
Por Rosario Alirangues, CEO de Acción Jurídica Abogados
Por más que lo intentemos, la vuelta de las vacaciones en España nunca es solo deshacer maletas. Es un retorno a los ritmos acelerados, a la acumulación de correos, a la inercia de un sistema que apenas concede respiros. Y sin embargo, cada septiembre, como cada año, volvemos. Volvemos distintas. Al menos, yo intento hacerlo.
Soy abogada. Y como muchas profesionales en España, mi verano ha sido un oasis breve, apenas unas semanas para respirar fuera de los juzgados, de los contratos, de las gestiones con la administración, que parece más una prueba de resistencia que una institución de servicio. A la vuelta, la agenda arde. España arde.
Sí, arde. Porque este verano, como muchos en la última década, el fuego ha vuelto a ser protagonista. Desde Galicia hasta Cataluña, pasando por Castilla y León, los incendios forestales han vuelto a devorar miles de hectáreas. Y mientras escuchaba las noticias desde un rincón de la costa, no podía evitar trazar un paralelismo entre ese fuego que arrasa sin tregua y el propio regreso al trabajo: el fuego externo y el fuego interno.
¿No es la vuelta de vacaciones, en cierta manera, una combustión lenta? Volver supone encender de nuevo una maquinaria que nunca ha terminado de apagarse. Volver implica reorganizar nuestra energía, muchas veces agotada antes de tiempo, y encajarla en un engranaje que exige rendimiento inmediato. Como si el descanso hubiera sido una anomalía. Como si parar, simplemente parar, fuera un lujo y no un derecho.
Pero no quiero quedarme en la queja, porque como profesional del derecho, creo firmemente en el fuego de la acción transformadora. Y desde una perspectiva progresista, entiendo que este momento de regreso puede ser también una oportunidad: de revisión, de cambio, de reforma estructural.
La metáfora del fuego me resulta útil en estos tiempos convulsos que vive España. Los incendios forestales no solo destruyen: también evidencian. Desnudan. Revelan la falta de prevención, la desinversión en servicios públicos, el abandono del mundo rural, el deterioro climático. Son una señal de alarma que muchos prefieren ignorar porque mirar de frente incomoda. Pero arden los bosques igual.
Lo mismo ocurre en el ámbito profesional y social donde el fuego metafórico hace su labor. El estrés, la precariedad, la fatiga crónica de l@s trabajador@s —y más aún de las mujeres— son síntomas de un sistema laboral que quema, literal y simbólicamente. Y sin embargo, septiembre tras septiembre, nos reinsertamos sin cuestionar demasiado, como si el incendio fuera inevitable.
Como abogada multidisciplinar, lo veo en muchos frentes. En el derecho laboral, con convenios que no se revisan desde hace años, salarios congelados y jornadas eternas que se saltan la conciliación a la torera. En el derecho civil, con familias al borde del colapso emocional por no poder sostener los cuidados. En el derecho administrativo, con personas atrapadas en procedimientos farragosos que perpetúan la desigualdad.
¿Y qué hacemos ante este fuego? ¿Volver simplemente a lo mismo, a repetir el patrón sin cuestionarlo?
Aquí es donde propongo una vuelta diferente. Un regreso con consciencia. Un septiembre de revisión y no solo de reactivación. Porque igual que los montes necesitan cortafuegos, nosotras y nosotros también necesitamos límites, protecciones, cambios normativos y culturales que no nos dejen en llamas cada final de verano.
Volver de las vacaciones debería ser también un ejercicio de memoria. Recordar cómo nos sentimos cuando paramos. Recuperar esa sensación de claridad, de distancia crítica, de posibilidad. En esos días de calma es cuando muchas personas se dan cuenta de que su vida necesita ajustes: que su trabajo no las cuida, que sus horarios no respetan su salud mental, que su vocación ha sido absorbida por la burocracia o la rentabilidad a toda costa.
En mi despacho, este septiembre, quiero abrir espacio a esas conversaciones. No solo con mis client@s, sino con mis compañer@s. Hablar del trabajo que queremos, del derecho que queremos aplicar, del tipo de relaciones profesionales que merecemos. Y, sobre todo, de qué tipo de vida queremos proteger.
Como sociedad, necesitamos una política del cuidado que atraviese no solo las familias o los servicios sociales, sino también los juzgados, los bufetes, las empresas, las universidades. Necesitamos que el derecho deje de ser una trinchera para convertirse en una herramienta real de cambio. Y eso empieza por no normalizar lo insostenible.
Igual que no deberíamos acostumbrarnos a ver el monte arder cada verano, tampoco deberíamos asumir que el regreso al trabajo sea sinónimo de desgaste, ansiedad o deshumanización. Septiembre puede ser el mes donde empiece otro tipo de ciclo. No el del fuego que arrasa, sino el de la regeneración consciente.
Y quizá entonces, igual que el bosque renace con tiempo y cuidados, también nosotras podamos volver sin quemarnos.