
Heinz Berggruen, coleccionista insigne del siglo XX, fue el hilo conductor que permitió este encuentro. Nacido en Berlín en 1914, exiliado en San Francisco durante la Segunda Guerra Mundial, descubrió allí la pintura moderna y trabó vínculos con artistas como Diego Rivera. De regreso a Europa, su mirada se convirtió en puente entre creadores y públicos, y París, aunque ya no epicentro del arte, se convirtió en su laboratorio. Con la apertura de la Galerie Berggruen & Cie, Berggruen consolidó su papel en el mercado internacional, restaurando obras de colecciones prestigiosas y acercándolas a mecenas que comprendían la magnitud de su valor. Pero fue a partir de 1980 cuando su pasión se concentró en Picasso y Klee, a quienes consideraba “los dos creadores fundamentales de la primera mitad de nuestro siglo”. Su colección, adquirida por el gobierno alemán en 2000, dio origen al Museum Berggruen y cumplió su deseo de hacer que el arte no fuera propiedad de unos pocos, sino patrimonio colectivo.

La exposición propone un diálogo profundo entre Picasso y Klee, dos personalidades aparentemente opuestas: el español, terrenal, excesivo y sensual; el suizo-alemán, introspectivo, nórdico y espiritual. Sin embargo, bajo esa superficie divergente, ambos compartieron intereses fundamentales: la experimentación constante, la deformación de la figura, la fascinación por la sátira, el sarcasmo y la capacidad de transformar la percepción del mundo. La muestra se organiza en cuatro secciones: Retratos y máscaras, Lugares, Cosas, y Arlequines y desnudos, donde se combinan piezas de Berggruen con obras del Thyssen que reforzaron los vínculos entre los artistas y el coleccionista.

En Retratos y máscaras, se evidencia cómo Picasso redefinió el retrato moderno mediante la caricatura, la deformación y la influencia de culturas no occidentales. Obras como Desnudo con paños y Hombre con clarinete muestran cómo lo que se oculta tras la apariencia superficial puede revelar un mundo más profundo. Klee, por su parte, simplifica y distorsiona, incorporando la magia de los teatros de marionetas y el museo etnográfico de Múnich, transformando la representación en introspección. La señora R. viajando por el sur y Dama con lacre son ejemplos de su capacidad para convertir la figura en un símbolo de misterio y revelación interior.
Los paisajes ocupan un lugar distinto pero igualmente decisivo en la exposición. Para Picasso, escenarios como Horta del Ebro o Saint-Malo son laboratorios de experimentación, fragmentando la visión para abrir camino al cubismo. Klee, más centrado en la naturaleza como estructura y energía, transforma la percepción de lo visible en abstracto, dialogando con la obra de Picasso a través del tiempo y la influencia cubista. Piezas como Ciudad de ensueño o Casa giratoria demuestran cómo la relación entre los artistas se mantiene incluso en la distancia geográfica y estilística.

La sección de Cosas revela la fascinación compartida por la naturaleza muerta, un género que, en manos de Picasso y Klee, se convierte en terreno de experimentación formal y filosófica. Picasso fragmenta los objetos, introduce materiales insólitos y descompone la realidad, mientras Klee organiza arquitecturas oníricas que reflejan la esencia dinámica de la naturaleza, como en Porcelana china y Flor y fruta. Ambos miran más allá de la apariencia externa, buscando la estructura interna que otorga significado y trascendencia a cada elemento.

Finalmente, Arlequines y desnudos demuestra la obsesión compartida por el cuerpo humano y la teatralidad. Picasso explora la sensualidad, el circo y la metamorfosis del cuerpo, desde Dos bañistas hasta Arlequín con espejo. Klee, en cambio, integra el cuerpo a la arquitectura y al espacio, fusionando figura y entorno en un lenguaje geométrico y cromático, como en Arlequín en el puente y Despertar. Cada obra es un ensayo sobre movimiento, estructura y percepción, donde la forma y el fondo se encuentran en equilibrio.

Más allá de la técnica, la exposición revela la mirada de Berggruen: un coleccionista que entendió el arte como conversación y legado. Gracias a él, Picasso y Klee dialogan entre sí y con el público contemporáneo, ofreciendo una experiencia que trasciende los límites del tiempo y la geografía. La muestra demuestra que el coleccionismo, cuando se ejerce con pasión y visión, no solo preserva obras, sino que construye puentes de significado y memoria, y permite que los grandes maestros del pasado sigan enseñando en el presente.
