
El humor como venganza política
Formado por Júlia Barbany, Núria Corominas y Andrea Pellejero, el trío creador plantea una pregunta urgente: ¿qué sucede cuando la ultraderecha se apropia del espectáculo, del discurso teatral, del lenguaje del humor y la parodia para seducir a las masas?
Las Huecas denuncian esa “usurpación escénica intolerable” que, en su opinión, ha convertido el cinismo político en performance. Ante ello, su respuesta es un contraataque: apropiarse del mismo terreno simbólico para devolver el golpe con ironía, deformación y delirio.
Risa caníbal / Riure caníbal no busca complacer, sino morder. Es una sátira sobre mujeres líderes de la extrema derecha europea, atrapadas en una sala de espera donde el tiempo se pudre y la razón se descompone. Poco a poco, sus personajes —trazados entre la caricatura y la monstruosidad— se desintegran ante la mirada del público, hasta hundirse en su propio esperpento.
La estética del ridículo como resistencia
El montaje oscila entre la comedia, el thriller psicológico y la farsa política, construyendo un lenguaje escénico que se mueve entre el absurdo y el terror. Las Huecas no esconden su intención: “darles de su propia medicina”, desactivar el discurso autoritario a través de la risa.
El humor, aquí, no es evasión, sino un método de sabotaje. “Las idiotas profesionales somos nosotras”, dicen las creadoras, reivindicando el derecho a la estupidez voluntaria, al gesto grotesco, como forma de inteligencia subversiva.
La obra despliega una teatralidad distorsionada, donde lo visual domina: máscaras fragmentadas, parodias que se autodestruyen, cuerpos convertidos en materia simbólica. Es un carnaval de lo siniestro, una risa que devora lo que teme.

Una escenografía de vacío y reflejo
La propuesta visual de Marta Lofi convierte el escenario en un espacio clínico, blanco, casi incorpóreo. Una especie de “backroom” sin ubicación precisa, un no-lugar que remite tanto a una sala de espera como a una cámara de aislamiento mental.
En medio de esa asepsia, los trajes negros de las actrices —diseñados por Oriol Corral— brillan como emblemas de poder en decadencia. Las Huecas explican que querían “jugar con el estatus que otorga cierto vestuario y la manera de presentarse ante el mundo”.
El contraste entre el vacío escénico y la densidad simbólica del vestuario genera una tensión constante: la imagen de autoridad se derrite en un entorno donde todo ha perdido su sentido.

Entre el clown y el horror
El lenguaje escénico del montaje se construye como una alegoría de la descomposición política. La comedia se entrelaza con el metaclown, donde la nariz roja deja de ser un accesorio y se convierte en signo ritual.
El humor convive con atmósferas de terror psicológico, incluso con guiños al gore y al body horror, para mostrar la monstruosidad latente bajo los discursos de pureza ideológica.
Esa experimentación formal y estética reafirma la apuesta de Las Huecas por una vanguardia irreverente, que desenmascara las imposturas culturales de la extrema derecha, autoproclamada “moderna” mientras recicla dogmas arcaicos.

Un equipo que amplifica el vértigo
El reparto lo integran Sofia Asencio, Júlia Barbany, Núria Corominas, Judit Martín y Andrea Pellejero, todas entregadas a un trabajo físico y coral, donde la energía colectiva se impone sobre el protagonismo individual.
La iluminación precisa de Ana Rovira, el diseño sonoro inquietante de Adrià Girona y la caracterización de Núria Isern completan una atmósfera que se mueve entre el laboratorio teatral y la pesadilla estilizada.
Una década de irreverencia
Desde su fundación en 2016, Las Huecas han tejido un camino independiente por festivales y espacios alternativos, hasta consolidarse como una de las compañías más singulares del panorama escénico español.
Su metodología —basada en el liderazgo rotativo— les permite experimentar con estructuras cambiantes, donde cada creadora dirige, interpreta o escribe en distintos momentos del proceso. El resultado es una estética híbrida, imposible de encasillar, marcada por la risa crítica y la exploración de los límites entre lo real y lo absurdo.
Antes de Risa caníbal / Riure caníbal, firmaron montajes como Projecte 92, Aquellas que no han de morir y De l’amistat, piezas que ya anticipaban su visión del teatro como campo de juego político y corporal.
Una carcajada que desarma
En tiempos donde la crispación política busca aplastar el humor bajo el peso del dogma, Risa caníbal recuerda que reír también es resistir.
Porque la risa, cuando es lúcida, puede ser más peligrosa que el miedo.
Y en el escenario del Valle-Inclán, cuatro cuerpos femeninos —sudorosos, grotescos, desbordados— lo confirman cada noche: el fascismo teme al ridículo más que a la razón.
