Urban Beat Contenidos

¿“El Kremlin de azúcar” o el Putin de bilis?: Vladímir Sorokin nos saca de dudas con su nuevo libro

En "El Kremlin de azúcar", Vladímir Sorokin construye un espejismo distópico que huele a caramelo derretido con la hoz de bilis incandescente del señor Putin en pleno otoño de un régimen que se enorgullece en la plaza rojiza helada del Kremlin, de masacrar niños ucranianos, y de paso, engordar a su pueblo ingenuo con sórdidos algodones de azúcar, para luego, marcarlo como reses so pena de ser envenenados por ser proscritos. En estas páginas no gobierna el realismo al uso, sino una fantasía brutal, afilada como diamante, una alegoría mordaz de un poder que se disfraza de dulzura para transformarse en sanguinaria tiranía a través de una fábula inocente. Con la precisión del satírico más implacable, Sorokin esculpe un futuro posible –vacaciones navideñas de 2028– donde emerge un “Kremlin de azúcar”, un regalo para niños convertido en símbolo de un Estado neomedieval que consume, que devora y que disfraza su dominio con rituales hipnóticos azucarados

Publicado por Acantilado en 2025, El Kremlin de azúcar (Sájarny Kreml, título original) despliega sus quince capítulos como fragmentos de un gran mosaico, mostrando la sociedad rusa dividida cien veces: hologramas y robots conviven con señores feudales; la tecnología y lo metafísico; a los oprimidos frente a los opríchniks; lo antiguo y lo nuevo entrelazados en sangrantes contradicciones. Lo efímero –el azúcar soluble en té, regalado en la Plaza Roja a niños y niñas– se convierte en centro de una mitología poética-política, metáfora de un poder que promete encanto e ignora la sustancia humana.

Sorokin prosigue el hilo que ya estaba más que trazado en El día del oprichnik, su novela anterior. Pero no estira la misma trama: en lugar del relato único, nos entrega relatos múltiples; en lugar de un soberano concreto, un soberano omnipresente; en lugar de una historia lineal, una galería de visiones, de rituales, de voces que se superponen. Este libro es un atlas sentimental del alma rusa, una enciclopedia descompuesta donde cada capítulo es al mismo tiempo fábula política, grotesco ceremonial, farsa, y momento lírico inesperado.

Desde el primer capítulo, la tensión entre lo ridículo y lo ominoso, entre lo carnavalesco y lo cruel, nos atrapa: la imagen del Kremlin de azúcar que se disuelve en el té anticipa ya el destino de quienes creen en los símbolos dulces. Niños que reciben algo bello, algo comestible, algo efímero; luego ese símbolo pasa de mano en mano, entre clases sociales, entre señoríos y servidumbres. Sorokin juega con la idea del presente como máscara del pasado; con la memoria que se desfigura y vuelve como enfermedad. El régimen no es solo autoritario, es performativo, visible en los gestos, los símbolos y en la manera en que la gente consume el poder, lo saborea, lo bebe, lo olvida.

Las escenas que pintan colas para el pan, hologramas que promocionan rituales ortodoxos, la vigilancia tecnológica combinada con iconos religiosos, los espectáculos grotescos en plazas pintadas de blanco: todo esto se combina en un cosmos donde lo extraordinario se cuela en lo cotidiano para desestabilizar lo que dábamos por obvio. Este mundo neomedieval es, sin embargo, espejo de nuestras distopías reales, de las costras que cubren las democracias que olvidan su deuda con la verdad, la justicia, el recuerdo.

El estilo de Sorokin arde en esas tensiones. Su lenguaje alterna registros: hay arcaísmos, hay burocracia poética, jerga publicitaria, fraseología de culto religioso y retórica del poder. No todo es símbolo puro; algunas páginas funcionan como un desfile de bordes canturreantes del absurdo. Sorokin no quiere sólo denunciar; quiere provocar que el lector se sienta incómodo, que dude, que reconozca en esas imágenes distantes un eco de “aquí” y “ahora”. No es sólo la Rusia futura la criticada: es cualquier paisaje humano en el que el poder, la memoria, la obediencia y la fe se mezclan sin borrarse.

Una característica significativa es cómo Sorokin reutiliza, resignifica y deforma la tradición literaria rusa: la idea del zarismo y lo feudal, la herencia de los cuentos, del absurdo gótico, de la sátira grotesca que tienen raíces antiguas. Pero lo mezcla con tecnología, con hologramas, con robots que sirven copas, con propaganda digital. Lo medieval y lo futurista conviven en catástrofe estética, en exceso visual, en escenas que se leen casi como cuadros vivientes: palacios que se desmoronan simbólicamente, rituales públicos que son teatro del terror, la Soberana que al amanecer huele a pastel quemado.

El libro no prescinde del humor negro ni de la ironía punzante. Sorokin parece disfrutar deformando lo sagrado, lo solemne, lo oficial. La lectura de El Kremlin de azúcar se siente como adentrarse en un carnaval sombrío, donde los disfraces son reales, donde el miedo está disfrazado de adorno, y donde la gula –de poder, de obediencia– se sirve en bandeja de azúcar.

Si algo queda claro al cerrar el volumen es que la “gran enciclopedia del alma rusa” que propone Sorokin no está escrita desde el heroísmo, sino desde la fisura, desde lo deformado, desde lo que el poder arroja a los márgenes para poder seguir creyendo que no está allí. Esta Rusia de 2028 que Sorokin inventa es una fábula política feroz pero también una advertencia moral: cuando los símbolos devoran la sustancia; cuando los rituales de poder se vuelven decorativos; cuando la memoria es obligatoria pero vacía; cuando lo dulce se disuelve en el líquido de la mentira.

En suma, El Kremlin de azúcar no es solo un nuevo libro para los seguidores de Sorokin, es un golpe literario, una carcajada amarga, un espejo oscuro para lectores que deseen mirar más allá de la anécdota. Sorokin nos recuerda que la ficción no sirve sólo para escapar, sino para recuperar el asombro, para encender la sospecha, para preguntarnos quién soporta el peso del poder cuando los muros ya no se ven, sino que se saborean.

Conjunto escultórico soviético dedicado a Stalin en el metro de Moscú. / EFE Xavier Carbonell

Compartir:

Facebook
Twitter

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Urbanbeat Julio 2024
¡Descarga ahora el último nùmero de nuestra revista!

La novela insurrecta hermana del cine distópico

El siglo XX no solo transformó la manera de concebir la literatura, sino también la forma de narrar. La irrupción del cine como lenguaje autónomo, con sus recursos de montaje, sus encuadres y su obsesión por capturar la inmediatez del gesto, se convirtió en un espejo inevitable para los escritores. Así, emergió un tipo de novela que podríamos llamar “cinematográfica”: aquella cuya estructura y ritmo evocan la cámara, cuya prosa se desliza como si fuese un travelling, y cuyos silencios sugieren la elocuencia de un fundido a negro. La literatura, siempre atenta a los lenguajes vecinos, absorbió el impacto del séptimo arte y lo tradujo en un estilo narrativo que privilegia lo visual, lo ágil, lo atmosférico.

Michel Nieva y la distopía disfrazada de salvación: una lectura crítica de “Ciencia Ficción Capitalista”

Hay libros que no se limitan a describir una época, sino que la desnudan con bisturí afilado, y “Ciencia ficción Capitalista”, de Michel Nieva, pertenece a esa estirpe incómoda. “Este ensayo pretende ser una crítica política a la estetización de la acumulación capitalista mediante la tecnología” así describe el filósofo Michel Nieva (Buenos Aires, 1988) su último libro. No es un ensayo concebido para el consumo rápido ni para engrosar las bibliotecas de moda; es, ante todo, una radiografía crítica de las narrativas con las que el capitalismo tecnológico intenta justificarse. Su eje es claro y contundente: los multimillonarios de Silicon Valley, con sus discursos mesiánicos sobre la colonización de Marte, la inmortalidad digital o el turismo espacial, han apropiado el imaginario de la ciencia ficción para vendernos la ilusión de que habrá un futuro brillante más allá de los escombros de la Tierra.

El libro “Chanel Alta Costura” de la mano de Sofia Coppola ilumina los entresijos de la maison parisina

Existen libros que no se leen, sino que se absorben en nuestro imaginario, con la sutileza de sus páginas. Sus alas narrativas no avanzan como capítulos, sino como oleadas visuales que se incrustan en la piel intelectual de cualquier lector ansioso por conocer los entresijos de la alta costura. El libro “Chanel Alta Costura”, editado por Sofia Coppola, pertenece a esa clase secreta de volúmenes que no buscan descifrar la moda, sino transmitir el estremecimiento emocional que esta despierta. No pretende ser teoría, ni inventario sistemático: es un álbum personal, casi una confesión que hecha imagen, rinde un emocionante homenaje a la legendaria Coco Chanel.

Leonardo Padura y “Morir en la arena”: crónica de una herida irresuelta de un acólito de la dictadura

Hay escritores que convierten la página en blanco en un protocolo de la memoria colectiva: registran, clasifican, exponen las heridas del tiempo con la precisión metódica de un perito. Leonardo Padura es de esos y como acólito de la dictadura cumple su función épica de resistencia pactando con los esbirros de Canel una estrategia de no agresión, siempre y cuando goce de ciertos beneficios, al alcance de unos pocos privilegiados como la difunta Alicia Alonso, el genial Carlos Varela o el amantísimo Silvio Rodríguez . Nacido en La Habana en 1955, ha hecho de la ciudad su mapa, su expediente y, a la vez, su paciente literario con una enfermedad incurable gracias a la nefasta Revolución Cubana. En “Morir en la arena” vuelve a concentrar la energía de una carrera dedicada a nombrar lo que muchos prefieren dejar fuera del relato —la descomposición íntima, la fatiga social, la rutina del desapego—; pero lo hace sin estridencias, con la paciencia cortante de quien sabe que la verdad duele más cuanto más se la despoja de adornos. Sigue viviendo en la Cuba dictatorial, sigue padeciendo el síndrome de Estocolmo porque considera que le pueden quitar todo, menos su alma de escritor brillante. También es cierto que no se ha ido de Cuba porque algunos privilegios le salvan del exilio o de la cancelación de la dictadura de Díaz Canel. Es el típico escritor privilegiado que critica un régimen, mientras se nutre de todas sus obscenidades libertarias y disfruta de condescendencias proscritas, cuyo origen, ni el mismo sabe.

La obra literaria de Juan Carlos Trinchet: crítica a su densidad extrema y lirismo opresivo

La exigua obra de Juan Carlos Trinchet, publicada en Urban Beat, representa un ejercicio de audacia literaria que, sin embargo, exhibe notables excesos lingüísticos memorables que comprometen la efectividad de su narrativa. Trinchet al parecer, nunca ha escuchado, entendido, asimilado, comprendido o en última instancia, aceptado, la gran frase: “menos es más”. Sus relatos recientes, densos, psicológicamente henchidos de un lirismo abrumador, buscan construir universos fragmentados de introspección profunda y crítica social en última instancia, pero a menudo, caen en una escritura sobrecargada que puede alinear al lector y dificultar la comprensión de la historia que este señor quiere contar. La obsesión compulsiva por la fragmentación temporal y la introspección extrema de metáforas abrumadoras donde los signos de puntuación son inexistentes en muchos casos, conduce a veces a una dispersión depresiva narrativa, donde el estilo eclipsa el contenido. O viceversa. Trinchet en sus relatos se opone a poner signos de puntuación y entonces el lector al quedarse sin el aire de las pausas, abandona el relato. Es tan frenético el ritmo que podemos pensar que es una buena opción, abandonar su lectura. No obstante, quizás su valor radique en su propia imperfección.

Los ocho “Premios Planeta” imprescindibles en este verano

Leer, es un hábito que si se fomenta desde el crecimiento espiritual y la curiosidad, da buenos frutos. Y hablando de buenos frutos literarios de gran valor, no podemos desdeñar ocho clásicos contemporáneos que ostentan el Premio Planeta. Las vacaciones de verano representan mucho más que un descanso físico: son una oportunidad para reencontrarnos con nosotros mismos, alejarnos del ruido cotidiano y explorar mundos interiores. En este contexto, la lectura emerge como una de las formas más significativas de esparcimiento psicológico y pausa existencial. Sumergirse en un libro durante el verano no solo entretiene, sino que permite acceder a una dimensión de introspección y enriquecimiento personal que pocas actividades logran ofrecer.

También te puede interesar

La Flotilla de la Libertad ha sido interceptada por las fuerzas israelíes en una dudosa zona de exclusión marítima, pero el pulso entre conciencia y poder nunca no podrá zozobrar

En el Mediterráneo, donde el azul profundo se confunde con la tensión geopolítica, la reciente intercepción de la Flotilla de la Libertad por las fuerzas militares israelíes en aguas internacionales, llamada de manera burda por el régimen de “zona de exclusión”, demuestra que los gobiernos internacionales insisten, en mirar para otro lado. Los hechos han reactivado un debate que trasciende fronteras y pone en peligro la vida de activistas pacíficos que llevan ayuda humanitaria a una región masacrada por Benjamín Netanyahu, que no da su brazo a torcer porque entiende que su razón absurda nace en el concepto más nefasto que podamos tener de la palabra genocidio. No se trata solo de barcos ni de voluntarios; es un acto simbólico que enfrenta la pulsión de activistas decididos a romper el cerco sobre Gaza y la respuesta férrea de un Estado que busca controlar cada acceso marítimo. En Madrid y Barcelona, ya se repiten concentraciones multitudinarias en contra de la detención de los integrantes de la Flotilla de la Libertad.

Mujeres de Afganistán: el apagón digital de su última esperanza

En Afganistán la oscuridad absoluta en el ámbito de los derechos humanos y la dignidad de las mujeres, se ha instaurado en todos los ámbitos de la sociedad. Primero fueron las aulas que se cerraron a las niñas, después los parques vedados, luego los empleos confiscados a las mujeres, y ahora la penumbra más asfixiante: el silencio impuesto en la red. En las últimas semanas, el régimen talibán comenzó a interrumpir el acceso a internet en varias provincias, bajo el pretexto de combatir la “inmoralidad”. No es solo un corte técnico: es una mutilación simbólica de lo que quedaba de horizonte para millones de mujeres que encontraban en la red un refugio, una ventana, una mínima chispa de libertad.

“Robert Capa. ICONS”: la vida en negativo de un mito del fotoperiodismo

Del 2 de octubre de 2025 al 25 de enero de 2026, el Círculo de Bellas Artes de Madrid se convierte en escenario de la mayor retrospectiva realizada en España dedicada a Robert Capa, el fotógrafo que cambió para siempre la manera de mirar la guerra. “Robert Capa. ICONS” reúne más de 250 piezas originales, entre ellas fotografías reveladas en su momento por el propio autor, publicaciones históricas y objetos personales. Una oportunidad irrepetible para adentrarse en la obra y en la vida de quien definió el fotoperiodismo moderno.

anne brow

Anna Brow: de las cejas a un universo de estilo que conquista más allá del foco, del fotograma y del photocall capturado en un reel

Anna Brow ha logrado lo impensable: transformar el trazo de una ceja en un statement cultural. Empresaria, influencer y referente de estilo, ha construido un universo donde la belleza es solo la puerta de entrada a algo mayor: confianza, disciplina y autenticidad. Su nombre ya no remite solo a un estudio, sino a un movimiento seguido por miles de mujeres que encuentran en ella inspiración diaria. Entre reuniones estratégicas y front rows de moda, Anna Brow se mueve con naturalidad en esa doble piel: la CEO que diseña imperios y la it girl que enciende flashes.

Scroll al inicio

¡Entérate de todo lo que hacemos

Regístrate en nuestro boletín semanal para recibir todas nuestras noticias