La tragedia Ricardo III fue escrita por Shakespeare entre 1591 y 1592, cuando apenas tenía 28 años. El dramaturgo retrató en ella a un déspota insaciable de poder, inspirado en el monarca que reinó en Inglaterra menos de dos años y que falleció en el campo de batalla en 1485, con tan solo 32 años, tras haberse apoderado del trono mediante un sinfín de conspiraciones y crímenes.
El personaje de Ricardo III es uno de los villanos más memorables de Shakespeare: un ser de atractivo perverso convertido en leyenda teatral. Su discapacidad física nunca frena su ambición de coronarse, en un recorrido marcado por la traición y el asesinato. La pieza, construida en torno a la figura del soberano —epicentro de la acción dramática—, funciona como advertencia sobre los riesgos de la codicia y del poder absoluto, pone al descubierto los recursos de la manipulación y reflexiona sobre la eterna pugna entre destino y libertad individual.
El montaje estrenado en Buenos Aires supone el reencuentro artístico entre Calixto Bieito y Joaquín Furriel, quienes ya habían coincidido en 2010 en una versión de La vida es sueño de Calderón de la Barca. Para esta nueva propuesta, el director español —residente en Suiza— se inspira en el hallazgo, en 2012, de los restos de Ricardo III en un aparcamiento de Leicester, identificados gracias a pruebas de ADN de sus descendientes.
A partir de ese acontecimiento, Bieito edifica La verdadera historia de Ricardo III, concebida no solo como una revisión del convulso y fugaz reinado del monarca, sino como una indagación en la maldad humana que, de forma consciente o inconsciente, habita en nuestra esencia biológica y psicológica.
En palabras del propio Bieito: “En los relatos de los reyes de Shakespeare aparecen la violencia, el odio, la corrupción, la reflexión, la madurez, la zozobra, la incertidumbre, la ira, la compasión… Muchas veces me cuestiono qué sería de nosotros sin esas historias, cómo podríamos comprendernos. Apelar a cuentos, a narraciones antiguas o a ficciones futuristas nos sirve para pensarnos. Para mí resulta muy difícil, y probablemente imposible, pero trato de entender un mundo en el que personas, política, cultura y tecnología están profundamente imbricadas. Shakespeare lo comprendió con claridad. Entretanto, los ciclos de la historia continúan girando. La brutalidad y el desconsuelo acompañan a la humanidad desde sus orígenes”.
La propuesta escénica de Bieito roza la experiencia performativa, gracias a la escenografía de Barbora Haráková Joly, que coloca un automóvil suspendido en lo alto como eje visual; al paisaje sonoro de Janiv Oron; al diseño lumínico de Omar San Cristóbal y el propio Bieito; a los efectos visuales y la dramaturgia libre de Adrià Reixach; y al vestuario creado por Paula Klein.
La crítica del diario argentino La Nación destacó tras el estreno: “Con una interpretación excepcional, Joaquín Furriel sostiene y encamina la energía desbordada de un clásico”.
Por su parte, el periódico Página 12 subrayó: “La complicidad que Ricardo establece con el público, sus modos de narrar sus proezas, su destreza para engañar, convencer, ordenar asesinatos y eliminar a sus propios ejecutores, transformando a todos los personajes en piezas de su perversidad, permite pensar en las maneras en que los pueblos responden, apoyan y estimulan a los tiranos, celebran sus crímenes y se reconocen en ese ser lisiado que disfruta de su revancha”.
Finalmente, el diario digital Infobae señaló que la puesta de Calixto Bieito “lleva a las tablas la esencia de Ricardo III: la construcción de la memoria histórica, la arquitectura del poder y la raíz criminal del mal con su consecuencia inevitable: el espanto”.









