
El populismo se alimenta de la percepción de desconexión entre la ciudadanía y sus representantes, presentándose como la voz única de un “pueblo” homogéneo. Esa narrativa asume que las estructuras formales —particularmente los tribunales— son vestigios de privilegios para unos pocos. Al cuestionar desde el discurso la legitimidad de la judicatura, los líderes populistas siembran desconfianza que, de perpetuarse, carcome el valor social de la ley. El reto consiste en devolver al ciudadano la convicción de que la justicia no es un bastión inaccesible, sino un mecanismo que puede y debe servir a todos, sin importar su origen socioeconómico o filiación política.
Democratizar la justicia implica, en primer lugar, ampliar el acceso real a las instituciones: más asistencia legal para sectores vulnerables, tribunales de proximidad que reduzcan costos y tiempos, y canales de participación que permitan a la sociedad civil contribuir en el diseño de políticas públicas vinculantes. En segundo lugar, exige transparencia activa: audiencias abiertas al público, sentencias comprensibles para no iniciados y plataformas que sigan el avance de los procesos en tiempo real. No se trata de someter al juez a la opinión mayoritaria, sino de dotar al ciudadano de herramientas para incidir en los procedimientos y garantizar que las decisiones no queden recluidas en despachos herméticos.
Sin embargo, abrir el sistema conlleva riesgos. El populismo, al presentarse como expresión pura de la voluntad popular, tiende a proponer reformas dramáticas: nombramientos exprés de magistrados afines, recursos excepcionales para anular fallos o presiones directas a fiscales y jueces. Cuando el “pueblo” se convierte en la excusa para atacar la independencia, la justicia corre el peligro de transformarse en una extensión del poder ejecutivo o legislativo. Además, en un entorno polarizado, la presión mediática puede llevar a decisiones impulsivas, más mediáticas que legales, erosionando la calidad del Estado de derecho.
Propuestas para fortalecer la democratización
- Juicios ciudadanos especializados: Inspirados en modelos de jurado europeo, estos órganos no sustituyen al juez profesional, sino que aportan una mirada ciudadana en casos de derechos civiles o sociales, incrementando la legitimidad de fallos clave.
- Observatorios de justicia social: Grupos independientes de académicos, ONGs y representantes vecinales que monitoreen tendencias en concesión de amparos, cumplimiento de sentencias y acceso a la justicia, publicando informes periódicos para informar al público.
- Plataformas digitales colaborativas: Espacios en línea donde cualquier persona pueda hacer propuestas de reforma, comentar borradores de reglamentos internos de tribunales y acceder a estadísticas dinámicas sobre distribución de recursos y tiempos procesales.
- Educación cívica activa: Más allá del aula, talleres vecinales de “Lectura de sentencias” o “Simulación de audiencias” que permitan a la ciudadanía comprender en profundidad el sistema judicial, reduciendo la desinformación y la manipulación populista.
Democratizar no significa desprofesionalizar. El juez debe seguir siendo un experto con garantías de autonomía para tomar decisiones basadas en el derecho y la prueba. La clave está en delimitar con claridad los ámbitos de influencia de cada actor: ciudadanía, academia, prensa e instituciones. Mientras unos aportan control y sugerencias, otros mantienen la responsabilidad técnica. Este equilibrio exige reglas de juego claras, calendarios de participación y límites que impidan que la deliberación pública derive en campañas de acoso o basureo judicial.
Resistencia institucional y cultura republicana
Para garantizar la continuidad de un sistema democrático, es fundamental rescatar y difundir valores republicanos como la división de poderes, la presunción de inocencia y el respeto al debido proceso. Estos principios deben convertirse en patrimonio colectivo, no en meros conceptos abstractos. La prensa, la universidad y las organizaciones de la sociedad civil cumplen un rol esencial: alertar sobre intentos de captura política de los tribunales, formar ciudadanos críticos y ofrecer espacios de diálogo donde el disenso se traduzca en propuestas constructivas.
La democratización de la justicia en una era de populismo no es una quimera: es un desafío apasionante que requiere mano firme y corazón abierto. Mano firme para preservar la autonomía de jueces y fiscales; corazón abierto para escuchar a quienes históricamente han estado al margen del sistema. Implica reinventar la manera en que los ciudadanos participan, controlan y confían en las instituciones. En última instancia, una justicia verdaderamente democrática es la mejor vacuna contra los cantos de sirena populistas: cuando las personas saben que pueden hacer valer sus derechos y contribuir en su defensa, el poder se descentraliza y la promesa de una sociedad plural y justa se acerca un poco más a nuestra realidad.