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La Fundación Casa de México transforma su altar de muertos en un cabaret lleno de color, música y tradición

Madrid vuelve a teñirse de cempasúchil, música y nostalgia. Este año, la Fundación Casa de México en España convierte su tradicional altar de muertos en un homenaje vibrante a los cabarets de la época dorada mexicana. Bajo el título Cabaret del Recuerdo, la instalación invita al público a sumergirse en un universo donde la memoria y la alegría conviven bajo el mismo reflector. La exhibición, gratuita, podrá visitarse hasta el 9 de noviembre, en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid.

Tres altares se desplegarán por la ciudad —en CentroCentro, Matadero y Plaza de Daoíz y Velarde— como un puente simbólico entre el México eterno y el Madrid contemporáneo. Es la octava edición de esta celebración que busca compartir con el público español una de las tradiciones más profundas y luminosas del calendario mexicano.

Un cabaret para los que siguen vivos en la memoria

El diseño y la coordinación artística están a cargo del arquitecto y creador mexicano Guillermo González, conocido por transformar los espacios en escenarios sensoriales donde la estética se funde con la emoción. En palabras del propio diseñador:

“Este altar no solo honra a quienes ya partieron, sino que nos recuerda que la vida, como el mejor de los cabarets, debe vivirse cantando, bailando y amando hasta el final”.

Inspirado en los cabarets de las primeras décadas del siglo XX —influenciados por los grandes salones europeos, especialmente de Francia y Alemania—, Cabaret del Recuerdo rescata aquella atmósfera de lentejuelas, risas y melodías eternas que marcó la llamada época de oro mexicana. Lo que alguna vez fue un refugio nocturno para el canto y la fantasía, hoy se reinterpreta como un escenario de ofrenda: un espacio donde las almas siguen danzando, donde sus ecos aún resuenan entre bastidores y donde el último haz de luz se convierte en una promesa de reencuentro.

El arte popular como lenguaje de permanencia

El altar deslumbra por su riqueza visual y artesanal. Doce catrinas vedettes a tamaño real, elaboradas en cartonería, evocan a las divas que iluminaban los cabarets con su presencia magnética. Las acompañan 62 esferas de vidrio soplado, un monumental candelabro de calacas y diablitos, y un tzompantli de más de sesenta calaveras de acrílico que, lejos de infundir miedo, celebran la continuidad de la vida.

Desde la fachada, el visitante es recibido por un estallido de color: más de un centenar de flores moradas, amarillas y naranjas cubren el espacio exterior, extendiendo la misma paleta cromática del altar central. Todo respira la vitalidad de una fiesta que vence al silencio de la muerte.

La cartonería, técnica emblemática del arte popular mexicano, es una alquimia de papel, engrudo y paciencia. Su proceso comienza con una estructura ligera de carrizo o alambre sobre la cual se superponen capas de papel hasta lograr volumen y resistencia. Tras el secado, se pinta con tonos vivos y se adorna con detalles que confieren vida a cada figura. Esta práctica artesanal florece en ciudades como Ciudad de México, Guanajuato, Michoacán y Oaxaca, y ha dado al mundo piezas icónicas como los judas de Semana Santa, las catrinas y los alebrijes, criaturas fantásticas popularizadas por Pedro Linares.

Por su parte, el vidrio soplado aporta una delicadeza transparente al conjunto. Esta técnica, introducida en el periodo colonial y reinterpretada con ingenio local, consiste en modelar arena de sílice fundida mediante tubos metálicos. Los talleres de Tonalá y Tlaquepaque, en Jalisco, junto a los de Guanajuato y Michoacán, han conservado y reinventado este oficio, convirtiéndolo en un emblema de la artesanía mexicana contemporánea.

Y, como un eco ancestral, el tzompantli —antigua estructura mesoamericana destinada a exhibir cráneos en honor a los dioses— aparece aquí resignificado. Lo que antaño fue símbolo de sacrificio y poder, hoy se erige como metáfora de memoria: una arquitectura de la presencia, un recordatorio de que toda vida deja huella, de que la muerte, en México, nunca es ausencia total.

Y, como un eco ancestral, el tzompantli —antigua estructura mesoamericana destinada a exhibir cráneos en honor a los dioses— aparece aquí resignificado. Lo que antaño fue símbolo de sacrificio y poder, hoy se erige como metáfora de memoria: una arquitectura de la presencia, un recordatorio de que toda vida deja huella, de que la muerte, en México, nunca es ausencia total.

En su conjunto, el Cabaret del Recuerdo es mucho más que un altar: es una coreografía de elementos que narran la historia de un país donde la muerte se celebra bailando. Cada detalle, cada figura, cada color parece pronunciar una misma frase: “seguimos aquí”.

Con esta propuesta, la Fundación Casa de México en España reafirma su compromiso con la difusión cultural y la preservación de las tradiciones vivas, demostrando que el arte popular, como el teatro, solo existe cuando hay espectadores dispuestos a sentir. Madrid se convierte así en un escenario donde el pasado canta y el presente aplaude.

El telón, por ahora, sigue abierto. Hasta el 9 de noviembre, la ciudad podrá asomarse al misterio luminoso de un altar que es, al mismo tiempo, despedida y bienvenida, memoria y celebración, rito y espectáculo. Un cabaret para los que nunca se fueron.

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Urbanbeat Julio 2024
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