Suárez, que ha dedicado buena parte de su trayectoria a explorar los cruces entre liturgia y jondura, estará al frente de la Orquesta Sinfónica de Triana, formación sevillana que encarna el pulso tradicional de uno de los barrios flamencos por excelencia. A su lado desplegarán su cante tres voces muy distintas y complementarias —Salomé Pavón, Dani Castro e Ismael Solomando— junto al bailaor Jesús Ortega, cuya presencia escénica refuerza el mensaje ceremonial de la obra. Junto a ellos, una constelación de solistas: Ostalinda Suárez a la flauta travesera, Cristóbal Sánchez en la percusión, Pakito Suárez alternando piano y trompeta, y el guitarrista Jerónimo Maya, heredero de una de las sagas flamencas más respetadas.
La pieza nace con una vocación doble. Por un lado, Suárez la diseñó para acompañar una misa real, manteniendo el armazón ritual católico. Por otro, su construcción está pensada para funcionar como un concierto, permitiendo que la interpretación se abra más allá del templo sin perder espiritualidad. La iniciativa, impulsada por la Unión Romaní Madrid, forma parte de un programa más amplio que busca honrar seis siglos de presencia gitana en la península, una conmemoración que reclama la riqueza cultural de una comunidad que ha moldeado decisivamente la identidad musical de España.
Francisco Suárez no es un recién llegado a este territorio híbrido. Director titular de la European Romani Symphonic Orchestra —con base en Bulgaria—, ha firmado otras misas flamencas y composiciones religiosas que han ido consolidando un lenguaje propio, donde lo sagrado se pronuncia a través de palos y resonancias gitanas. Entre sus obras figuran Ay un devel, Salve a una Virgen Gitana, Misa para la beatificación de El Pele y Los gitanos cantan a Dios, esta última creada con la participación especial del Orfeón Pamplonés. Su labor en el ámbito de la música espiritual ha sido reconocida por la Conferencia Episcopal Española con el Premio Nacional Bravo, un gesto institucional poco frecuente hacia un creador que transita, sin pedir permiso, entre lo litúrgico y lo flamenco.
Desde el punto de vista musical, Así reza mi pueblo se articula como un mapa emocional del flamenco más profundo. Suárez combina algunos de los palos más emblemáticos —toná, seguiriya, soleá, polo, farruca, tangos extremeños, fandango— con un tejido sinfónico de corte clásico y una elaboración coral polifónica que amplifica el carácter ceremonial de la obra. El resultado es una arquitectura sonora que parte de lo jondo, se expande hacia lo sinfónico y regresa a lo íntimo, como si cada compás fuese un tránsito entre tierra y trascendencia.
El propósito declarado de la composición es una súplica: un canto que, en palabras del propio autor, quiere invocar una luz que acompañe al ser humano en su largo camino. La obra plantea la música como plegaria y a la plegaria como un canal para unir a los hombres con Dios y a Dios con los hombres. En ese gesto reside su fuerza: no se limita a ilustrar una liturgia, sino que aspira a dotarla de una respiración nueva.
Para Suárez, esta misa flamenca nace de una convicción íntima: todos los pueblos necesitan conectar lo espiritual con lo divino mediante un lenguaje común. En el caso del pueblo gitano —señala— esa expresión encuentra en la música un vehículo ancestral, capaz de convertir la emoción en oración. Así reza mi pueblo es precisamente eso: una oración puesta en clave flamenca, una ofrenda que recoge siglos de historia, dolor, migración, fe y celebración.
El estreno en el Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial se presenta así como una cita que trasciende el mero acontecimiento musical. Será un acto de reivindicación cultural, un homenaje a una comunidad que ha dejado una huella indeleble en la identidad artística española y, al mismo tiempo, un recordatorio de que el flamenco —cuando se abre a lo sinfónico, a lo coral, a lo ceremonial— puede seguir sorprendiendo, emocionando y renovándose sin perder su raíz.









