En la Sala Dormitorio del CCCC, espacio cargado de ecos históricos, la artista valenciana exhibe su desobediencia estética. No es un simple recorrido retrospectivo: es la constatación de que una trayectoria de más de cuatro décadas se sostiene sobre la capacidad de incomodar, de torcer los símbolos y de ironizar sobre lo que otros pretenden solemne.
Dos tiempos, un mismo pulso
La muestra se articula en dos grandes bloques. El primero reúne lienzos de los años noventa, inéditos hasta ahora, donde todavía se perciben las huellas de su cercanía al pop, con sus colores contundentes y su apropiación de iconos publicitarios y culturales. El segundo, separado por casi veinticinco años, nos conduce a las telas más recientes y a su apuesta por el lenguaje audiovisual: un salto en apariencia brusco, pero en realidad coherente con su voluntad de transgredir.
Escamilla ha reconocido que siempre la sedujo la abstracción. En sus últimas creaciones el gesto, la materia y el color se imponen como protagonistas, como si la artista quisiera despojar a la pintura de ornamentos y dejarla desnuda, radical, atravesada por la pureza del acto pictórico.
Los temas que insisten
La ironía ha sido desde el inicio su herramienta más afilada. Con ella se aproxima a territorios incómodos: la explotación del cuerpo femenino, la violencia de la guerra, la brutalidad de la prostitución entendida como mercancía cotidiana, las relaciones de poder que habitan en lo íntimo. La artista confiesa que, aunque su compromiso es innegable, lo que en verdad la guía es la composición, el ritmo interno del lienzo, la arquitectura secreta de la imagen.
En Alteración del orden emergen también sus obsesiones icónicas: la música, el punk, los videojuegos, los emblemas de la cultura de masas. Son materiales que la artista no emplea como simple decoración, sino como detonadores de una crítica al orden establecido, espejos deformantes de una sociedad que consume símbolos sin reparar en sus grietas.
Relecturas y subversiones
Uno de los núcleos más provocadores de la muestra es la revisión de su serie Dolce far niente. Lo que en sus orígenes representaba la pasividad atribuida a lo femenino, ahora se reescribe en versiones masculinas: un desplazamiento que cuestiona la genealogía del arte y la distribución del deseo en la historia de la representación.
La inversión alcanza incluso obras icónicas de la tradición: la célebre Venus frente al espejo se transmuta en un Apolo frente al espejo, alterando la jerarquía del objeto y el sujeto, y evidenciando cómo los cuerpos han sido domesticados por la mirada patriarcal.
La irrupción del movimiento
El salto al videoarte se concreta en la pieza que da título a la exposición. Escamilla rescata un metraje en super-8 de los años setenta y lo recompone fotograma a fotograma, generando un relato que no existía: una ficción que, como su pintura, busca sacudir el orden impuesto. El montaje caótico, casi visceral, propone una narrativa abierta donde cada imagen es a la vez fragmento y estallido, invitación a mirar de otro modo.
Alteración del orden no es un simple homenaje retrospectivo: es la confirmación de que Mavi Escamilla ha hecho de la pintura y de la imagen un campo de batalla. Desde sus inicios pop hasta su deriva abstracta, desde los guiños irónicos a la cultura de masas hasta la radicalidad de la materia pictórica, su obra ha insistido en recordarnos que la belleza también puede ser un arma, que el sarcasmo puede abrir grietas en el discurso oficial, que el arte, en definitiva, sigue siendo capaz de alterar el orden del mundo.









