El recorrido se concentra especialmente en las décadas comprendidas entre 1850 y 1870, y plantea que el estudio fotográfico fue, más allá de un simple escenario de retrato, un espacio de experimentación simbólica, muy especialmente para las mujeres. Entre estas estancias destacó el llamado cuarto-tocador, una suerte de habitación de transición entre la intimidad y la escena pública que estaba presente en los estudios más reputados. Allí, las mujeres podían prepararse, ensayar su imagen y ejercitar un control inédito sobre la forma en que serían fijadas en la memoria visual. Ese cuarto se convierte, en la museografía de la exposición, en el eje conceptual que permite reinterpretar el papel femenino en los orígenes de la fotografía española.
Buena parte de las piezas exhibidas consiste en cartes de visite, pequeñas tarjetas de visita que, desde su invención en 1854 por André Adolphe Eugène Disdéri, popularizaron una nueva cultura de la autorrepresentación y el coleccionismo, hasta el punto de provocar una auténtica euforia social conocida como tarjetomanía. Las fotografías provienen de numerosos estudios españoles, desde los dirigidos por figuras como Laurent o Martínez de Hebert en Madrid, hasta talleres como los de Moliné y Albareda, Fernando y Anaïs Napoleón en Barcelona, o el de Rafaël Rocafull en Cádiz. Junto a estas imágenes también se exponen daguerrotipos, ambrotipos, grabados y objetos personales que integraban fotografías, como joyas, brazaletes, broches o incluso carnés de baile.
Más de la mitad de las piezas expuestas pertenecen a la colección personal de Onfray, que se presenta por primera vez al público. A ellas se suman fondos del propio Museo del Romanticismo y de otras instituciones como el Museo del Traje-CIPE, la Biblioteca Nacional de España y la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, además de diversas colecciones particulares. Esta convergencia de archivos permite reconstruir un paisaje visual amplio, diverso y representativo de la cultura fotográfica del siglo XIX.
La exposición se articula en cuatro grandes ámbitos temáticos. El primero, dedicado a la iconografía de lo femenino, aborda cómo la fotografía reprodujo los arquetipos conservadores de la época, vinculados a la maternidad, la religiosidad, la virtud moral o el ideal burgués del “ángel del hogar”. Estas imágenes muestran cómo los modelos femeninos se transmitían de generación en generación y se hacían visibles en retratos infantiles que, ya desde la niñez, fijaban expectativas de comportamiento y estética.
El segundo apartado, el cuerpo como obra, explora el modo en que el gesto, la postura y la elección de indumentarias se convirtieron en estrategias expresivas para las retratadas. En este terreno, la moda y los figurines difundidos por la prensa ejercieron una influencia decisiva, al unificar poses, ropas y peinados. La exposición reúne numerosos casos de mujeres que aparecen con trajes idénticos o recurren a disfraces, indumentarias regionales y atuendos de caza. Uno de los ejemplos más llamativos es el retrato de Isabel II caracterizada como la reina Ester, que dialoga con otras mujeres disfrazadas de adivinas o personajes alegóricos.
El tercer núcleo temático aborda la metafotografía, es decir, aquellas prácticas que otorgaban a la imagen un sentido emocional o simbólico que superaba su función documental. Aquí aparecen dedicatorias manuscritas, retratos junto a la fotografía de un ser querido, imágenes realizadas después del fallecimiento de la persona retratada, e incluso joyas que incorporaban diminutas efigies. La exposición recupera asimismo los álbumes femeninos, antecedentes directos de los álbumes fotográficos, donde las mujeres organizaban y narraban la memoria familiar. Se exhiben dos álbumes de la colección del Museo del Romanticismo y varios retratos de mujeres posando junto a estos objetos tan reveladores de su papel como guardianas del patrimonio íntimo.
El último apartado, hacia la modernidad, se centra en cómo la fotografía se convirtió en un instrumento de emancipación profesional y reflexión interior para muchas mujeres. A través de retratos que las muestran ejerciendo oficios o actividades artísticas, se visibiliza la presencia de sombrereras, músicas, pintoras o amas de cría que, al posar de este modo, reivindicaban su identidad más allá de los modelos tradicionales. Este avance en la presencia pública también se manifestó en su participación directa en la industria fotográfica, ya fuera como propietarias de estudios, como colaboradoras técnicas encargadas del revelado, la iluminación y el retoque, o como responsables de atención al público. La exposición destaca los sellos comerciales de pioneras como Alejandrina Alba, Antonia Santos o Leonor Ortiz, cuyas trayectorias están siendo recuperadas gracias a los últimos estudios históricos.
El proyecto se acompaña de un programa de actividades gratuitas que incluye visitas comentadas, talleres para adultos y la participación de la exposición en encuentros especializados, como las Jornadas del Centro Nacional de Fotografía de Soria. El 11 de diciembre está prevista una conferencia de la propia comisaria, titulada El estudio fotográfico como habitación propia. Mujeres y autorrepresentación subrogada en el siglo XIX español, que profundizará en las claves conceptuales de la muestra. Además, los contenidos se completan con la publicación del libro homónimo de Onfray en la Editorial Cátedra.
Con este proyecto, el Museo Nacional del Romanticismo reafirma su compromiso con los estudios de género aplicados al arte del siglo XIX y con la puesta en valor de su colección fotográfica, compuesta por obras originales de gran fragilidad y en muchos casos inéditas. Retratadas. Estudios de mujeres ofrece así una mirada renovadora que sitúa a las mujeres no como figuras pasivas frente al objetivo, sino como agentes conscientes en la construcción de su propia imagen y como protagonistas silenciosas de la historia visual de un país.









