La obra de Luisgé Martín destaca por su estilo narrativo riguroso y sin concesiones, que se sumerge en la psicología de los protagonistas y en los recovecos de una sociedad que aún se resiste a comprender actos tan inhumanos. El autor, conocido por su capacidad para transformar crónicas reales en relatos intensos y dramáticos, no se limita a reconstruir los hechos, sino que plantea una reflexión sobre la ambigüedad moral y la compleja dinámica de relaciones personales que marcaron la historia de José Bretón. En este sentido, el libro se convierte en una ventana hacia los silencios, los miedos y las contradicciones que se esconden tras una tragedia familiar de dimensiones insospechadas.
Uno de los elementos más controversiales y analizados en la novela es, sin duda, la figura de Ruth Ortiz. Su presencia en el relato no solo se configura como la madre dolida y desesperada de unos niños trágicamente arrebatados, sino como una persona envuelta en tintes de responsabilidad, estigmatización y constante escrutinio público. A lo largo del libro se puede apreciar cómo Martín no se contenta con una mera exposición de hechos, sino que profundiza en las implicaciones sociales y psicológicas que han rodeado la vida de Ortiz. En sus páginas, la autor logra resaltar el doble filo de la condena social: por un lado, se evidencia la impotencia y dolor de una mujer que ha sufrido una pérdida irreparable, pero por otro, se hace patente el juicio implacable y, muchas veces, inapelable que recae sobre ella desde distintos sectores de la opinión pública.
La polémica en torno a Ruth Ortiz se ha alimentado no solo de la crudeza del crimen, sino también de la manera en que los medios han tratado su imagen a lo largo del tiempo. Luisgé Martín utiliza esta problemática para hacer una crítica mordaz a la construcción mediática de las víctimas y los perpetradores. La novela invita al lector a cuestionarse cómo el relato de una tragedia puede ser manipulado para servir a narrativas que privilegian la espectacularización del sufrimiento y el morbo sobre el análisis profundo del dolor humano. De esta manera, el autor se erige en un observador crítico de la sociedad, invitando a repensar la línea que separa el interés periodístico legítimo del sensacionalismo.
El retrato de Bretón, por su parte, es presentado con una densidad que roza la incomprensibilidad: un hombre que, al margen de cualquier explicación simple, encarna una serie de contradicciones que lo hacen, a la vez, repulsivo y misterioso. La novela de Martín se sumerge en la mente del criminal sin intentar justificar sus acciones, pero sí ofreciendo elementos que permitan entender el entramado de factores personales, culturales y sociales que pudieron contribuir a un desenlace tan trágico. La ausencia de respuestas definitivas se convierte, en este contexto, en una oportunidad para abrir un debate sobre la naturaleza del mal y la fragilidad de la condición humana ante situaciones límite.
De igual manera, el autor plantea una profunda reflexión sobre el rol de la maternidad en escenarios de crisis extrema. La figura de Ruth Ortiz se inserta en este debate como un símbolo de cómo el sufrimiento y la pérdida pueden ser distorsionados por una narrativa mediática que, en ocasiones, olvida humanizar el dolor de las víctimas. La novela se convierte en una crítica a la sociedad que, en su afán de encontrar culpables y alimentar el circo mediático, termina re-victimando a aquellas personas que, a pesar de todo, han sido las principales afectadas por la violencia y la injusticia. En este sentido, la historia de Ortiz trasciende el mero relato criminal y se instala en el terreno de la memoria y el debate ético, sobre el papel que juega el juicio popular en la reconstrucción de la identidad de las víctimas.
Otro aspecto relevante que aborda la novela es la tensión entre la búsqueda de justicia y la imposibilidad de restaurar lo irrecuperable. Martín retrata con maestría la confrontación entre el sistema judicial y la implacable exigencia de una sociedad que clama por respuestas inmediatas. Sin embargo, el autor se detiene para señalar que, en muchos casos, la justicia se ve eclipsada por una cultura del resentimiento y la venganza, donde la figura del delincuente se transforma en un espejo oscuro que refleja las propias deficiencias del tejido social. Esta visión dual, que combina la crudeza del relato policial con una introspección filosófica y social, otorga a la obra un carácter transgresor y profundamente humano.
La narrativa de Luisgé Martín, al mismo tiempo que documenta una tragedia, invita a repensar los límites entre la verdad periodística y la ficción. En su intento por reconstruir un pasado doloroso, el autor deja abierta la posibilidad de que la historia se repita de formas insospechadas, si no se abordan las raíces de la violencia y el odio. El último libro sobre José Bretón se erige, por tanto, no solo como un recuento de hechos, sino como una exigencia de memoria crítica, capaz de generar un debate sobre la responsabilidad colectiva en la prevención de futuros desastres humanos.
En definitiva, la obra de Luisgé Martín sobre el crimen de José Bretón y la figura controvertida de Ruth Ortiz invita al lector a adentrarse en un territorio complejo, donde la verdad se construye entre las sombras del dolor, la culpa y el olvido. Con un enfoque que mezcla el rigor periodístico y la profundidad narrativa, el autor logra transformar un episodio oscuro de la historia española en una reflexión universal sobre la naturaleza humana y la indispensable búsqueda de la justicia en medio de la adversidad.
Acerca de la editorial Anagrama:https://www.anagrama-ed.es/









