El planteamiento de la muestra permite descubrir un Pollock que no siempre fue exclusivamente un maestro de la abstracción, y un Warhol que se distancia de la imagen superficial del artista dedicado únicamente a los temas banales de la cultura de masas. Cada uno, desde su lenguaje, situó su obra entre lo abstracto y lo figurativo, revisando el concepto de espacio y utilizándolo como un lugar de ocultamiento. A través de la repetición y la serialidad, modificaron la relación entre fondo y figura y generaron un efecto de camuflaje. En ambos casos, aparecen huellas y vestigios que pueden leerse en clave autobiográfica.
La exposición, organizada con la colaboración de la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid, reúne más de un centenar de piezas, muchas de ellas nunca vistas en España. Proceden de más de treinta instituciones de Europa y Norteamérica. Además de Warhol y Pollock, se incluyen obras de Lee Krasner, Helen Frankenthaler, Marisol Escobar, Sol LeWitt y Cy Twombly, entre otros. Entre las piezas más destacadas se encuentran Marrón y plata I de Pollock, Express de Robert Rauschenberg y Sin título (verde sobre morado) de Mark Rothko, perteneciente a la colección Thyssen.
El recorrido ocupa seis salas y permite revisar la división tradicional entre abstracción y figuración dentro del pop, mostrando conexiones y diálogos que superan la mera fascinación de Warhol por Pollock, fallecido en un accidente de tráfico en 1956.
La primera sección, titulada El espacio como negociación: figura y fondo, otra vez, enfrenta obras tempranas de Pollock y Krasner con dos lienzos de Warhol que representan botellas de Coca-Cola, realizados a principios de la década de 1960. Una de ellas conserva pinceladas inspiradas en el expresionismo abstracto, mientras que la otra, sobre un fondo neutro, refleja la influencia de su trabajo como ilustrador comercial.
En la segunda sala, Rastros y vestigios, se reúnen piezas de Audrey Flack, Marisol Escobar, Anne Ryan, Perle Fine y Robert Rauschenberg, además de Warhol y Pollock. En todas ellas la figuración aparece como rastro o huella, configurando un espacio fragmentado en el que las formas se ocultan o se camuflan parcialmente.
La tercera sección, El fondo como figura, exhibe obras icónicas de Warhol como Liz en plata como Cleopatra (1963), Un solo Elvis (1964) y Jackie II (1966). En estas composiciones, las figuras se representan sobre fondos diluidos, cuestionando la separación tradicional entre figura y espacio. Se incluye además una selección de fotografías procedentes del Andy Warhol Museum de Pittsburgh que muestran su investigación sobre la abstracción mediante repeticiones de objetos. Este capítulo se completa con series fotográficas de Sol LeWitt y Cy Twombly y con lienzos de Hedda Sterne, Krasner y Pollock.
En Repeticiones y fragmentos, cuarta sala, se presentan las series de Warhol en las que la duplicación de imágenes se convierte en un procedimiento fundamental. Obras como Flores (1964), Calaveras (1976), Sillas eléctricas (1971), así como las representaciones de accidentes de tráfico —Choque óptico de automóviles (1962) y Desastre blanco I (1963)—, revelan cómo la reiteración transforma la percepción del espacio. Aunque cada imagen sea reconocible, la superposición y la saturación desestructuran el orden visual.
La quinta sala, Espacios sin horizontes, está dedicada a ocho pinturas oxidadas de Warhol, realizadas con fluidos corporales, que dialogan con las últimas obras de Pollock y proponen un espacio sin límites definidos. Junto a ellas se muestran dos piezas de Helen Frankenthaler, en las que amplias manchas de color refuerzan la idea de una superficie pictórica ilimitada.
El recorrido concluye con El espacio como metafísica, donde se presenta la serie Sombras de Warhol, realizada a finales de los años setenta. Se trata de obras con pinceladas enigmáticas que eliminan toda figuración, planteando un espacio indeterminado. En esta sala se expone también Sin título (verde sobre morado), pintado por Mark Rothko en 1961, que establece un diálogo basado en la ausencia y la abstracción.
En conjunto, la exposición no enfrenta a Warhol y Pollock como figuras contrarias, sino que los sitúa en un mismo horizonte de experimentación sobre el espacio. Ambos contribuyeron a disolver los límites entre lo visible y lo oculto, entre lo repetitivo y lo singular, entre lo abstracto y lo figurativo.








