Urban Beat Contenidos

La literatura como cóctel de bienvenida: sátira sobre el Premio Planeta 2025

Juan del Val, tertuliano de verbo afilado y ego tan bien peinado como su melancolía, ha ganado el Premio Planeta 2025 con “Vera, una historia de amor”. Un título que podría ser el nombre de una serie de sobremesa o de un perfume de supermercado, pero que, paradójicamente, se viste de gloria literaria en una gala donde el talento suele tener guion y patrocinador. “No pretendo dar ningún mensaje, solo entretener”, ha declarado el autor, y ahí, quizá sin saberlo, ha resumido el espíritu de nuestra época: la de una cultura sin conflicto, sin hambre y sin gramática moral, que aplaude a quien no pretende decir nada con tal de que “entretenga” con aplomo. La portada del libro aún no está disponible. Dudo que el jurado se haya leído las 1.320 novelas presentadas, más que nada porque es muy probable que tenían claro, de antemano, al ganador.

Del Val, en su gesto de humildad performativa, ha querido reconciliar lo comercial con lo literario, afirmando que calidad y mercado no son enemigos. Es un pensamiento razonable, incluso loable, si no fuera porque la frontera entre ambos ha sido arrasada por la misma maquinaria que convierte cualquier libro en un producto biodegradable, de consumo inmediato y olvido veloz. En su defensa, el autor sostiene que “se escribe para la gente, no para una élite intelectual”. Pero ¿qué “gente” es esa? ¿La que mide el valor de una novela por los minutos que tarda en leerse entre stories de Instagram? ¿O la que confunde el entretenimiento con una forma de emancipación espiritual?

El discurso del escritor triunfante, en tiempos de algoritmos y festivales patrocinados, ya no es el del visionario que ilumina los pliegues de la conciencia, sino el del vendedor de emociones preformateadas. Su propósito no es incomodar, sino gustar. No es pensar, sino confirmar. Del Val lo entiende bien: la industria premia la neutralidad disfrazada de cercanía. Su “no pretendo dar ningún mensaje” suena a díscolo necesario que frivoliza el verdadero sentido de la literatura. El mandamiento del escritor posmoderno es simple: haz que te lean, aunque nadie te recuerde.

Vera, una historia de amor —nombre anodino, promesa de romanticismo reciclado— llega así al altar de los Planeta, esa liturgia donde la literatura se rinde ante el espectáculo. En la gala, entre vestidos de lentejuelas y copas de champán, los aplausos suenan como si asistieran al lanzamiento de un nuevo modelo de automóvil. Nadie habla de estilo, de ritmo, de sintaxis: esas antiguallas pertenecen al siglo en que los libros se escribían para durar. Hoy se escribe para circular, para ser fotografiado, para ocupar un escaparate durante tres meses y luego ceder su lugar a la próxima “gran novela del año”.

El triunfo de Del Val simboliza el relevo generacional del pensamiento por la opinión, del ensayo por la tertulia, del riesgo por el confort. Su figura es perfecta para el ecosistema mediático: un hombre que puede discutir de política por la mañana, vender libros por la tarde y hablar de amor por la noche sin despeinarse ni un adjetivo. Representa la mutación del escritor en influencer, del novelista en contenido. Su “literatura de la gente” es la democratización del vacío: todos pueden acceder a ella porque nada exige, nada duele, nada hiere. La literatura low cost, no nos gusta, señor De Val.

Sin embargo, hay una inteligencia irónica en su sinceridad. Decir que no pretende dar un mensaje es, sin quererlo, dar el mensaje más brutal posible: la literatura ya no necesita sentido para tener éxito. Basta con entretener. La palabra “entretenimiento”, que alguna vez significó alivio o distracción, hoy designa el nuevo opio cultural, la anestesia de la duda. Y Del Val, como buen artesano del espectáculo, conoce las dosis exactas de superficialidad que necesita el mercado para sentirse culto sin peligro.

En el fondo, el Premio Planeta siempre ha sido un espejo de las pulsiones del país: un termómetro que mide nuestra relación con la lectura y con la idea misma de cultura. En otros tiempos coronó a narradores que buscaban iluminar la oscuridad moral del ser humano. Hoy premia al que mejor domina la retórica de la autopromoción. Y eso también tiene su mérito: escribir sin propósito en un mundo que agoniza de propósito es una hazaña contemporánea. El nihilismo ha encontrado su género literario: la novela amable.

Hay algo casi heroico en la candidez con que Del Val defiende su inocencia estética. Mientras los viejos escritores discutían sobre la función social del arte, él proclama, con la sonrisa de quien firma un autógrafo, que lo suyo es hacer pasar un buen rato. El problema no es su honestidad, sino el sistema que la convierte en virtud. Cuando el entretenimiento sustituye a la reflexión, la literatura se convierte en spa del pensamiento: un lugar donde todo es confortable, templado y aromático, pero donde nadie sale transformado.

El público aplaude porque se reconoce en esa comodidad. Ya no quiere maestros, sino acompañantes; no quiere preguntas, sino finales felices. La novela de Del Val triunfa porque no desafía al lector, sino que le acaricia el ego. En un mundo saturado de conflicto, leer sin pensar es la nueva forma de descanso. Y así, la literatura, que nació para interrogar a los dioses, acaba sirviendo café descafeinado en las terrazas del mercado editorial.

Quizá Vera, una historia de amor sea, sin proponérselo, el retrato más exacto de nuestro tiempo: una obra sin mensaje que revela, precisamente por su vacío, la enfermedad de una sociedad que ya no busca verdad, sino entretenimiento. Su éxito es el síntoma, no la causa. Juan del Val no es el enemigo: es el espejo. Y el reflejo que devuelve es incómodo, porque muestra a una cultura que ha cambiado el hambre de sentido por la dieta blanda del trending topic.

Mientras tanto, los viejos fantasmas de la literatura —la culpa, la duda, la belleza, la muerte— observan desde su destierro cómo la palabra “amor” se convierte en eslogan, cómo la novela se maquilla de entretenimiento y cómo el escritor se viste de personaje. Tal vez el verdadero acto de rebeldía, hoy, no sea escribir para la gente, sino escribir contra la complacencia de la gente. Pero eso, claro, no vende tantos ejemplares.

Compartir:

Facebook
Twitter

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Urbanbeat Julio 2024
¡Descarga ahora el último nùmero de nuestra revista!

Angélica Liddell, los demonios de su acto creativo y sus cuentos atados a la pata de un lobo

Hay escritores que bajan a los infiernos y vuelven con una flor marchita entre los dientes. Otros, como Angélica Liddell, deciden quedarse allí, a medio camino entre el vómito y la oración. “Cuentos atados a la pata de un lobo” (Malas Tierras Editorial, 2025) es precisamente eso: una colección de relatos que no buscan conmover, sino desgarrar. Cada página exuda una belleza pestilente, una violencia que se convierte en liturgia. Escribir desde el límite —ese parece ser el único verbo posible en su mundo— y convertir el dolor en una forma de conocimiento.

Remedios Zafra gana el Premio Nacional de Ensayo 2025 y denuncia la burocracia que asfixia el pensamiento

Remedios Zafra ha ganado el Premio Nacional de Ensayo 2025 por su libro “El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática” (Anagrama), una obra que funciona como radiografía y elegía del pensamiento contemporáneo sometido al látigo invisible de la administración. El jurado destacó su lucidez para denunciar la “violencia burocrática” y la “deshumanización tecnológica” que asfixian la creatividad. Pero más allá de los reconocimientos, “El informe” es un acto de resistencia, un testamento íntimo frente a la colonización del tiempo y del deseo por parte de los mecanismos institucionales sumidos en un zarandeo tecnoliberal.

Inteligencia artificial y plagio disfrazado: la sombra invisible sobre la creación literaria

La irrupción de la inteligencia artificial en la creación de contenidos narrativos antiguamente solo hechos por humanos ha abierto una puerta maldita que parecía reservada a la imaginación más retorcida: textos que emergen de algoritmos capaces de imitar estilos, construir argumentos y hasta sugerir emociones sin despeinarse, sin tener en cuenta la labor de un escritor paciente que usa la artesanía del lenguaje para desarrollar historias con estilo propio y ajenas al plagio parasitario. Sin embargo, detrás de esta fascinación tecnológica se esconde un debate urgente y polémico: ¿Hasta qué punto se puede vender como propio un contenido generado por máquinas? Y más aún, ¿Qué implica esto para la ética editorial, la propiedad intelectual y la confianza del lector?

“Punto y coma, etcétera”: la respiración secreta del idioma

En un mundo que corre sin pausas, donde la prisa ha desterrado al silencio y las palabras parecen competir con la velocidad de la luz, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española han decidido detener el reloj. Lo han hecho con un gesto aparentemente mínimo —un signo, una pausa, un paréntesis— que en realidad guarda la respiración misma del pensamiento. “Punto y coma, etcétera” es el nombre de esa tregua: una obra coral, precisa y luminosa que busca reconciliarnos con la puntuación, esa coreografía invisible que sostiene la música de nuestra lengua. Habla de cómo los signos se adaptan a los correos electrónicos, a los hipervínculos, a las direcciones electrónicas y a los mensajes instantáneos, e incluso detalla el uso de la coma y los dos puntos en los saludos y despedidas digitales.

La paradoja luminosa del Premio Planeta: cuando la literatura se mira en el espejo de Atresmedia de la mano de Juan de Val

En el otoño perpetuo de los premios literarios, donde el oropel del marketing se confunde con la vocación del arte, el Premio Planeta se alza cada año como un ritual de poder y prestigio. No es solo un reconocimiento editorial, sino un espectáculo mediático con luces de plató, una liturgia que ha sabido adaptar el aura de la literatura al ritmo de las cámaras. Pero en los últimos años, algo más que el talento ha captado la atención del público: la sorprendente coincidencia de que los dos últimos ganadores —Sonsoles Ónega en 2023 y Juan del Val en 2025— compartan un mismo hogar televisivo, Atresmedia. Una ironía que resuena como eco de familia: el canal donde ambos trabajan pertenece, al igual que la editorial que otorga el galardón, al vasto conglomerado del Grupo Planeta. El dato, fidedigno y constatable, ha encendido murmullos en el mundo literario. Algunos lo han interpretado como una mera casualidad; otros, como la confirmación de una tendencia: la de que la literatura, en tiempos de audiencias y tendencias virales, se premie también por su capacidad de resonar en la pantalla. Lo cierto es que el escenario de los premios se ha convertido en un territorio donde las fronteras entre autor, celebridad y producto se desdibujan.

La Ciudad Blanca se convierte en el corazón de la hispanidad: Arequipa acoge el X Congreso Internacional de la Lengua Española

Arequipa ya respira el aire solemne y festivo de la palabra. Desde el martes, las calles de la Ciudad Blanca lucen letreros que anuncian el inminente inicio del X Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), un acontecimiento que no solo convoca a las instituciones más prestigiosas del ámbito hispano, sino que convierte a la ciudad en un faro simbólico para el idioma compartido por más de 500 millones de hablantes.

También te puede interesar

Granada: la gran sultana nicaragüense

Existe en Nicaragua una ciudad legendaria que vive sosegada, haga sol o llueva. Granada se llama. Su paz es tal que uno transita por ella sintiéndose el único elemento móvil dentro de una fotografía o estampa antigua impresa en tonos sepia, marcada por el tiempo con humedades y manchas oleosas que, aun dañándola, aumentan su atractivo.

El murmullo del planeta: cuando Akomfrah convierte la historia en un diluvio de memoria

Hay exposiciones que se contemplan; otras, se escuchan. “Escuchando toda la noche la lluvia”, del artista británico John Akomfrah, es una experiencia que exige silencio, paciencia y una sensibilidad abierta al temblor. Lo que presenta el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza junto a TBA21 Thyssen-Bornemisza Art Contemporary no es una simple muestra, sino un ejercicio de escucha profunda, una plegaria audiovisual ante las ruinas del tiempo.

Angélica Liddell, los demonios de su acto creativo y sus cuentos atados a la pata de un lobo

Hay escritores que bajan a los infiernos y vuelven con una flor marchita entre los dientes. Otros, como Angélica Liddell, deciden quedarse allí, a medio camino entre el vómito y la oración. “Cuentos atados a la pata de un lobo” (Malas Tierras Editorial, 2025) es precisamente eso: una colección de relatos que no buscan conmover, sino desgarrar. Cada página exuda una belleza pestilente, una violencia que se convierte en liturgia. Escribir desde el límite —ese parece ser el único verbo posible en su mundo— y convertir el dolor en una forma de conocimiento.

Vito Quiles versus Charlie Kirk

En el teatro político contemporáneo, algunos jóvenes ya no militan: performan el fascismo sin despeinarse envueltos en la bandera de España. Han aprendido, según una ideología ultra y sórdida, que el poder no se conquista con discursos en el Parlamento, sino con visibilidad digital, que aglutina un descontento tóxico, ajeno a un conocimiento profundo de los entresijos más oscuros de la historia de España. Podríamos decir que el señorito Quiles presume de una ignorancia democrática, dentro de una adicción egocéntrica por existir, sobre los hombros de una autoestima exuberante, presa de una exaltación absurda, bajo el estado de su aberración intelectual. Es en ese escenario donde surge Vito Quiles, periodista a medias y activista español, convertido en emblema de una generación que ha hecho de la provocación un credo, y de la viralidad, un proyecto ideológico. Su rostro se repite en tertulias, cámaras y titulares; su tono, entre insolente, agresivo, maleducado y pseudo-mesiánico, encarna un nuevo tipo de militancia: la del grosero espectáculo político, circense, como método de influencia decadente en un ecosistema de ignorantes, a los que se les está acabando la fiesta, porque ya la Fundación Franco tiene los días contados.

Scroll al inicio

¡Entérate de todo lo que hacemos

Regístrate en nuestro boletín semanal para recibir todas nuestras noticias