El proyecto se inserta en la línea transversal del Círculo de Bellas Artes: una programación que no rehúye la crítica ni el conflicto, y que asume la emergencia climática no como un tema, sino como una urgencia civilizatoria. Desde ahí, la exposición se despliega como un atlas de las metamorfosis energéticas: cómo el petróleo no solo alimentó fábricas, oleoductos y autopistas, sino también una sensibilidad, una manera de imaginar el progreso, una estética del poder y del cuerpo.
El punto de partida de la exposición es también una excavación arqueológica. ¡Aquí hay petróleo! —título tomado de la película dirigida por Rafael J. Salvia en 1955— no es solo una referencia cinematográfica, sino un diagnóstico cultural. Durante el franquismo, el país intentaba sacudirse la sombra del atraso. Los combustibles fósiles se presentaron como la vía hacia una modernidad ansiada: carreteras, refinerías, industrias, electricidad. Las grandes infraestructuras no solo fueron obra de ingeniería, sino herramientas de propaganda. Se prometía una España moderna e industrial, capaz de reconciliar el espíritu imperial perdido con la necesidad de bienestar material. El humo de las fábricas pretendía purificar las ruinas de la guerra civil.
Barricarte y Vindel rescatan esa retórica con precisión de arqueólogos. En los archivos se escuchan aún las voces de aquel espejismo: el país de los tractores, del cemento y del motor a reacción. El petróleo fue entonces un símbolo de redención, pero también una forma de sometimiento: una energía que exigía obediencia, que moldeaba la subjetividad de una nación.
La invención de la petromasculinidad
Uno de los conceptos centrales de la muestra —inspirado en las investigaciones de la politóloga estadounidense Cara Daggett— es el de petromasculinidad: la alianza simbólica entre energía fósil, poder y virilidad. El régimen franquista, como otros de raíz fascista, se sustentó en la glorificación de la fuerza, el motor, la conquista técnica del mundo. El tractor representaba la autosuficiencia; el coche privado, la libertad y la velocidad; el avión, la promesa de un país que por fin despegaba hacia el futuro. Cada máquina era también un cuerpo masculino exaltado: vigor, dominio, expansión.
Esa imaginería, nacida en los años de la autarquía, sobrevivió mucho más allá del franquismo. Vindel y Barricarte muestran cómo esa mitología fósil continúa filtrándose en los lenguajes contemporáneos: en los videojuegos, en la publicidad digital, en las redes sociales donde se reeditan los mismos vínculos entre poder, tecnología y deseo. El cuerpo masculino sigue apareciendo asociado al control de la energía y a la velocidad del capital. La combustión, como metáfora y como hábito, persiste.
Una genealogía del fuego
El recorrido de la exposición está compuesto por materiales de archivo, proyecciones audiovisuales y una serie de dispositivos que actúan como detonadores de pensamiento. No se trata de una cronología, sino de un tejido de imágenes, sonidos y documentos que revelan cómo la estética del petróleo ha sido también una estética de la violencia. Desde los eslóganes del desarrollismo hasta las utopías industriales, todo el siglo XX parece girar en torno a una misma promesa: quemar para avanzar.
Pero el humo que una vez simbolizó el progreso hoy se ha convertido en su sombra. Las curadoras invitan al espectador a contemplar el presente desde la ruina luminosa de aquel sueño: ¿qué queda del mito de la modernidad cuando el aire se vuelve irrespirable? La exposición no ofrece respuestas, sino la incomodidad de una mirada que atraviesa el tiempo.
Actividades que amplían la herida
En torno a la muestra se despliega un conjunto de actividades que funcionan como laboratorios de pensamiento y memoria. El 15 de noviembre, Barricarte y Vindel conducirán una visita guiada para trazar puentes entre los materiales históricos y los dilemas actuales de la transición energética. No se trata solo de recorrer vitrinas, sino de comprender cómo los imaginarios fósiles aún gobiernan nuestra sensibilidad.
El 21 de noviembre, una visita al Instituto Técnico Eduardo Torroja de la Construcción y el Cemento —epicentro de la tecnociencia franquista— permitirá observar cómo el sueño del hormigón y la eficiencia formó parte de esa misma cosmogonía energética.
El 4 de diciembre se celebrará el seminario Petromasculinidades y fascismo fósil en tiempos de emergencia climática, un espacio de reflexión sobre los vínculos entre la ideología del motor, las estructuras autoritarias y las identidades masculinas contemporáneas. Y, en enero, el Cine Estudio acogerá el ciclo Atmósferas fósiles (12, 19 y 26 de enero), una recuperación crítica de las representaciones estéticas que acompañaron la era del petróleo.
El 24 de enero, Gemma Barricarte presentará Enter Fossiltopia, un proyecto artístico que combina música en vivo, vídeo y performance para explorar cómo el régimen fósil continúa habitando nuestros cuerpos, afectos y paisajes sonoros. Una experiencia inmersiva que revela los fantasmas del Antropoceno: esa era en la que el ser humano se creyó dios del fuego y acabó prisionero de su propio humo.
Los arquitectos del pensamiento fósil
Detrás de esta propuesta se encuentran dos figuras que combinan el rigor académico con la sensibilidad poética. Jaime Vindel, doctor europeo en Historia del Arte y Científico Titular del CSIC, ha dedicado su obra a examinar las intersecciones entre cultura, política y ecología. En libros como Cultura fósil (Akal, 2023) o Estética fósil (Arcadia, 2020), Vindel traza una genealogía crítica de los imaginarios energéticos que modelaron el siglo XX y sus crisis.
Por su parte, Gemma Barricarte, arquitecta y artista, ha orientado su investigación hacia la ecología política urbana y la dimensión afectiva de la energía. Cofundadora de Fridays for Future y residente en espacios como Medialab Matadero o el Centro Huarte, su proyecto Fossiltopia explora la huella del petróleo en nuestras ciudades y emociones. Su trabajo combina activismo, teoría y creación, uniendo la arquitectura y el arte como lenguajes de resistencia frente al colapso ecológico.
En última instancia, El rugido de la máquina es una exposición que se atreve a mirar el fuego sin parpadear. Nos recuerda que la modernidad no fue solo un proceso técnico, sino una narrativa emocional: el relato de cómo el ser humano quiso dominar la materia y acabó dependiendo de ella. Cada kilómetro de autopista, cada vuelo, cada centelleo de pantalla proviene del mismo impulso: la promesa de una energía infinita.
La muestra no demoniza la tecnología; la desnuda. Nos obliga a reconocer la fascinación y la violencia que anidan en el corazón de la modernidad. En un tiempo en que el planeta arde, Barricarte y Vindel nos invitan a escuchar el rugido de la máquina no como un canto triunfal, sino como una advertencia. El sonido del progreso tiene eco de combustión, y cada gota de petróleo lleva consigo la sombra de un futuro que se consume.









