
El Rosellón (Rosselló en catalán, Rousillon en francés) es una antigua provincia francesa, hoy en día parte del departamento de Pirineos Orientales. Es también una región geográfica que abarca la llanura del Rosellón, el Riberal, la Salanque, la Costa Vermeille y los Albères. La capital del Rosselló es Perpiñán. La región es conocida por su rica cultura catalana y su producción vitivinícola.

Este territorio fue oficialmente separado de la Corona de Aragón por el Tratado de los Pirineos en 1659, cuando Felipe IV de España cedió estas tierras a Luis XIV de Francia. A pesar de los esfuerzos históricos por asimilar la región, prohibiendo el uso del catalán en la administración y en las escuelas, la cultura catalana ha resistido con fuerza. El idioma sigue hablándose —especialmente en los pueblos más pequeños—, las sardanas aún se bailan en las plazas y las tradiciones, como la fiesta de Sant Joan o el Carnaval de l’Ours, se celebran con un sentimiento de pertenencia que trasciende las fronteras.
Pero más allá de lo simbólico, la Catalunya Nord es también un paisaje humano y natural de gran riqueza: pueblos medievales que parecen detenidos en el tiempo, calas recónditas de aguas transparentes, viñedos colgando sobre el mar y fortificaciones que cuentan la historia de siglos de luchas, intercambios y convivencia entre culturas.


Este viaje no es solo una ruta turística: es una inmersión en una región que late al ritmo de su memoria histórica y su identidad persistente. Un lugar donde lo catalán no es un recuerdo lejano, sino una realidad viva, visible en el habla de sus habitantes, en la arquitectura de sus iglesias románicas, en la gastronomía local o en la toponimia que sigue escribiéndose, en muchos casos, en dos lenguas.
Acompáñanos en este recorrido por algunos de los pueblos más hermosos, auténticos y representativos de la Catalunya Nord, donde la historia, la cultura y la naturaleza se entrelazan en un mosaico único al otro lado de los Pirineos.


Perpinyâ, capital del Rosellón.

No se puede empezar un viaje por la Catalunya Nord sin pasar por Perpignan, su capital histórica y cultural. A medio camino entre Barcelona y Montpellier, Perpignan es una ciudad con carácter propio, donde las palmeras se mezclan con gárgolas góticas y donde el catalán resiste entre los muros de piedra dorada.

El Palacio de los Reyes de Mallorca, antigua residencia de la Corona de Aragón, domina la ciudad desde una colina. Sus murallas, patios interiores y vistas panorámicas te transportan directamente al esplendor medieval catalán. Pasear por el casco antiguo es descubrir plazas animadas, mercados de productos locales y una arquitectura que combina lo francés con lo mediterráneo.

En Perpignan se respira cultura catalana en cada esquina: desde la bandera cuatribarrada que ondea en algunos balcones hasta los carteles bilingües o las sardanas que se bailan en fiestas populares como la Festa de Sant Joan.

Cotlliure. la bella nostalgia del exilio de un poeta.
Este antiguo puerto pesquero es uno de los lugares más bellos de la costa rosellonesa. Con su iglesia de torre circular junto al mar, su castillo real y sus callejuelas de colores, Collioure cautivó a artistas como Matisse y Derain, que aquí fundaron el fauvismo.
Hoy en día, el pueblo mantiene ese aire bohemio y artístico, con galerías, tiendas de diseño y restaurantes donde degustar las anchoas de Collioure, famosas en toda Francia.


Port-Vendres
Este encantador pueblo costero, bañado por las aguas del mar Mediterráneo, forma parte del departamento de los Pirineos Orientales y destaca por su belleza natural y su rica historia. Port-Vendres ha sido un puerto importante desde la antigüedad, utilizado por fenicios, griegos y romanos, y hoy en día combina su tradición pesquera con una activa vida turística. A diferencia de otras localidades cercanas como Collioure, Port-Vendres conserva un ambiente más auténtico y tranquilo, ideal para quienes buscan una experiencia menos comercial. Sus calles empedradas, sus casas con tejados rojos y su puerto lleno de barcos pesqueros y yates le dan un encanto especial. Además, es un punto de partida ideal para explorar la costa Vermeille y los paisajes montañosos del Rosellón, donde confluyen mar, historia y cultura catalana.



Argelès-sur-Mer: Playa, naturaleza y tradición
Al norte de Collioure se encuentra Argelès-sur-Mer, una localidad costera que combina lo mejor de ambos mundos: un encantador casco antiguo medieval y una larga playa de arena fina rodeada de pinares.
Argelès es ideal para familias, ciclistas y amantes del senderismo. Desde aquí parten rutas hacia las colinas del Alberà, y también hacia la Reserva Natural de Mas Larrieu, donde el río Tech desemboca en el mar en un entorno casi virgen.
A pesar de su tamaño, Argelès mantiene vivas sus raíces catalanas, sobre todo en sus festividades y gastronomía: vinos del Rosellón, cargolades (caracoles asados) y mieles artesanales.


Banyuls-sur-Mer: Vino dulce y paisaje salvaje
la espectacular Ruta de la Corniche en dirección a la frontera, se llega a Banyuls-sur-Mer, una joya costera rodeada de viñedos que descienden hasta el mar. Aquí se produce el famoso Banyuls AOC, un vino dulce natural que ha sido parte esencial de la economía local durante siglos.
El pueblo también está vinculado al escultor Aristide Maillol, cuya casa museo puede visitarse, al igual que su tumba, situada en un tranquilo jardín con vistas al Mediterráneo.
Banyuls es perfecto para quienes buscan playas más íntimas, rutas de senderismo costero y bodegas donde saborear el carácter del terroir catalán.


Cèrbere. Cercana y fronteriza.
En el extremo más meridional de Francia se halla Cerbère, el último pueblo antes de cruzar la frontera hacia Portbou, en Cataluña. Este lugar tranquilo y rodeado de acantilados abruptos conserva un aire de frontera y de punto de encuentro entre dos mundos.
El Hotel Belvédère du Rayon Vert, un edificio de estilo art déco junto a la estación ferroviaria, es uno de los símbolos del lugar, así como el antiguo faro y las calas escondidas perfectas para el esnórquel.
Desde Cerbère parte una de las rutas submarinas más populares de la región, ideal para descubrir la reserva marina de Banyuls-Cerbère, un ejemplo de conservación de la biodiversidad mediterránea.

Canet-en-Rousisillon: sol y cultura junto al mar.
Más al norte de Argelès se encuentra Canet-en-Roussillon, otro de los destinos de playa más populares de la región. Aunque es conocido por sus kilómetros de playas de arena, Canet no es solo turismo de verano. Su pueblo antiguo, separado de la zona costera, tiene encanto propio, con callejuelas, plazas y una pequeña iglesia románica.
Además, cuenta con un puerto deportivo muy animado, festivales de música en verano y varios senderos naturales en torno al Étang de Canet-Saint-Nazaire, donde se pueden observar flamencos y otras aves acuáticas.

Villefranche-de-Conflent: Fortaleza entre montañas
En el interior, a los pies del Canigó, se alza esta joya medieval declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Con sus murallas rosadas, calles adoquinadas y el Fort Liberia en lo alto, Villefranche-de-Conflent parece congelada en el tiempo.
Desde aquí parte el célebre Train Jaune, que sube por los Pirineos hasta las mesetas más altas de la Cerdanya francesa.

Eus: sol, arte y piedra dorada.
A escasos kilómetros de Villefranche, el pueblo de Eus se alza como una cascada de casas de piedra sobre una ladera soleada. Catalogado como uno de los “Plus Beaux Villages de France”, Eus combina su encanto rural con una vibrante vida artística. Sus calles empedradas, salpicadas de talleres de artistas y floridas terrazas, conducen hasta la iglesia de Saint-Vincent, situada en lo alto del pueblo y rodeada de calma.
Eus presume de tener más de 300 días de sol al año, lo que lo convierte en un lugar ideal para disfrutar del aire libre, las rutas de senderismo y los productos locales: miel, lavanda, aceite de oliva y vino de la región.

Castelnou; hechizo feudal.
Otro de los grandes imprescindibles es Castelnou, un pueblo medieval que parece sacado de un cuento. Ubicado en el corazón del valle de Aspres, este antiguo señorío está presidido por un castillo del siglo X que domina todo el paisaje. Las calles, flanqueadas por casas con entramado de madera y piedra, invitan al paseo lento y al descubrimiento de pequeños secretos: fuentes antiguas, arcos góticos y tiendas de artesanía local.
Castelnou también es famoso por sus ferias medievales y mercadillos tradicionales, donde se puede degustar queso de cabra, embutidos y dulces típicos como la rousquille.


Céreo: capital del arte moderno y la cereza.
Más hacia el interior, en el Vallespir, se encuentra Céret, un pueblo con doble alma: rural y vanguardista. Céret fue otro de los grandes centros del arte moderno del siglo XX. Picasso, Braque, Gris o Chagall vivieron y trabajaron aquí, dejando un legado que hoy se conserva en el excelente Museo de Arte Moderno de la ciudad.
El casco antiguo de Céret es encantador: plazas sombreadas, cafés animados, mercados de fin de semana y restos de murallas medievales. En primavera, los cerezos en flor visten de blanco los alrededores, y en junio se celebra con entusiasmo la Fête de la Cerise, con productos, música y concursos populares.

Prats-de-Mollo-la-Preste: tradición y naturaleza pirenáica.
Ya en pleno Pirineo oriental se alza Prats-de-Mollo-la-Preste, un pueblo amurallado que ha sabido conservar su identidad a lo largo de los siglos. Situado junto al río Tech y a las puertas del Parque Natural del Canigó, este lugar combina historia y naturaleza en igual medida.
El pueblo es famoso por su fortaleza, el Fuerte Lagarde, que domina la región desde lo alto, y por sus calles tranquilas llenas de encanto rural. Pero si hay algo que convierte a Prats en un destino único es su tradición carnavalesca: el Carnaval de l’Ours, una de las fiestas más antiguas del mundo catalán, donde un personaje disfrazado de oso protagoniza una peculiar persecución por el pueblo.
Además, es un destino ideal para los amantes del senderismo y las aguas termales, gracias a su cercanía con los balnearios de La Preste.

Ille-sur-Têt y los Órganos: belleza abrupta esculpida.
A pesar de ser menos conocido, Ille-sur-Têt merece una visita, especialmente por su espectacular entorno natural. A las afueras del pueblo se encuentran los Órganos de Ille-sur-Têt, formaciones geológicas que parecen salidas de otro planeta. Estas chimeneas de hadas, modeladas por la erosión durante miles de años, ofrecen un paisaje que recuerda a la Capadocia turca o al Bryce Canyon de EE. UU., pero con el sabor único del Mediterráneo catalán.
El pueblo, por su parte, es tranquilo y lleno de rincones pintorescos, con iglesias románicas, plazas soleadas y mercadillos donde se vende fruta fresca, vino y aceite.

Una Catalunya viva al norte de los Pirineos
La Catalunya Nord -el Rosellón- no es solo un recuerdo del pasado catalán, sino una realidad viva que se expresa en sus tradiciones, en su idioma, en su gastronomía y en la calidez de su gente. Visitar estos pueblos es sumergirse en un territorio que, a pesar de los vaivenes históricos, ha sabido preservar su alma.
