
A través de ocho secciones temáticas, el museo traza el recorrido vital y artístico de una mujer que entendió la arquitectura no solo como construcción física, sino como un organismo mutable donde tiempo y percepción se funden. Desde los años treinta hasta finales de los ochenta, la exposición revela cómo Vieira da Silva edificó un lenguaje pictórico propio: un laberinto de perspectivas quebradas, ritmos cromáticos y fragmentos de luz donde el ojo se pierde y se reencuentra.
Nacida en Lisboa en 1908, formada entre su ciudad natal y París, la artista supo integrar tradición y vanguardia con una elegancia que desafiaba etiquetas. Su obra oscila entre lo figurativo y lo abstracto, entre el orden y el vértigo. En lienzos como La Chambre à carreaux (1935) o Figure de ballet (1948), la frontera entre figura y fondo se disuelve, convirtiendo cada composición en una experiencia óptica y emocional. Influida por la escultura, la anatomía y el legado de maestros como Cézanne, Vieira da Silva construyó un universo donde el espacio tiene cuerpo y la memoria, estructura.

Su trayectoria también se enlaza con la historia del Museo Guggenheim. En 1937, Hilla Rebay, primera directora del Museum of Non-Objective Painting (precursor del actual Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York), adquirió su obra Composition (1936), una pieza que todavía forma parte de la colección permanente. Años más tarde, Peggy Guggenheim la incluiría entre las treinta y una artistas de la emblemática exposición 31 Women (1943), celebrada en su galería neoyorquina Art of This Century.

Retratos en espejo: Maria Helena y Arpad
La exposición comienza con un viaje íntimo: la relación entre Vieira da Silva y su esposo, el pintor Arpad Szenes. A través de retratos cruzados, el espectador descubre una unión artística y afectiva que trasciende lo personal. Se conocieron en París, en la Académie de la Grande Chaumière, y su complicidad se transformó en un diálogo plástico. En Portrait de Marie-Hélène (1940), Szenes celebra la devoción de su esposa por la pintura, mientras que ella lo retrata en múltiples versiones, como si su vínculo fuera una sucesión de reflejos.
El taller como territorio anatómico
La segunda sección, Anatomía del espacio, se adentra en el taller de la artista, un lugar que funciona como laboratorio visual y como escenario mental. Las obras de los años treinta, especialmente Composition (1936), revelan estructuras óseas, tramas que evocan esqueletos arquitectónicos. El espacio, en su pintura, no es un mero entorno: es una extensión del cuerpo, una anatomía en movimiento.

El tablero vital: danza, ajedrez y destino
La tercera parte, Jaque mate: bailarines, ajedrecistas y jugadores de cartas, muestra la fascinación de Vieira da Silva por el juego como metáfora de la existencia. Obras como Danse (1938) o Échiquier rouge ou Joueurs d’échecs (1946) transforman el tablero en un escenario de estrategias humanas. Las figuras se ocultan entre pequeños cuadrados que recuerdan a los azulejos portugueses, mientras la pintura late con una precisión rítmica casi musical.
Exilio y guerra: la distancia del dolor
Durante la Segunda Guerra Mundial, Vieira da Silva y Szenes se exiliaron en Brasil. Ese período de desarraigo dio lugar a un conjunto de obras atravesadas por la tensión y el duelo. En Les Noyés (1938), la tragedia se anuncia con presciencia, y en Carnaval de Rio (1944), la artista contrapone la exuberancia del color tropical a la melancolía interior. Sus lienzos de aquellos años vibran con la angustia de quien observa la devastación desde lejos, sintiéndola tan cercana como la propia piel.

El regreso y la reconstrucción
Terminada la guerra, Vieira da Silva regresó a París en 1947, reencontrándose con una ciudad herida pero viva. En obras como Fête nationale (1949–1950) o Fêtes à Paris (1950), celebra la recuperación de la libertad con un júbilo contenido. Al mismo tiempo, profundiza en la disección de interiores arquitectónicos, como en Le Couloir ou Intérieur (1948), donde los patrones ajedrezados reaparecen como símbolos del pensamiento en movimiento.
Ciudades como espejos mentales
La artista convierte la ciudad en una idea más que en un lugar. Paris, la nuit (1951) y Fête vénitienne (1949) muestran urbes suspendidas entre lo real y lo imaginario. En La Ville tentaculaire (1954) y Personnages dans la rue (1948), la rutina cotidiana se diluye en una trama de líneas que parecen respiraciones urbanas. Cada metrópolis se vuelve un mapa emocional, una arquitectura de recuerdos donde la mirada se extravía y encuentra su propio reflejo.

Entre el dentro y el fuera
En los años cincuenta, Vieira da Silva amplía su investigación con obras que entrelazan interiores y exteriores, como Chantier (1950), La Chapelle gothique (1951), Intérieur nègre (1950) o L’Arène (1950). Son espacios ambiguos, a medio camino entre la construcción y la disolución. El muro y la ventana, el vacío y la estructura, se confunden en una misma respiración pictórica. Su pintura se convierte así en una meditación sobre la fragilidad de los límites: nada está cerrado, todo se transforma.

El dominio del blanco
La exposición culmina con una reflexión sobre el color blanco, omnipresente en distintas etapas de su carrera. En estas obras finales, la artista parece alcanzar una síntesis entre forma y vacío. El blanco deja de ser ausencia: es presencia suspendida, un eco de luz que ordena el caos. A través de esa paleta silenciosa, Vieira da Silva consigue que la pintura se acerque a la música y al pensamiento.
El catálogo como extensión del espacio
La muestra se acompaña de un catálogo ilustrado que amplía las lecturas posibles de su obra. Incluye ensayos de Flavia Frigeri, comisaria de la exposición, y de las autoras Lauren Elkin, Jennifer Sliwka y Giulia Andreani, quienes abordan la manera en que Vieira da Silva transformó el espacio en abstracción, reinterpretó las enseñanzas de los maestros renacentistas y reinventó la idea de ciudad como territorio interior. El volumen incorpora, además, una cronología detallada que permite comprender la evolución de su mirada, desde los orígenes lisboetas hasta la plenitud parisina.
Un legado suspendido entre la geometría y la emoción
Maria Helena Vieira da Silva: Anatomía del espacio no es solo una exposición retrospectiva, sino una invitación a pensar la pintura como una forma de conocimiento. Su obra, siempre en tránsito, nos recuerda que el espacio no se habita: se respira, se recuerda, se reconstruye.
En sus lienzos, la mirada se convierte en viajera; y cada trazo, en una línea de fuga hacia un mundo que palpita, entre el orden y el abismo.
