La fecha y el lugar —confirmados oficialmente en Zurrón del Aprendiz, su blog personal— enmarcan un regreso cargado de historia: la última vez que Rodríguez tocó en ese mismo sitio fue en 2005, cerrando su gira Hacia una cultura de la naturaleza. Este reencuentro con las escaleras universitarias —que han sido tribuna revolucionaria, altar simbólico del Estado y caja de resonancia de la utopía sesentista— recuerda que Silvio nunca ha sido solo un músico: ha sido voz de Estado, conciencia melódica de generaciones, y a la vez, figura ambivalente, testigo crítico y protagonista de una nación que lleva más de seis décadas entre el idealismo y el desencanto.
Silvio Rodríguez estará acompañado por músicos de gran calibre como Emilio Vega (vibráfono), Niurka González (su inseparable flautista y clarinetista), Jorge Aragón (piano) y otros reconocidos instrumentistas cubanos. Interpretará temas de su reciente disco Quería saber (2024), que reúne composiciones escritas entre 2015 y 2019 —es decir, canciones nacidas en una Cuba cada vez más fracturada y en crisis—, así como piezas inéditas, incluyendo “Ala de colibrí”, nunca antes tocada en público. Como él mismo ha dicho, también habrá “inevitables”, canciones como Ojalá, Unicornio, La Maza, que hace tiempo dejaron de ser suyas para convertirse en himnos compartidos.
Pero más allá del repertorio, lo relevante es el contexto: Silvio Rodríguez vuelve a cantar al aire libre, gratis, en un país que atraviesa una de sus peores crisis económicas y sociales desde el Periodo Especial. Lo hace mientras muchos de sus coetáneos —algunos, como Pablo Milanés, ya fallecidos; otros, como Pedro Luis Ferrer, censurados o silenciados— han cuestionado abiertamente el rumbo del gobierno cubano. Él, en cambio, se mantiene en esa zona brumosa entre la crítica y la lealtad, entre la defensa de los valores revolucionarios y la incomodidad con sus deformaciones autoritarias.
Desde 1968, cuando participó en el concierto fundacional de la Nueva Trova junto a Milanés, Nicola y otros, Silvio Rodríguez ha sido mucho más que un cantautor. Su figura representa una síntesis: intelectual orgánico de la Revolución, poeta lírico del marxismo cubano, pero también uno de sus más lúcidos observadores. Su lírica, profundamente política pero también íntima, fue vehículo de educación sentimental para generaciones latinoamericanas que soñaron con el socialismo como posibilidad amorosa y emancipadora.
No obstante, esa misma cercanía al poder lo ha situado en el centro de un debate moral: ¿puede un trovador ser libre cuando canta para el régimen? ¿Ha sido Silvio cómplice o rehén? En tiempos más recientes ha dejado entrever posturas críticas, sobre todo en su blog, donde ha reconocido errores, omisiones y fracturas del proyecto socialista. Ha defendido a artistas perseguidos, ha expresado su disconformidad con medidas represivas, y ha recordado, sin renunciar al sueño de justicia, que la revolución no puede seguir justificando el silencio o el dogma.
Su regreso a la escalinata no sólo resuena como celebración artística, sino como gesto político ambiguo: una reafirmación en su derecho a cantar desde Cuba, sin romper con Cuba, incluso si muchos de sus oyentes más jóvenes han abandonado la isla o han sido silenciados por expresar lo que él, con mesura, ha evitado decir abiertamente.
La gira que comenzará en La Habana lo llevará por Chile, Argentina, Uruguay, Perú y Colombia. Será la primera vez que vuelva a pisar escenarios latinoamericanos desde 2022, cuando convocó a más de 100.000 personas en el Zócalo de Ciudad de México. En estos países, su figura continúa evocando una época donde el arte tenía la responsabilidad de pensar el mundo, de articular esperanza sin banalidad, de nombrar lo invisible.
Silvio Rodríguez, a sus 77 años, no es sólo una leyenda viva de la música latinoamericana: es también un archivo emocional de la izquierda continental, un espejo de sus contradicciones. Allí donde canta, activa no sólo el recuerdo de luchas colectivas, sino también las preguntas incómodas sobre lo que quedó de aquellas luchas. ¿Sigue siendo posible cantar a la utopía sin traicionar la verdad?
En un mundo donde la música política ha sido desplazada por el espectáculo, donde las consignas han sido reemplazadas por slogans vacíos, y donde Cuba ya no es el faro ideológico que alguna vez quiso ser, Silvio Rodríguez sigue ahí: con su guitarra, su voz gastada, su lírica elíptica. No se ha exiliado, no ha sido explícito, no ha traicionado su historia —pero tampoco ha cerrado los ojos.
Este concierto en la escalinata no es simplemente el inicio de una gira: es una metáfora viva de su legado. Un hombre cantando desde el corazón herido de un país. Un ruiseñor rodeado de grietas. Un trovador que aún cree que la belleza puede abrir alguna puerta, incluso en el muro más espeso.
¿Y quién lo escucha hoy? ¿Los mismos que lo aplaudieron en los ochenta? ¿Los jóvenes que sólo conocen a Cuba por las penurias? ¿Los nostálgicos del sueño que se fue? Sea quien sea, Silvio aún canta. Y eso, en sí mismo, sigue siendo un acto poético, político y profundamente humano.









