
Su larga travesía de judío errante le condujo a Tánger, ciudad abierta en la que vivió y trabajó hasta 1947. Allí estableció un estudio de retratos, que pronto se convirtió en el más prestigioso y visitado de la ciudad. En pleno Protectorado Español de Marruecos, Muller colaboró con el diario España y publicó dos de sus mejores libros, Estampas marroquíes y Tánger por el Jalifa, que venían a añadirse a los editados en Hungría y que mostraban ya a un fotógrafo en plena madurez, culto, delicado, comprometido y profundo conocedor de todos los secretos de su oficio.

En este nuevo destino, que sí será estable a lo largo de los años, es donde afianza su oficio como fotógrafo, incluyendo ahora trabajo de estudio. Se abre así a otras prácticas que ya no son ni la del documento social de sus inicios ni la que ha sido su posterior apertura hacia una forma distanciada de reportaje. Ahora, el trabajo en el estudio le abre el campo del retrato, como género ampliamente codificado, y también se adentra en el ejercicio de otro género como es el paisaje. Tánger, ciudad internacional y cosmopolita, es el destino propicio para un gran número de exiliados, y el norte de Marruecos, donde va a desplegar su actividad a partir de ahora, le confronta a un contexto radicalmente diferente a lo que hasta entonces había conocido. Sin embargo, las circunstancias históricas propician que muy pronto entre en relación con España, en este caso, mediante la inevitable toma de contacto e inmersión en todo lo que supone el Protectorado español sobre el norte de Marruecos en el marco del movimiento africanista del primer franquismo.

En 1944, de la mano de su gran amigo Fernando Vela, cofundador de la Revista de Occidente y director de España, se acercó por primera vez a Madrid donde expuso sus fotografías en el hotel Palace. Tres años después abandonó definitivamente Tánger, para trasladarse a Madrid. Tras su paso por dos estudios de retratos, en 1947 se residenció en una luminosa galería de la calle Serrano, a un paso de la Puerta de Alcalá. En un Madrid casposo y amedrentado, su estudio se convirtió pronto en el más prestigioso de la ciudad y en rebotica y punto de encuentro de un grupo de intelectuales y artistas próximos a las ideas liberales que capitaneaban Ortega y Gasset y Fernando Vela, desde la Revista de Occidente. En aquel tiempo culturalmente deprimido, marcado por la obsolescencia de un oficialismo fotográfico estéticamente agotado, Muller supuso una de las escasas ventanas abiertas a la modernidad.

Como el gran retratista francés, Muller fue edificando un parnaso admirable, integrado por más de un centenar de retratos de los pintores, escultores, poetas, novelistas y filósofos de aquel Madrid agraviado por el dolor, el hambre, el miedo y las cartillas de racionamiento, que contrastaba con la euforia frívola y ofensiva de los mandarines sin respeto y los ricos especuladores, para decirlo con palabras de Dionisio Ridruejo. Sólo por estos retratos merecería Muller un lugar de honor en la historia de la fotografía española y universal.
Lejos del estudio, las fotografías de Muller son directas, expresivas y sociales. Buscaba lo auténtico, sin poses: retratar a las clases sociales más desfavorecidas, valorando la fuerza de lo cotidiano. Sus fotografías son imágenes de gentes en su medio, rural o urbano. Hay tradición y costumbre, hay paisajismo. El conjunto de su obra es un testimonio excepcional de una España sometida a una dictadura gris, triste y brutal.

Desde 1994 se han multiplicado sus exposiciones en España y en diversos países de Europa y América. Entre ellas destacan, Nicolás Muller. Obras maestras (2013) y Nicolás Muller, una mirada comprometida (2020), que todavía continúa itinerando por diversos países de Europa.
Con la caída del comunismo en Hungría, Muller comenzó a ser conocido y admirado también en su país, tras la exposición antológica de sus fotografías, celebrada con toda solemnidad en su ciudad natal, e inaugurada por Arpad Gönez, primer presidente húngaro de la época democrática. A esta muestra siguieron otras, entre la que destaca Nicolás Muller. Una mirada retrospectiva, celebrada en Budapest, organizada por la Embajada de España y la Casa de los Fotógrafos Húngaros, seis años después de la muerte del maestro. Un emotivo y merecido homenaje a este grandísimo profesional, húngaro de nacimiento, español de adopción y, sobre todo, judío errante y ciudadano del mundo.

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