Más que una retrospectiva, la muestra es una conversación coral: 46 obras de Matisse dialogan con 49 piezas de otros creadores de los siglos XX y XXI, en un tejido de influencias, homenajes y relecturas. Bonnard, Derain, Picasso, Braque, Sonia Delaunay o Barnett Newman aparecen como huéspedes en una casa común: la pintura moderna. El proyecto, primer fruto del nuevo acuerdo estratégico entre la Fundación ”la Caixa” y el Centre Pompidou, busca precisamente eso: entender el arte como un espacio de hospitalidad y contagio.
La revolución de la simplicidad
Matisse, hijo de tejedores y comerciantes de pigmentos, aprendió que el color no se aplica: se trabaja como un oficio y se piensa como un lenguaje. A comienzos del siglo XX, su uso explosivo del color alteró la jerarquía académica de la pintura europea. Medio siglo después, sus collages recortados en papel —los célebres gouaches découpées— redefinieron el concepto de espacio pictórico. Entre ambas revoluciones se despliega una vida entera de investigación formal, en la que Matisse pasó del caos expresivo al refinamiento extremo, del exceso a la pureza.
“Primitivo y sofisticado”, “clásico y salvaje”, lo describieron sus contemporáneos. Esa tensión lo convierte en el artista bisagra entre la tradición y la vanguardia, un maestro que abre puertas a las generaciones futuras. Por eso el título Chez Matisse no alude a un museo, sino a una casa simbólica donde el arte moderno aún vive y se transforma.
Ocho habitaciones para una historia
La exposición se organiza en ocho apartados cronológicos que trazan un recorrido por su evolución y su influencia.
1. Línea y color (1900-1906)
Los primeros años muestran a un Matisse aún bajo la tutela de Gustave Moreau. Pero Lujo, calma y voluptuosidad (1904) inaugura otra era: el color se emancipa del contorno y el cuadro se convierte en un campo de luz vibrante. En Collioure y Saint-Tropez, junto a Derain, Marquet y los Delaunay, el artista enciende el fuego fauve que cambiará para siempre la percepción del paisaje.
2. Primitivismos o la emoción (1907-1913)
El contacto con las artes africanas y oceánicas abre un horizonte nuevo. En este capítulo, sus esculturas dialogan con El rapto de Europa (1938) de Jacques Lipchitz, revelando cómo el “primitivismo” fue menos una fuga exótica que una búsqueda de autenticidad emocional. En paralelo, los expresionistas alemanes —Kirchner, Nolde— y los rusos Lariónov y Goncharova compartían el mismo impulso: redescubrir la intensidad perdida del arte.
3. Provocar apariciones (1914-1917)
Los años de la Gran Guerra tiñen su paleta de oscuridad. Aparecen los interiores cerrados, las ventanas y las puertas que funcionan como umbrales hacia un mundo incierto. En los retratos de Greta Prozor y Auguste Pellerin, las figuras flotan entre la presencia y la desaparición.
4. Abstraerse (1914-1917)
El encuentro con el cubismo impulsa a Matisse a experimentar con la geometría del color. Puerta-ventana en Collioure, de 1914, marca el tránsito hacia la abstracción. En ese cuadro inacabado, el negro no es ausencia sino luz comprimida. Su influencia alcanza a František Kupka, pionero de la abstracción musical del color, y anticipa los ritmos ópticos de la pintura moderna.
5. Nuestro corazón mira hacia el sur (1917-1929)
Instalado en Niza, Matisse se sumerge en la sensualidad mediterránea. Los interiores con odaliscas, las telas y biombos de inspiración magrebí o española componen un teatro de la calma, donde la figura femenina encarna el diálogo entre cuerpo y espacio. Natalia Goncharova, fascinada por España en esos mismos años, comparte su fascinación por el arquetipo de la mujer hierática y decorativa.
6. Modernidades clásicas (1930-1938)
El viaje a Estados Unidos y Oceanía simplifica su trazo y amplía su horizonte. La muestra enfrenta sus naturalezas muertas con las de Picasso y Françoise Gilot, revelando tres modos de mirar el objeto: la contención poética de Matisse, la empatía sensorial de Gilot y la energía voraz de Picasso. Su crisis creativa de 1936 lo lleva de regreso a Cézanne y Bonnard, los maestros del equilibrio y la intimidad.
7. Días de color (1939-1951)
Los años de madurez están marcados por la invención del collage con papeles pintados con gouache. En Jazz (1947), el color se convierte en materia viva y el dibujo en movimiento. Colabora con Le Corbusier en la Capilla del Rosario de Vence, donde une arte y espiritualidad en una sinfonía de luz. Su influencia se extiende desde los expresionistas abstractos como Barnett Newman hasta los experimentos visuales de Raymond Hains y Jacques Villeglé.
8. Chez Matisse. Horizontes múltiples (1961-1970)
Décadas después de su muerte, su legado rebrota en los jóvenes artistas del grupo BMPT —Daniel Buren y Michel Parmentier—, que reinterpretan su uso del espacio blanco como elemento activo. Las obras contemporáneas de Zoulikha Bouabdellah, Baya o Anna-Eva Bergman prolongan su diálogo, introduciendo perspectivas poscoloniales y feministas.
La muestra dedica también un espacio a “lo decorativo”, concepto que Matisse defendió con orgullo: “La esencia del arte moderno es formar parte de nuestra vida”, declaró en 1945. Su pintura no busca adornar, sino irradiar alegría. En paralelo, las obras de Natalia Goncharova y las reflexiones de Marina Tsvetaieva amplían el debate sobre lo decorativo como fuerza poética.
El tema del desnudo femenino, omnipresente en su obra, se revisita desde una mirada contemporánea. Bouabdellah invita a reinterpretar esas odaliscas no como objetos de deseo, sino como cuerpos capaces de interpelar la historia del arte y su mirada masculina.
La enfermedad como génesis
En los últimos años, una operación lo obliga a pintar desde la cama. Matisse responde con una lección de resiliencia: sustituye el pincel por las tijeras y convierte el dolor en color. Sus recortes, luminosos y serenos, son símbolos universales de creación desde la fragilidad. La exposición incluye un espacio de mediación donde el visitante puede experimentar el proceso creativo de Matisse y sus herederos. Inspirado en los talleres colectivos, invita a los asistentes a crear composiciones propias a partir de materiales, colores y formas.
Además, CaixaForum organiza el ciclo Redescubriendo Matisse (4 de noviembre – 4 de febrero), con ponencias del filósofo Francisco Jarauta, la historiadora Marie-Thérèse Pulvenis de Séligny, la artista Susanne Kudielka, la comisaria Helena Alonso y el biólogo David Bueno. A ello se suma el taller Jugar con los límites. La lección de Matisse, del 13 de diciembre al 1 de febrero, que propone experimentar la creación desde lo desconocido.
En definitiva, Chez Matisse no es un homenaje nostálgico, sino una invitación a repensar la pintura como forma de vida. Matisse buscó un arte que no imitara la realidad, sino que la hiciera respirable. En tiempos de ruido y saturación visual, su lección sigue vigente: el color no decora el mundo; lo mantiene vivo.









