
El Ejército como culto nacional
Los noticiarios erigen al Ejército israelí en eje central de la vida civil. La imagen de los soldados caídos o heridos se repite en clave de sacrificio colectivo, reforzando la idea de que su lucha no es solo militar, sino moral. No se habla de operaciones estratégicas, sino de gestas inevitables, de misiones que trascienden lo humano. Esa liturgia audiovisual convierte al uniforme en símbolo de pertenencia y cohesión, situándolo más allá de la crítica política o institucional.
La ausencia de autocrítica de la televisión israelí
Cuando la guerra enseña su rostro más áspero —barrios arrasados, civiles muertos, ciudades enteras reducidas a ruinas— la televisión traslada la responsabilidad al enemigo. Hamas aparece como culpable absoluto: por esconderse entre la población, por utilizar hospitales y escuelas como refugio, por forzar a Israel a actuar. El discurso mediático elimina la posibilidad de error propio. No hay fisuras, no hay grietas por donde pueda colarse la duda. Israel solo se defiende, y esa defensa se presenta como una obligación incuestionable.
El enemigo invisible
La cobertura sobre Gaza de la televisión israelí se reduce a números y estadísticas. Los muertos palestinos aparecen como cifras fugaces, sin rostro ni historia. Apenas hay testimonios directos, ni voces que hablen en primera persona del sufrimiento. Las imágenes, cuando se muestran, están filtradas y despojadas de cercanía humana. Gaza queda reducida a una cartografía de daños colaterales. Esta ausencia no es accidental: responde a un modelo mediático donde lo palestino se transforma en fondo, en ruido, en masa indistinta.
Un mundo exterior incomprendido
En las tertulias políticas, el énfasis recae en la supuesta incomprensión global. Las críticas internacionales se retratan como injustas, como ataques cargados de prejuicios. El periodismo extranjero se describe como parcial, incapaz de captar la “realidad israelí”. De esta manera, la televisión construye un muro simbólico: Israel frente a todos, Israel como víctima de un juicio global que nunca le dará la razón. En este marco, la discrepancia interna se diluye o se condena al silencio.
La máquina del relato que la televisión israelí pone en marcha para blanquear el genocidio
Lo que proyecta la televisión israelí no es un simple flujo de información: es un dispositivo narrativo con capacidad de moldear percepciones. Se ensalza al Ejército como institución sagrada, se desvanece la noción de responsabilidad, se borra al enemigo como sujeto humano y se desacredita al mundo exterior. Ese conjunto crea un ecosistema donde el espectador interioriza la guerra no como un conflicto con múltiples aristas, sino como un drama nacional en el que toda crítica resulta sospechosa.
El resultado es un espejo deformante. Quien se sienta frente a la pantalla durante una jornada completa no asiste tanto a la descripción de los hechos como a la representación de un mito colectivo: Israel como nación asediada, justa por definición, incomprendida por el planeta y obligada a resistir. Un mito que alimenta cohesión interna, pero que también oculta, bajo su brillo patriótico, el dolor humano de quienes no encuentran espacio en la imagen televisada.
