
Al frente del elenco, Roberto Enríquez se enfunda de nuevo en el uniforme de Don Friolera, un militar cuya honra desencadena un torbellino de locura. A su lado, el montaje cuenta con Nacho Fresneda como Pachequín, junto a Lidia Otón, Ester Bellver, Pablo Rivero Madriñán, Miguel Cubero, José Bustos e Iballa Rodríguez, conformando un reparto coral que expone, con crudeza y humor, las miserias íntimas que se transforman en espectáculo público.

Una trama de bulos y celos de ayer que dialoga con hoy
Los cuernos de Don Friolera gira en torno a un teniente atrapado en el laberinto de los rumores. Tras recibir un anónimo que cuestiona la fidelidad de su esposa, Don Friolera se precipita en una vorágine de celos, paranoia y venganza. El texto de Valle-Inclán, escrito hace más de un siglo, resuena con fuerza en un presente saturado de desinformación digital, donde las fake news moldean percepciones y erosionan reputaciones en cuestión de segundos.
El escenario se convierte en un espacio de vigilancia colectiva —a medio camino entre corrala, plaza pública, cárcel y paredón— en el que los vecinos encarnan la mirada inquisitiva de una sociedad que todo lo escruta. Esa comunidad, con su sabiduría y maledicencia, se erige como juez invisible que acorrala al protagonista hasta la tragedia.

La mirada de Ainhoa Amestoy
La directora plantea esta reposición desde lo que denomina una “sensibilidad ética y estética contemporánea”. Su propuesta conecta a Valle-Inclán con una tradición escénica múltiple: desde los ecos de los rapsodas griegos hasta la sombra de Calderón y su obsesión con el honor, los celos shakesperianos, la crítica social de Brecht y la omnipresente voz del pueblo como coro implacable.
En el plano visual, el vestuario dialoga con el imaginario plástico de Otto Dix y Julio Romero de Torres, evocando tanto la crudeza expresionista como la sensualidad de lo español. La iluminación abre geografías y atmósferas que expanden el relato, mientras la música, en un registro que atraviesa del techno a lo popular, acompaña la caída en espiral de Don Friolera hacia sus infiernos íntimos.

Historia y política detrás del esperpento
Los cuernos de Don Friolera, estrenada en 1921, es una de las piezas clave del ciclo de las Comedias bárbaras y los esperpentos de Valle-Inclán. Su trasfondo no es ajeno al contexto de la España de principios del siglo XX, marcada por el desastre de Annual (1921) y la crisis moral de un país sometido a la corrupción, el militarismo descompuesto y la debilidad institucional.
El autor gallego utiliza la historia de un teniente cornudo no solo para ridiculizar los códigos caducos del honor castrense, sino también para retratar la España caciquil, clerical y autoritaria que desembocaría pocos años después en la dictadura de Primo de Rivera (1923). La sátira, cargada de crueldad, revela cómo los individuos quedan atrapados en engranajes sociales más grandes que ellos: el peso de la honra, la mirada vecinal y la moral impuesta como mecanismo de control.
En esa línea, la obra constituye un ejemplo magistral del esperpento: ese espejo deformante donde lo grotesco y lo trágico se funden para mostrar la verdad desnuda de una sociedad enferma de apariencias.

Un Valle-Inclán actualizado para el espectador del siglo XXI
La reposición en el Canal, bajo el sello Creación Canal, busca tender puentes entre la España convulsa de los años veinte y la actual, donde la manipulación mediática y los códigos de reputación continúan siendo armas de presión social. Así, el público no solo asiste al descenso a los infiernos de un personaje, sino a un retrato colectivo que interpela directamente a nuestra época.
La obra permanecerá en cartel del 2 al 14 de septiembre. Los días 3 y 9 se organizarán encuentros con el público tras las funciones, y el 11 de septiembre se ofrecerá una representación accesible para personas con discapacidad sensorial, con subtitulado adaptado, audio-descripción, bucle magnético y sonido amplificado.
