Škarnulytė concibe su práctica como un diálogo con los sistemas invisibles del mundo: la energía nuclear, los residuos del progreso, las arquitecturas sumergidas del poder. Desde la mirada de una “arqueóloga del futuro”, se adentra en escenarios que la humanidad ha preferido olvidar: bases militares de la Guerra Fría, minas agotadas, laboratorios de neutrinos o centrales eléctricas abandonadas. En sus películas e instalaciones, estos lugares se presentan como fósiles de una civilización que alguna vez creyó dominar la materia, pero que dejó tras de sí un archivo de ruinas tóxicas y memorias radiactivas.
Su lenguaje visual transita entre la mitología y la ciencia. A veces aparece en escena como una figura anfibia, mitad humana, mitad criatura marina, que nada entre las aguas turbias del planeta —una suerte de oráculo posthumano que se desliza por las fronteras del tiempo. Otras veces se detiene en las “zonas muertas” del mar, esos territorios sin oxígeno donde la vida ha sido sofocada por la industria o por el cambio climático. Allí, la artista encuentra un espejo de nuestra especie: una humanidad que se asfixia lentamente en su propio invento.
Entre las obras que conforman la exposición, “Aldona” (2013) ocupa un lugar de especial ternura. En ella, Škarnulytė acompaña a su abuela —que da título a la pieza— en su paseo cotidiano por el Parque Grūtas, en el suroeste de Lituania. Rodeada de esculturas soviéticas, Aldona toca las figuras como quien palpa el fantasma de un pasado ideológico ya derrumbado. Ciega desde 1986, cuando los médicos sospecharon que la radiación de Chernóbil dañó sus nervios ópticos, la anciana encarna el precio silencioso del progreso nuclear. La cámara de su nieta convierte ese recorrido en una elegía sobre la memoria, la ceguera y la persistencia del tacto como última forma de conocimiento.
En Æqualia (2023), Škarnulytė lleva su imaginario hacia el mito y la metamorfosis. Es la tercera entrega de una trilogía de películas dedicadas a un panteón de deidades femeninas imaginarias, filmada en confluencias de ríos que fueron centros de extracción minera o energética. En ella, la artista se transforma en una quimera fluida —parte sirena, parte delfín rosado— que surca las aguas del Amazonas, en la confluencia donde el Solimões, blanco y denso por los sedimentos andinos, se mezcla con el río Negro, oscuro y cargado por la descomposición vegetal. Ese choque de corrientes se convierte en metáfora del propio planeta: un encuentro entre lo natural y lo artificial, entre los mitos del pasado y las catástrofes del presente, donde la belleza convive con la devastación.
Durante junio de 2025, Škarnulytė residió en los estudios Porthmeor de St Ives dentro del programa de residencias artísticas de la Tate. Allí desarrolló Telstar (2025), un cortometraje de 16 mm inspirado en la geografía mística de Cornualles. Siguiendo el rastro de leyendas y alineaciones telúricas, la artista exploró enclaves como el Árbol Seco, el menhir de Goonhilly Downs, la llamada “Pirámide de Cornualles” en St Austell, el círculo de piedras de Boskednan, Mên-an-Tol y Chun Quoit. Su recorrido unió el Neolítico con la era espacial, al visitar también la estación terrena de satélites de Goonhilly, trazando una continuidad entre los templos megalíticos y las antenas parabólicas: dos arquitecturas erigidas para comunicarse con lo invisible.
La exposición en Tate St Ives articula estos trabajos en una instalación de gran escala, donde las películas se expanden en el espacio como constelaciones líquidas. Las estructuras arquitectónicas de la galería invitan al espectador a mirar desde distintos ángulos —de lo microscópico a lo cósmico—, mientras esculturas de vidrio y cajas de luz amplían la experiencia sensorial. El conjunto demuestra la amplitud de la práctica de Škarnulytė y su convicción de que mitología y tecnología no son opuestos, sino fuerzas gemelas que definen nuestra manera de imaginar el mundo.
Una artista entre mundos
Nacida en Lituania, Emilija Škarnulytė ha construido una trayectoria internacional que combina precisión conceptual y una profunda poética visual. Su obra ha sido exhibida en instituciones como MoMA PS1, Palais de Tokyo, Louisiana MoMA, Villa Medici, MORI Art Museum, Kiasma, y en bienales como Gwangju y Helsinki. Ha protagonizado exposiciones individuales en Kunsthall Trondheim, Canal Projects (Nueva York), Kunsthaus Göttingen, Ferme-Asile (Sion) y Kunsthaus Pasquart (Biel/Bienne), entre otras.
Entre los reconocimientos que ha recibido destacan el Premio Ars Fennica 2023 y el Premio de Arte Generación Futura 2019. Representó a Lituania en la XXII Trienal de Milán y participó en el Pabellón Báltico de la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2018. Sus películas integran colecciones del Centro Pompidou, la Fundación Kadist, Kiasma, la Fondazione In Between Art and Film, el HAM, el FRAC Córcega, el LNMA, el MO Museum y numerosas colecciones privadas.
Su trabajo audiovisual ha sido proyectado en la Tate Modern y la Serpentine Gallery de Londres, el Pompidou de París, el MoMA de Nueva York y en festivales como Oberhausen, Visions du Réel, Rotterdam y Busan. Además, Škarnulytė es fundadora y codirectora de Polar Film Lab, un laboratorio de cine analógico con sede en Tromsø, Noruega, y forma parte del dúo artístico New Mineral Collective, dedicado a repensar la minería como acto político y poético.
En St Ives, su universo encuentra un eco natural: el horizonte marino, los acantilados que parecen respirar, el rumor mineral del Atlántico. Allí, entre el viento y el tiempo, Škarnulytė convierte la materia en un relato arqueológico de lo invisible: una sinfonía entre ruina y resurrección, donde el futuro se filma como si ya fuera un recuerdo.









