final a la vista.
