El proyecto, coproducido junto a Ismael Cancel y publicado bajo el sello La Buena Fortuna Music, reúne versiones de las canciones que marcaron su adolescencia: boleros que se oían en la radio del barrio, en las sobremesas familiares, en las voces de su padre y su abuela. Desde su hogar en San Juan, iLe recuerda que soñó con grabar este disco desde los trece años, cuando aún buscaba un lugar donde su voz —ya fuerte, ya frágil— pudiera reconocerse.
No hay aquí una nostalgia simple ni un deseo de restaurar lo viejo: lo que iLe propone es una lectura contemporánea del bolero, sin edulcorar su pasión ni su crudeza. “El Verdugo”, el sencillo principal —escrito por Tite Curet Alonso y popularizado por La Lupe en 1974—, encarna esa visión. La cantante explica que el verdugo es quien intenta matar una relación, pero la víctima se emancipa del miedo: lo ve venir, lo desarma, lo deja solo ante su propia sombra. En esa inversión de poder se cifra el espíritu del disco: cantar desde la herida, pero sin rendirse a la víctima.
El álbum incluye clásicos como “Llanto de Luna”, de Gilberto Monroig, o “Puro Teatro”, aquella joya teatralizada por La Lupe. iLe los aborda con reverencia, pero también con un pulso bohemio, casi callejero. “Quería que sonara a guitarra viva, a la esquina donde alguien se atreve a cantar con los ojos cerrados”, confiesa. Y lo logra: muchas de las piezas fueron grabadas en una sola toma, capturando esa electricidad sincera del momento irrepetible.
El bolero, dice iLe, ha sido malinterpretado: se le asocia con orquestaciones de lujo y corbatas empolvadas, pero su raíz es otra. Nació en patios, en bares, en los cuerpos cansados que aún se atrevían a amar. Por eso este álbum no se recuesta sobre la sofisticación, sino sobre la verdad emocional. Hay algo de confesión, algo de ritual, algo de cicatriz.
El título —Como las canto yo— no es capricho, sino manifiesto. Cada interpretación se convierte en una relectura personal de la historia latinoamericana del amor y del abandono. iLe no busca ser intérprete fiel de un repertorio ajeno: quiere probar que el bolero puede ser revolucionario cuando se canta desde la experiencia de una mujer que ha sobrevivido a la culpa, a la violencia y al deseo.
Entre los pliegues del disco aparece también una canción escrita por su abuela materna, Flor Amelia de Gracia Barreiro, que iLe rescata como un gesto de genealogía y pertenencia. En ese diálogo entre generaciones se percibe la raíz del proyecto: lo que se hereda no son solo canciones, sino modos de sentir. La abuela, la niña, la mujer y la artista confluyen en un mismo acto: cantar para recordarse vivas.
El contexto amplifica el sentido. Después de dos discos donde la denuncia política y social era frontal —uno sobre la identidad caribeña y otro sobre el cuerpo como trinchera—, Como las canto yo gira hacia la intimidad sin renunciar al compromiso. Porque en iLe la política nunca se borra: solo cambia de escenario. Si antes gritaba contra la injusticia colonial, ahora susurra sobre la libertad interior; si antes golpeaba con la palabra, ahora cura con la melodía.
La producción de Ismael Cancel sostiene la fragilidad de ese mundo sonoro: guitarras que respiran, percusiones que laten, silencios que pesan tanto como las notas. No hay artificio. Todo se siente cerca, como si el oyente estuviera en el mismo cuarto, frente a una mujer que canta a media luz, con los ojos cerrados y el alma en carne viva.
Los boleros elegidos forman una cartografía emocional: un viaje desde la vulnerabilidad hasta la autodeterminación. “El Verdugo” y “Puro Teatro” hablan de ruptura y desenmascaramiento; “Llanto de Luna” respira melancolía pura; la canción de su abuela, esperanza contenida. Todo el disco parece moverse en esa frontera entre el desgarro y la serenidad, como si cada tema fuera una estación de duelo.
Pero Como las canto yo no es un álbum sobre la tristeza: es una meditación sobre el poder de reinterpretar la herencia. iLe no canta los boleros de otros tiempos; los hace suyos, los moderniza sin violentarlos, los limpia del barniz de museo para devolverles su condición humana. En una época saturada de inmediatez, su gesto tiene algo de resistencia poética: detener el ruido para escuchar el temblor.
En el fondo, el disco es también un espejo. Cada oyente puede verse reflejado en esas letras que hablan de despedidas y liberaciones. iLe nos recuerda que cantar es otra forma de pensar, y que la voz —cuando se usa con verdad— puede ser un arma o un refugio.
El bolero, bajo su respiración, deja de ser reliquia y se convierte en organismo vivo. Como las canto yo no revive un género: lo transforma en un cuerpo nuevo, tenso, latente, imprevisible. Un cuerpo que respira con ella y que, probablemente, seguirá respirando mucho después de que el disco termine.









