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El murmullo del planeta: cuando Akomfrah convierte la historia en un diluvio de memoria

Hay exposiciones que se contemplan; otras, se escuchan. “Escuchando toda la noche la lluvia”, del artista británico John Akomfrah, es una experiencia que exige silencio, paciencia y una sensibilidad abierta al temblor. Lo que presenta el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza junto a TBA21 Thyssen-Bornemisza Art Contemporary no es una simple muestra, sino un ejercicio de escucha profunda, una plegaria audiovisual ante las ruinas del tiempo.

Akomfrah —premio Artes Mundi 2017, representante de Ghana en la Bienal de Venecia 2019 y fundador del Black Audio Film Collective— es un artista de la memoria: su obra reordena el archivo del mundo como quien busca sentido en los fragmentos de un naufragio. En Escuchando toda la noche la lluvia, su proyecto más ambicioso hasta la fecha, convierte el museo en una catedral líquida, donde el agua es al mismo tiempo metáfora y método. La muestra, comisariada por Tarini Malik, podrá visitarse hasta el 8 de febrero de 2026, y prolonga el diálogo iniciado en 2018 con Purple, aquella instalación monumental que exploraba la crisis medioambiental como tragedia coral del Antropoceno.

John Akomfrah

.El agua como memoria

El título nace de un poema del siglo XI del autor chino Su Dongpo, escrito en el exilio. En él, la lluvia se convierte en testigo de lo efímero, en la voz que sobrevive cuando todo lo demás se disuelve. Akomfrah recoge esa idea y la transforma en arquitectura visual: el agua fluye entre sus pantallas, une tiempos y geografías, y arrastra las huellas del colonialismo, las migraciones y la catástrofe ecológica. “La metáfora clave —ha dicho el artista— es la inundación. La obra habla del cambio climático, pero también de repensar lo que ha sido nuestro pasado. Escuchar tu pasado es un buen ejercicio”.

La exposición se articula en Cantos, videoinstalaciones multicanal que mezclan material de archivo, grabaciones nuevas y sonido inmersivo. Inspirado en la noción de epistemología acústica del etnomusicólogo Steven Feld, Akomfrah construye un manifiesto sobre el poder político de la escucha. Cada Canto es una sinfonía de imágenes y voces: canciones marineras, discursos anticoloniales, murmullos de selvas y océanos. Lo visual no manda; acompaña. El sonido se erige en protagonista, como si la historia —esa vieja maquinaria imperial— pudiera por fin contarse con otros oídos.

Cartografía del dolor

En Madrid se presentan cinco de los ocho Cantos que formaron parte del Pabellón Británico en la Bienal de Venecia 2024, donde el artista transformó un espacio neoclásico en un viaje de agua y sombra. El recorrido comienza en el jardín del museo, con Canto I, una niebla de voces del Sur Global que visibiliza el impacto del colonialismo y del cambio climático. Es una apertura ritual: el visitante no entra, se sumerge.

Más adelante, Canto IV despliega una orilla imposible, poblada de objetos cotidianos —patitos de goma, mariposas, dispositivos de música— flotando entre recuerdos. Bancos de peces nadan al ritmo de canciones marineras mientras rostros inuit y estibadores se cruzan en el flujo de la memoria. Todo está unido por el agua: lo doméstico y lo épico, lo perdido y lo que aún resiste.

En Canto VI, el artista aborda los movimientos independentistas de África y Asia: la rebelión Mau Mau en Kenia, la partición de la India, el asesinato de Patrice Lumumba. Son escenas que no buscan ilustrar, sino resonar. La historia colonial se escucha como un eco que nunca cesa.

Canto VII gira hacia la generación Windrush, los migrantes caribeños llegados a Gran Bretaña en 1948. La cotidianidad de su vida —la música, los paisajes, los sueños— convive con los discursos de Martin Luther King Jr., Malcolm X y Angela Davis, creando un puente entre las luchas del pasado y los clamores de hoy.

El ciclo culmina en Canto VIII, donde la guerra se despliega como un diluvio tóxico. Corea, Vietnam, paisajes devastados: la cámara de Akomfrah no busca el horror, sino su eco. Cuerpos, ríos, objetos —todo parece respirar bajo el mismo aguacero—. La lluvia cae como una advertencia: escuchar el planeta es la única manera de no repetir su destrucción.

III. Ecos en el museo

El proyecto dialoga con seis obras de la colección del Thyssen, un gesto curatorial que amplifica el diálogo entre tiempos y disciplinas. El Campesino catalán con guitarra de Miró responde al pulso rítmico y popular de los Cantos; el lienzo rasgado de Lucio Fontana, Venecia era toda de oro, abre heridas que recuerdan las fracturas del tiempo imperial; Yves Klein, con su Esclavo agonizante (según Miguel Ángel), ofrece un eco de los cuerpos espectrales de Akomfrah, suspendidos entre lo humano y lo mineral. También están Oskar Schlemmer, Stuart Davis y Romare Bearden, cuyas obras dialogan desde la geometría, el ritmo y el collage con la multiplicidad del artista británico.

No se trata de ilustrar la historia del arte, sino de crear un tejido de resonancias. Como si el museo —ese templo de la permanencia— se dejara empapar por las historias que la Historia quiso secar.

Desde su primera colaboración con TBA21, Purple (2018), Akomfrah ha trabajado junto a la fundación de Francesca Thyssen-Bornemisza en torno a la crisis climática, la migración y los legados coloniales. La idea de “escuchar como activismo” atraviesa tanto su obra como el programa curatorial de la fundación, centrado en narrativas decoloniales y conocimientos indígenas. “Crear las condiciones para escuchar, ya sea al océano o a las comunidades en lucha”, ha dicho Francesca, definiendo un ideario que se materializa aquí con una precisión poética.

Escuchando toda la noche la lluvia no es solo una prolongación del proyecto veneciano, sino una declaración de principios: la convicción de que el arte puede ser un lugar de resistencia ante la amnesia colectiva. Frente al ruido del presente, Akomfrah propone un acto radical de atención.

El visitante que recorra esta exposición no encontrará respuestas, sino un murmullo constante: el del agua que recuerda, el del pasado que insiste, el de un planeta que, aun herido, sigue hablando. Porque escuchar —como sugiere Akomfrah— puede ser la forma más profunda de intervenir.

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