
Conejero no aborda a Carrington desde el dato ni la cronología, sino desde el temblor. Leonora es una carta de amor a la desobediencia y a la imaginación como refugio. Se adentra en los años juveniles de la artista —su estancia en la España posterior a la Guerra Civil, su internamiento, su fuga— para desplegar una pregunta que aún nos concierne: ¿Cómo resistir sin perder la lucidez ni el deseo? Inspirada en Memorias de abajo, la pieza convierte la enfermedad mental, la violencia psiquiátrica y la creación artística en espejos de un mismo abismo.
Alberto Conejero, Premio Nacional de Literatura Dramática por La geometría del trigo y artífice de joyas como La piedra oscura, vuelve aquí a su territorio más íntimo: la poesía escénica que indaga en la fragilidad del ser. Su mirada se une a la de Natalia Huarte, Premio Max 2024 a la mejor actriz por Psicosis, 4.48, una intérprete de intensidad volcánica que habita la escena como si cada gesto fuera un conjuro.
En Leonora, ambos se asoman a una mente que soñó despierta, a una mujer que habitó el límite entre lo humano y lo mítico. No se trata de representar a Carrington, sino de invocarla. En tiempos de penumbra, Leonora es un acto de resistencia luminosa: la confirmación de que el arte —cuando es verdad— sigue siendo la forma más pura de libertad.

Leonora Carrington (1917–2011) fue una de las voces más indómitas del surrealismo, una artista que transformó su exilio, su locura y su rebeldía en una mitología personal de asombrosa coherencia. Nacida en Inglaterra y naturalizada mexicana, su obra —pictórica y literaria— desafió las jerarquías de género y las fronteras del arte moderno. En un movimiento dominado por figuras masculinas como Breton o Ernst, Carrington no fue musa sino creadora: convirtió el sueño en lenguaje propio, la imaginación en acto político.
Su trayectoria vital está marcada por una incesante búsqueda de libertad. Dejó atrás la aristocracia británica, sobrevivió a la internación psiquiátrica y halló en México un territorio fértil donde lo mágico y lo cotidiano coexistían sin conflicto. En ese cruce entre culturas, escribió textos esenciales como La casa del miedo o La debutante, y pintó visiones donde lo femenino se transfigura en bestiario, en alquimia, en rito. Su universo está habitado por animales parlantes, diosas, brujas, seres híbridos que disuelven el racionalismo occidental y anuncian una nueva cosmogonía.
El impacto cultural de Carrington reside en haber abierto una grieta en la historia del arte desde la periferia: introdujo una espiritualidad pagana, feminista y ecologista antes de que esos términos existieran como corrientes. Su influencia se advierte hoy en artistas contemporáneas como Remedios Varo, Kiki Smith o Leonor Fini, y en la recuperación crítica del surrealismo femenino.
Más de un siglo después de su nacimiento, la obra de Carrington sigue vibrando con una actualidad deslumbrante. En un tiempo donde la imaginación parece subyugada por la tecnología y el consumo, su legado recuerda que el verdadero acto de resistencia consiste en inventar mundos. Leonora Carrington no solo pintó sueños: los hizo habitables.
