Martirio surgió en un momento bisagra, cuando la música española buscaba una nueva identidad tras la Transición. Su primera irrupción notable fue con Jarcha, un grupo comprometido con la canción protesta, pero no fue hasta su paso por Veneno y su alianza con Kiko Veneno y Raimundo Amador que empezó a perfilar esa mezcla suya tan particular de sensibilidad popular y vanguardia conceptual. En 1986 publicó su primer disco en solitario, Estoy mala, una obra que ya dejaba claro por dónde iban los tiros: revisión de la copla desde una mirada irónica, feminista, teatral.
Ese primer álbum es una declaración de intenciones. Con arreglos jazzeros, referencias kitsch y una actitud provocadora pero sabia, Martirio abría un territorio inédito: el de la reinterpretación posmoderna de la copla. No como burla, sino como homenaje a una emoción antigua vista con ojos nuevos. Desde entonces, ha trabajado con figuras como Chano Domínguez, Compay Segundo, Jerry González o Miguel Poveda, cruzando fronteras estilísticas sin perder nunca el pulso andaluz de su timbre.
Hablar del estilo musical de Martirio implica, ante todo, renunciar a las categorías rígidas. En su discografía hay boleros cubanos, fandangos de Huelva, blues de Nueva Orleans, tangos de Gardel y versiones de Chavela Vargas. Pero todo ello suena a Martirio, porque hay un denominador común: el respeto a la canción como arte emocional y la reinterpretación como acto político.
Su voz, cargada de matices, es capaz de sostener lo dramático sin caer en lo patético, de convertir lo kitsch en arte puro. Consciente de la teatralidad inherente a muchos géneros populares, Martirio interpreta cada tema como si fuera una pequeña obra dramática. Canta desde dentro, con una cadencia medida, explorando los silencios tanto como las palabras. A veces susurra, otras llora, pero nunca imita. Su cante tiene memoria, pero también tiene futuro.
Además, Martirio ha hecho de la hibridación estética su marca personal. En discos como Mucho corazón (1991) o Flor de piel (1999), demuestra su capacidad para apropiarse de los lenguajes del jazz latino o la canción romántica sin abandonar su raíz flamenca. En Primavera en Nueva York (2006), grabado con músicos de jazz estadounidenses, lleva a Lorca al corazón del jazz de Manhattan, una osadía que sólo alguien como ella podía concebir sin resultar pretenciosa.
Martirio no sólo canta. Martirio piensa. Y en su pensamiento está presente una constante defensa de las músicas despreciadas por la academia, de las emociones consideradas “menores” por la crítica culta, de la mujer andaluza que llora, ama, sufre y ríe desde los márgenes. Su carrera es también una lucha por devolver la dignidad a la copla, esa música de cocina, de radio antigua y patio interior, tantas veces relegada a lo folclórico o lo reaccionario.
Consciente del peso de la tradición y sus trampas, Martirio nunca ha renunciado a cuestionar sus dogmas desde dentro. Su feminismo no es de eslogan sino de praxis: canta las mismas letras que Concha Piquer, pero lo hace desde otro lugar, resignificándolas. Cuando entona Ojos verdes o La bien pagá, no está simplemente repitiendo un canon, sino abriéndolo a nuevas lecturas, más irónicas, más libres, más actuales.
Legado y vigencia
Pocas artistas han influido tanto en las generaciones posteriores como Martirio. La experimentación sonora de Rosalía, el lirismo teatral de Silvia Pérez Cruz o el mestizaje conceptual de Rocío Márquez beben, en mayor o menor medida, de esa osadía fundacional que Martirio supo inaugurar con elegancia y desparpajo.
Además de su labor como intérprete, ha sido divulgadora, activista cultural, conferenciante y colaboradora habitual en proyectos pedagógicos. Su reciente participación en homenajes a Lorca, Chavela Vargas o Carlos Cano no es casual: ella misma ya es parte del patrimonio emocional de la música iberoamericana. Martirio es la encarnación de una idea radical: que la memoria no está reñida con la modernidad, que lo popular puede ser profundamente intelectual, que la emoción no necesita gritar para ser subversiva. Desde su esquina única —mitad trinchera, mitad altar— ha construido una carrera coherente, valiente y profundamente poética. Escucharla es aceptar que lo bello, lo complejo y lo verdadero a veces se esconde tras unas gafas oscuras y una peineta.
Y que la copla, cuando se canta con inteligencia y verdad, no pertenece al pasado, sino al porvenir.
El espectáculo “Al sur de Tango” está basado en el tango y en las raíces argentino-españolas que tanto tienen que ver con la copla, Martirio presenta su nuevo trabajo que fusiona ambos modos de hacer canción. Puerto a puerto se han ido fraguando con muchas connotaciones comunes. La copla es la mujer, el tango, su marido. Sus compositores oían estas músicas a ambos lados del Atlántico, se oían en las casas de uno y otro lado y se emparentaban amores, exilios y distancia.
Una cantante andaluza enamorada del tango, una violinista catalana, un pianista de Cádiz y… un bandoneón argentino, llevan este género a las más altas cotas musicales de calidad. Con este concierto Al Sur del Tango, Marcelo Meradante, bandoneonista; Jesús Lavilla, pianista y Olvido Lanza, violinista, unen sus consagradas carreras a la voz de Martirio, amante de diversos géneros, y enamorada del Flamenco, del jazz, de la copla y de su marido el tango, con el que conversa en público y en sus discos, desde 1997.
Este cuarteto singular se une para ofrecer una nueva lectura a los tangos que más les atraen, a darles una vuelta que unifique ese amor por las dos naciones unidas por la música, la literatura, el teatro, el cine, el exilio, la convivencia y el amor de siglos.









