Este libro sobrevuela con dolor sobre la historia de una mujer que quiso ser tenista profesional, y aterriza con ahínco, en la desolación de las expectativas abrumadoras de una realidad absurda, donde la competición y la esterilidad de la exigencia sin límites, arrasa con todas las esperanzas. Es el retrato íntimo de lo que significa entregarse por completo a una aspiración que nunca promete reciprocidad, al contrario, la esclaviza en objetivos inalcanzables que afectan profundamente la salud mental de los deportistas. Desde que era apenas una niña, la protagonista, Ana, aprendió a vivir entre raquetas, redes y madrugones infinitos. Mientras sus compañeros celebraban cumpleaños o disfrutaban de veranos sin deberes, ella se enfrentaba a entrenamientos bajo el sol y a torneos que parecían decidir el rumbo de su existencia. La infancia quedaba suspendida en nombre de una promesa: llegar.
Pero el sacrificio no fue solo suyo. La familia entera se volcó en esa carrera incierta. Viajes, academias, entrenadores, mudanzas… y la renuncia colectiva a una vida familiar convencional. Todo se orientaba hacia un único propósito: alcanzar la cima de un deporte tan fascinante como despiadado. Detrás de cada golpe, de cada entrenamiento, se escondía una presión silenciosa: no decepcionar, no flaquear, no caer. Y, como ocurre con miles de jóvenes deportistas, el entusiasmo convivía con el miedo constante a no estar a la altura.
Manjón expone una verdad que el sistema deportivo y mediático suele disimular: la mayoría de esos niños y adolescentes que lo apuestan todo a la competición jamás alcanzan la élite. El camino está lleno de cuerpos agotados, promesas rotas y familias desbordadas. Ana, la protagonista, descubre tras años de esfuerzo que su sueño se ha desvanecido justo cuando parecía al alcance de la mano. Ese momento —el punto exacto en que el triunfo se vuelve imposible— no es el final de una carrera, sino el inicio de una pregunta: ¿quién soy cuando ya no puedo definirme por la victoria?
Desde ahí, Los que no llegaron vira hacia una reflexión más profunda. Ana viaja a Estados Unidos con una beca deportiva, persiguiendo la versión exportada del “Sueño Americano”, pero pronto descubre que tras el brillo hay un sistema que mercantiliza el talento y reduce los sueños a rentabilidad. La presión, la soledad y el agotamiento se repiten con otros acentos, confirmando que el éxito, más que una meta, es una narrativa que pocos logran habitar sin fracturarse.
A su regreso a España, la protagonista comprende que el verdadero triunfo no reside en los títulos ni en el reconocimiento, sino en la capacidad de recomponerse. De esa herida surge una identidad nueva, no construida sobre la exigencia sino sobre la aceptación. Y es ahí donde el libro trasciende la crónica personal para convertirse en un manifiesto: el valor de una persona nunca se mide por un marcador, sino por su persistencia en levantarse incluso cuando el mundo ha dictado sentencia.
El impacto de Los que no llegaron no se limita a sus páginas. Nadja Manjón ha creado una comunidad en Instagram —@losquenollegaron_— donde cientos de jóvenes comparten su experiencia con una franqueza conmovedora. Historias de nadadores, futbolistas, gimnastas o atletas que, tras años de sacrificio, aprendieron a vivir sin el uniforme de la victoria. Su siguiente proyecto será un canal de YouTube donde dará voz a esos relatos silenciados, construyendo un espacio de escucha para los que fueron expulsados del relato heroico del deporte.
Los que no llegaron no es un libro sobre la derrota; es un libro sobre la supervivencia. Sobre lo que permanece cuando el sueño se derrumba. En un tiempo que idolatra la perfección y la fama instantánea, la obra de Manjón recuerda que la humanidad también habita en el fracaso, y que empezar de nuevo —con humildad, con temblor, con verdad— puede ser la forma más alta de victoria.
En un ecosistema donde el deporte se confunde con espectáculo y la infancia con rendimiento, Los que no llegaron propone una ruptura necesaria: devolver al esfuerzo su dimensión humana. Nadja Manjón, desde la fragilidad y la lucidez, escribe lo que tantos callan. Y logra, con una voz clara y sin artificios, transformar la caída en una forma de redención. Porque a veces, no llegar es otra manera —más honesta, más viva— de haber estado verdaderamente ahí.
DOS FRAGMENTOS DEL LIBRO
” —No entrenas al 100%, no estiras lo suficiente, no luchas lo suficiente, tienes que exigirte más…
Nunca sabía bien qué responder. No podía ni siquiera encontrar una forma de rebatir, porque en mi mente ya lo estaba dando todo. Sin embargo, al principio no entendía cómo podía ser más exigente si ya me sentía completamente agotada después de cada entrenamiento, de cada golpe. A los ocho años, este concepto me parecía abstracto, algo difícil de medir. ¿Cómo se mide la exigencia? ¿Cómo pones una nota al esfuerzo? Para una niña, esos conceptos no eran sencillos. Así que lo traduje a algo más concreto: sudar la visera. Si al final de un entrenamiento lograba que la marca de sudor cubriera mi visera, entonces sabía que había dado lo máximo. Obviamente, esto no tenía nada que ver con la exigencia real, pero para mí, era una forma de medirme, de sentir que había dado todo lo que podía físicamente. Nunca he sido una persona que suda mucho, por lo que llegar a casa con la visera empapada de sudor era casi como un trofeo personal….”
“…Tienden a prometer cosas que no están aprobadas aún por la universidad o simplemente a contarte cosas que luego no se verán reflejadas en el contrato. También me pasó a mí, pero como a mí, a muchas jugadoras y jugadores más. Las universidades americanas son negocios, ni más ni menos, en los que los entrenadores son managers…”
SOBRE LA AUTORA
Nadja Manjón (Santiago de Compostela, 1997) es ex tenista profesional WTA, emprendedora y escritora. Licenciada en Marketing y MBA por la Louisiana Tech University (EE. UU.), cursó un MBA en Moda Sostenible en la Sustainability Management School (Suiza) y el programa de Diseño de Interiores del Vogue College of Fashion. Ha liderado la marca de moda urbana estadounidense “Wrldinvsn” y actualmente trabaja en el sector inmobiliario de lujo. Aunque ya no compite profesionalmente, Nadja sigue jugando al tenis casi cada día, recordando que, a veces, el mayor logro es volver a disfrutar de aquello que una vez dolió.









