Desde sus primeros trabajos, Álvaro Sola ha demostrado un interés por el cuerpo como territorio en conflicto. No como soporte estético ni como vehículo narrativo convencional, sino como archivo de traumas, fricciones y memorias colectivas. El cuerpo en Sola no actúa: arde, se expone, se fragmenta, se niega. Lejos del virtuosismo complaciente, su corporalidad se impone como gesto político, como arma de resistencia y también como herida abierta.
El espectador no es un testigo pasivo, sino un cómplice o incluso una víctima. Sus puestas en escena recurren con frecuencia al uso de elementos rituales, residuos industriales, luz cruda, materiales orgánicos y música en vivo o distorsionada, generando un ambiente denso, casi sacrificial, donde lo escénico se funde con lo performativo.
El estilo de Álvaro Sola está atravesado por la herencia de la danza butoh, el teatro de la crueldad de Artaud y ciertas derivas del posdrama europeo. Sin embargo, lo que distingue su propuesta es la capacidad de traducir esas influencias en una dramaturgia personal, profundamente arraigada en lo autobiográfico y lo local. Su trabajo no es una copia estilizada de modelos foráneos, sino una reinvención situada, cargada de crítica social, de furia queer y de ternura disidente.
En cuanto a la palabra, Sola la trata con ambivalencia. A veces la suprime en favor de lo visual y lo sonoro; otras veces la vuelve materia escénica, rugosa, tartamuda, poética. En sus textos —cuando los hay— se detecta una voz lírica, entre lo confesional y lo surreal, que remite tanto a la tradición lorquiana como a los gritos mudos de la poesía contemporánea más radical.
Un elemento distintivo de su obra es el uso del espacio como extensión del conflicto. Sola tiende a intervenir lugares no convencionales: naves industriales, iglesias abandonadas, patios vecinales. No se trata solo de una estética del sitio específico (site-specific), sino de una búsqueda activa de la contaminación entre lo artístico y lo cotidiano, entre el ritual y la basura. Así, cada función se convierte en una experiencia irrepetible, donde el arte se vuelve acto de presencia, de comunidad, de exposición radical.
Álvaro Sola ha sabido construir una trayectoria coherente y valiente, al margen de los circuitos comerciales, sin concesiones al espectáculo fácil ni al marketing de la diversidad. Su obra es incómoda porque desnuda, porque interpela, porque no se puede consumir sin consecuencias. En un mundo cada vez más anestesiado, Sola encarna la figura del artista necesario: el que no solo pregunta, sino que se quema con las respuestas.
Sombras es una propuesta vibrante y experimental en la cual Alvaro Sola construye un espejo sonoro y visual en el que se enfrenta a su propia identidad y, al mismo tiempo, invita al espectador a verse reflejado en sus luchas y sueños. Un espectáculo donde lo personal se convierte en colectivo, y donde cada nota y cada palabra resuenan como un eco de lo que nos une a todos.
El espectáculo, en el que participan Álvaro Sola (voz), Víctor del Amo (guitarra) y Alfonso Garrido (piano), presenta ante el espectador un espejo en el que mirarse con una gran cercanía y sensibilidad. Además, el vestuario habla por sí mismo. Una bata de cola de 1,5 m. y un traje de tela artesanal son una muestra más de todo lo que hay detrás de este trabajo.
