
Ayako Rokkaku (六角彩子, Chiba, 1982) representa una de las voces más singulares del arte contemporáneo japonés. Autodidacta convencida, desarrolló desde muy joven una práctica pictórica visceral que privilegia el contacto directo con la materia sobre la mediación de la herramienta: pinceles y brochas ceden el protagonismo a las yemas de los dedos y las palmas de las manos, aplicando acrílicos en trazos enérgicos y espontáneos.
Criada en la periferia industrial de la prefectura de Chiba, Ayako vivió una infancia en la que el dibujo era su refugio. Aunque llegó a inscribirse en una carrera de diseño gráfico, muy pronto comprendió que los cánones académicos y las exigencias comerciales estaban reñidos con su impulso creativo más genuino. A los diecinueve años, tras una sesión improvisada frente a un lienzo en un parque local, descubrió la fuerza de la pintura intuitiva: sin bocetos previos, su mano trazó siluetas y manchas de color que le revelaron una vía de expresión directa y personal.

La firma de Rokkaku radica en la impronta física de sus gestos. El gesto plástico –la presión, la rotación de la muñeca, el golpe del puño– queda registrado en cada relieve de la pintura, donde el acrílico se pliega, se arruga y se expande de manera casi escultórica. Sobre soportes diversos (lienzo, cartón corrugado, muros urbanos o incluso maletas intervenidas), su trazo conserva la memoria del movimiento corporal: es a la vez acción performativa y obra estática.
En su imaginario recurrente hallamos figuras femeninas y infantiles de ojos grandes –remembranza del manga–, peces que flotan ajenos a toda gravedad, capullos y flores de contornos delicados, así como nubes vaporosas que parecen susurrar historias naíf. Lejos de un cuento infantil, estos elementos se ensamblan en un escenario onírico donde conviven la inocencia y la melancolía, ofreciendo visiones de un mundo que celebra la belleza efímera de los instantes.
Tras su irrupción en ferias como Geisai (la plataforma impulsada por Takashi Murakami), su nombre comenzó a circular fuera de Japón. Exposiciones individuales en Europa –entre ellas en Ámsterdam, Berlín y Róterdam– y participaciones en ferias como Art Basel o la European Fine Art Fair le permitieron consolidar un público global. En cada muestra, sus piezas de gran formato comparten espacio con objetos intervenidos: maletas, cajas de madera o incluso árboles pintados, soportes que subrayan el carácter expandido de su práctica.

Rehuyendo la idea de un estudio aislado, Rokkaku ha residido y trabajado en ciudades tan diversas como Berlín, Porto y Nueva York. En cada contexto urbano absorbe estímulos (texturas de muros, ritmos de la calle, paletas de luz local) que luego se traducen en nuevos matices de color y formas. Esta movilidad le ha permitido entablar diálogos con artistas de distintas generaciones, incorporando en su proceso residencias, talleres y colaboraciones que nutren su lenguaje plástico.

La demanda por sus lienzos y objetos intervenidos ha crecido de forma sostenida. Galerías tanto en Asia como en Europa la representan y su obra figura en colecciones privadas y museísticas de distintas latitudes. Subastas recientes han demostrado un interés al alza, consolidando su posición dentro del circuito contemporáneo y proyectando su trabajo hacia nuevos mercados.
En su obra nada es fijo: las figuras emergen y se disuelven, evocando la forma en que las nubes se transforman y se recomponen en el cielo. La exposición incluye una live painting o performance pictórica de la artista.

Acerca del Museo Thyssen-Bornemisza: https://www.museothyssen.org/