DELACUEVA se afianza como una de las propuestas emergentes más sólidas y luminosas del panorama musical español. En su nuevo trabajo, compuesto por diez canciones, el zaragozano consolida un sonido que se mueve entre el pop guitarrero, la energía desbordante y una frescura que se vuelve marca de identidad.
“Casi todas las canciones son pequeños cuentos en los que me gustaría vivir —otras son caricaturas de mí mismo, porque la vida es demasiado corta para no reírse de uno— y algunas funcionan como críticas o desahogos personales que me sirven de redención y sanación”, explica el músico.
Su universo lírico está hecho de ironía, ternura y verdad: un caleidoscopio donde conviven la introspección y la sátira, la herida y la carcajada.

Entre los temas del álbum, “Soy un puto criminal” destaca como su focus track: un tema tan contagioso como demoledor. Detrás de su fachada festiva y luminosa se esconde una historia sobre el amor roto y sus cicatrices emocionales, narrada con un humor punzante que transforma el dolor en ritmo.
Saxofones y guitarras acústicas se entrelazan en un estribillo irresistible, mientras el propio artista se autodefine como un “criminal sentimental”. Frases como “tengo la piel de mazapán y un corazón de mierda” condensan su mezcla de ternura y brutal honestidad.
El videoclip, rodado en una cárcel, multiplica el absurdo: DELACUEVA canta entre un coro de chicas con pasamontañas que ejecutan una coreografía tan imperfecta como fascinante. Un caos coreografiado que encarna su espíritu artístico: tragicómico, libre y desbordado de vida.
Las canciones de DELACUEVA se distinguen por su trinomio esencial: melodías, letras y actitud.
Temas como Así Bailaban los Muertos, Partido en Dos o Soy un Puto Criminal demuestran su capacidad para crear estribillos que se adhieren a la memoria con la naturalidad de un reflejo.
Su escritura oscila entre la fábula y la confesión, alternando escenarios oníricos —Premio a Mejor Guión Original, Partido en Dos, Me Pareció Ver un Lindo Gatito o Y Ahora No— con piezas más crudas y personales —Así Bailaban los Muertos, Estoy Jodido, Cuando Más Te Necesitaba—.
El músico convierte la cultura pop en un lenguaje emocional: García Márquez dialoga con Travolta y Olivia Newton-John, Woody Allen se cuela en los versos de Premio a Mejor Guión Original, y Piolín comparte plano con el Mejunje Art-Attack en Me Pareció Ver un Lindo Gatito.
También hay ecos de los Arctic Monkeys (Tranquility Base Hotel & Casino, Reckless Serenade) y guiños nostálgicos a Digimon, ese refugio de infancia donde la amistad y el caos siempre encontraban su armonía.
Irreverente, vulnerable y encantadoramente torpe.
DELACUEVA ha hecho de sus movimientos escénicos una seña personal: bailes tan desastrosos como magnéticos, entre la ironía y la entrega absoluta. Su presencia sobre el escenario conjuga el descaro con la fragilidad, el humor con una sensibilidad que roza lo poético. Ese contraste entre provocación y ternura —sumado a su humor cáustico y a una energía eléctrica en directo— explica por qué muchos lo consideran una de las grandes promesas del pop-rock español.
Quizá su mayor ruptura no sea musical, sino filosófica. DELACUEVA reniega del término artista: “No creo en esa figura”, afirma. “Gracias a todos los que escucháis mi música, porque yo solo escribo canciones, pero vosotros sois realmente quienes tenéis el poder de llegar a sentir magia mientras las escucháis, y, finalmente y con algo de suerte, convertir esas canciones en Arte. Por eso, por favor, no me llaméis artista, llamadme músico, compositor, artesano si queréis, o simplemente, llamadme DELACUEVA.”
Todas las piezas del álbum cobran vida visual gracias a la productora zaragozana Vanilla Bloom, con la que el artista mantiene una relación creativa tan sólida como delirante.
En sus videoclips, DELACUEVA baila con los espectros de su pasado en teatros vacíos, comparte pantalla con Jordi Cruz bebiendo mejunjes imposibles, canta en lavacoches, cárceles y azoteas bañadas en blanco y negro, rodeado de gatitos surrealistas, amantes con pasamontañas o versiones magulladas de sí mismo.
Cada escena parece un sueño entre el videoclip y el delirio, una expansión natural de su universo musical donde el absurdo y la emoción se dan la mano. Con su mezcla de humor, vulnerabilidad y una imaginación desbordante, DELACUEVA demuestra que el pop aún puede ser un territorio de libertad. Sus canciones no buscan la perfección, sino el temblor: ese instante en que una melodía, por absurda o luminosa que parezca, nos recuerda que estamos vivos.
