Zafra, que conoce desde dentro el engranaje de la academia —investigadora en el Instituto de Filosofía del CSIC—, escribe con el pulso cansado de quien ha cumplimentado demasiados formularios. Su tono no es heroico, sino doliente; una voz que emerge entre carpetas y convocatorias, entre informes de productividad y plataformas que transforman el pensamiento en estadística. En su ensayo, la autora se atreve a señalar lo que pocos nombran: el malestar estructural del trabajo intelectual. Esa tristeza que no proviene del fracaso, sino del exceso de control; del modo en que la burocracia vacía de sentido el acto de pensar.
El hallazgo de El informe está en convertir ese objeto anodino —el informe, género administrativo por excelencia— en símbolo de una época. Zafra lo utiliza como metáfora de un presente donde todo ha de ser cuantificado, evaluado, comprobado, archivado. Lo que en principio debía garantizar transparencia se ha convertido en un mecanismo de sumisión: el informe mide, pero también domestica. Bajo esa mirada, la autora detecta cómo las universidades, los centros de investigación y las instituciones culturales se han vuelto máquinas de producir datos, mientras el pensamiento, despojado de su tiempo contemplativo, se marchita entre exceles y memorias de actividad.
El ensayo, de una densidad conceptual admirable, oscila entre la sociología del conocimiento, la crítica del capitalismo cognitivo y una poética de lo íntimo. Zafra escribe desde la teoría, pero no para anestesiar al lector, sino para despertarlo. Su escritura se desliza entre géneros: mezcla la precisión filosófica con la confesión, la cita con el susurro, la idea con el temblor. Hay en sus páginas una conciencia casi corporal del desgaste: el pensamiento como músculo fatigado, como carne que se resiste a la cuantificación.
No es casual que la autora insista en el componente afectivo del trabajo intelectual. Lo que está en juego no es solo la libertad creativa, sino el vínculo emocional con la obra. La burocracia, nos dice Zafra, no mata el pensamiento por censura, sino por agotamiento: transforma la vocación en trámite y el deseo en tarea. En ese sentido, su reflexión conecta con las teorías feministas sobre la economía del cuidado, desplazando el foco desde la productividad hacia la atención, el tiempo y la fragilidad. Pensar —nos recuerda— también es cuidar: cuidar una idea, un lenguaje, una duda, incluso un silencio.
El título del libro es casi irónico. “Informe” suena a papeleo, a sumisión funcional. Pero en manos de Zafra, ese formato menor se convierte en una pieza subversiva, una especie de antiformulario que devuelve humanidad al lenguaje administrativo. Como si la autora quisiera infiltrarse en el sistema para escribir desde sus grietas. La suya es una escritura infiltrada, paciente, que desarma la jerga burocrática desde dentro, devolviéndole una respiración.
La tristeza de la que habla no es un capricho melancólico. Es la tristeza de quien advierte que el pensamiento ha dejado de ser un acto libre para convertirse en un trabajo vigilado. Lo que antes era conversación o intuición hoy se reduce a indicadores de impacto, métricas, informes anuales. La inteligencia, transformada en rendimiento, pierde su gratuidad. Zafra lo llama “tristeza burocrática”, una dolencia silenciosa de nuestra era digital que coloniza incluso los afectos.
A diferencia de otros ensayistas que abordan el mismo tema desde el catastrofismo o el academicismo hermético, Zafra apuesta por una crítica del ritmo. Su revolución no es grandilocuente: propone una desaceleración radical. Recuperar el tiempo improductivo, el ocio creador, la conversación sin objetivos, la lectura sin resumen ejecutivo. Propone, en definitiva, una ética de la lentitud. En un mundo donde todo se mide, su gesto es recuperar lo inmedible.
El estilo de Zafra es su mejor argumento. Escribe con una cadencia que imita la respiración entrecortada del cansancio, pero también con la lucidez de quien no renuncia a la esperanza. Su prosa no predica, sino que acompaña. Por momentos suena a oración laica: “Reivindiquemos el derecho a no producir informes, sino pensamiento”, podría resumirse su llamado. En esa línea, El informe no se limita a diagnosticar una patología del presente, sino que esboza una ética para sobrevivir dentro de ella.
Desde la perspectiva académica, el libro dialoga con pensadores como Byung-Chul Han o Franco “Bifo” Berardi, pero sin la frialdad del filósofo espectador. Zafra se incluye en el problema, escribe desde la herida. Su mirada no es panorámica, sino encarnada: la de una mujer que habita los pasillos de la institución, que rellena informes mientras sueña con escribir sin permiso. Esa tensión entre lo vivido y lo pensado da al texto una temperatura humana que lo distingue de los ensayos de gabinete.
Puede decirse que El informe culmina un ciclo de obras —El entusiasmo, Frágiles, Ojos y capital— donde Zafra ha retratado las mutaciones del sujeto contemporáneo en la era digital y neoliberal. Pero este libro tiene un matiz distinto: es más íntimo, más elegíaco. No solo denuncia, también llora. Y en ese llanto, en esa melancolía lúcida, hay una forma de rebelión. Porque llorar lo que se pierde es ya una manera de recordarlo.
El Premio Nacional de Ensayo 2025 no solo reconoce una trayectoria, sino un tipo de pensamiento que se resiste a la conversión en mercancía. Remedios Zafra se confirma como una de las voces más lúcidas del pensamiento crítico ibérico, heredera de una tradición que une filosofía, arte y ética del cuidado. Su obra no busca consolar, sino despertar.
El informe es, en última instancia, una meditación sobre la tristeza de pensar bajo supervisión, sobre el costo emocional de un sistema que convierte el conocimiento en trámite. Pero también es una invitación a desobedecer desde lo mínimo: desde una lectura sin prisa, desde una conversación no registrada, desde un afecto que no figure en ningún formulario. Zafra nos recuerda que aún podemos habitar el pensamiento como refugio, incluso entre papeles. Que todavía es posible —a pesar del ruido, del cansancio y del informe— pensar con amor.









