El librepensador que buscó la belleza en la diferencia
Erwin Olaf Springveld (1959-2023) se convirtió en una de las figuras centrales de la fotografía internacional. Reconocido por su escenografía teatral, su iluminación precisa y un perfeccionismo obsesivo, también lo fue por incomodar con preguntas esenciales sobre la libertad, la identidad, la sexualidad y el género.
No era únicamente un artista de la imagen, sino un activista de lo sensible. Creyó en la diversidad como un derecho irrenunciable y en el cuerpo humano —sin jerarquías ni censuras— como territorio de dignidad. Defendió la vida nocturna como espacio de resistencia, la fiesta como antídoto contra la intolerancia y la imagen como un arma contra la discriminación. En esta retrospectiva, su militancia atraviesa toda la narrativa expositiva.
De las calles al estudio: la conquista de la puesta en escena
El recorrido se abre con las fotografías en blanco y negro de principios de los años ochenta, cuando Olaf aún se acercaba a la realidad desde una mirada periodística. Manifestaciones en defensa de los derechos homosexuales y escenas urbanas espontáneas revelan su temprano compromiso social y, a la vez, su búsqueda de una luz controlada que lo empujaría pronto hacia la ficción cuidadosamente diseñada.
Ese salto se materializó en sus grandes series de estudio, que aquí reaparecen en diálogo: Ladies Hats (1985-2022), Chessmen (1987-88), Royal Blood (2000), Fashion Victims (2000), Grief (2007), Berlin (2012) o Skin Deep (2015). Obras icónicas que conviven con piezas menos conocidas y con encargos, como la serie SM in Holland (1989) o las fotografías para el Ballet Nacional Holandés.
Todas ellas responden a una pulsión constante: defender el derecho a ser uno mismo. La fiesta, recurrente en su obra, aparece como territorio de emancipación, pero también de amenaza. Así lo sugiere Paradise (2001), donde la celebración se torna escenario de violencia latente.
En paralelo, Olaf fue autor de campañas para Aidsfonds y para COC, la primera organización LGBTQ+ del mundo, aportando a la causa una estética capaz de conmover tanto como de movilizar.
El tiempo de la madurez: mirar al mundo desde la contemplación
La última parte de la exposición concentra sus series más recientes, donde técnica y concepto se destilan en una mirada más contemplativa. Im Wald (2020) examina nuestra relación con la naturaleza, mientras que April Fool, concebida durante la pandemia, refleja el aislamiento y la fragilidad humana. Ambas se presentan por primera vez en un museo.
A ellas se suman Palm Springs (2018), una exploración del derrumbe del “sueño americano”; Shanghái (2017), centrada en el papel de la mujer en distintas culturas; y Muses (2023), serie inédita que reflexiona sobre la transitoriedad de la vida y la aceptación de la muerte. Un testamento visual en el que Olaf parece dejar en claro que su estética siempre fue una forma de interrogar lo efímero.
Flores para una despedida
El motivo del jarrón de flores atraviesa gran parte de su producción. Olaf lo utilizaba como un ejercicio personal, un modo de limpiar la mente y reenfocar su energía. La tradición lo asocia con la fugacidad de la vida: de la floración al marchitamiento.
En su último año, tras un trasplante de pulmón, comenzó una serie de flores para su madre, y poco después inició otra dedicada a sí mismo. No pudo terminarla. Lo que quedó, un vídeo interrumpido, es ahora For Life, la obra que clausura la exposición. Un cierre conmovedor que funciona como metáfora de su vida interrumpida y como espejo de su incesante búsqueda de sentido.
Voces alrededor de la memoria
Rein Wolfs, director del museo, lo resume con precisión: Olaf fue más que un fotógrafo, fue un artista versátil cuya obra solo se entiende dentro de la historia del arte. La exposición, dice, permitirá ver su legado bajo una luz renovada, aunque con la tristeza de que él no esté presente.
Shirley den Hartog, directora del Studio Erwin Olaf y creadora de la fundación que lleva su nombre, recuerda que este fue su último deseo: exponer en el Stedelijk, un museo con el que mantuvo una relación ambivalente. Que finalmente se cumpla, añade, es un acto de reconciliación póstuma.
El comisario Charl Landvreugd insiste en mostrar no solo las imágenes sino las motivaciones que las sostuvieron. Ver la evolución de su estilo, afirma, es descubrir un lenguaje depurado, minimalista y contemplativo, pero siempre fiel a su esencia.
Un programa vivo para seguir celebrando su legado
La exposición no se limita a las salas del museo. Habrá charlas introductorias gratuitas los fines de semana y visitas guiadas de los Blikopeners, jóvenes mediadores con su propio estilo. Un programa educativo específico se ha diseñado para estudiantes de formación profesional, reflejo del interés que Olaf siempre mostró por esta etapa formativa.
Además, el 16 de octubre se celebrará el Día de la Industria Creativa, dedicado a potenciar habilidades artísticas y empresariales de los jóvenes.
La Noche de los Museos del 1 de noviembre tendrá un apartado dedicado a Olaf, centrado en la cultura nocturna y la autoexpresión. Y, como epílogo festivo, Paradiso acogerá el 1 de febrero una fiesta inspirada en los thé dansants que él mismo organizaba: un recordatorio de que, para Olaf, la celebración era también un acto de resistencia.
En conjunto, Erwin Olaf – Libertad no solo rinde homenaje a un creador irrepetible, sino que ofrece la oportunidad de entender la coherencia de una vida dedicada a ensanchar los márgenes de lo visible. Una retrospectiva que es, en sí misma, un manifiesto: la libertad no fue un tema en su obra, sino el hilo que la sostuvo de principio a fin.









