La película se despliega a través de tres tiempos distintos —1932, 1937 y 2017—, situando al espectador en un recorrido histórico que va de los albores de la II República a la España contemporánea. En cada época se sigue la vida de un hombre distinto, todos marcados por una experiencia común: la sexualidad vivida como herida, como estigma, como herencia de la que resulta imposible desligarse. Ese tránsito entre décadas convierte a La bola negra en un fresco sobre el cambio social, pero también sobre la persistencia de ciertos miedos y prejuicios. La película también se nutre de manera fructífera del fenómeno teatral La piedra oscura de Alberto Conejero, Premio Nacional de Literatura Dramática, que ganó cinco premios Max.
El título condensa la esencia del proyecto. Esa “bola negra” simboliza la marca de exclusión que recibe quien se aparta de la norma, en particular quienes pertenecen a la comunidad LGTBI+. Es una metáfora del peso invisible que acompaña a quienes nacen en los márgenes, una especie de castigo que se impone desde fuera pero que termina por modelar la identidad interior. La película se propone, precisamente, iluminar esa herida y transformarla en relato cinematográfico.
El reparto refuerza la magnitud de la propuesta. Penélope Cruz, en un papel concebido expresamente para ella, encabeza un elenco en el que también figuran Lola Dueñas, Miguel Bernardeau, Carlos González y Guitarricadelafuente, este último debutando como actor. La combinación de figuras consagradas y nuevos intérpretes promete dotar a la narración de un equilibrio entre madurez interpretativa y frescura generacional. A ello se suma un despliegue técnico cuidado: rodaje en 35 mm, localizaciones diversas tanto en España como en el extranjero, y un equipo artístico que asegura una factura visual poderosa, con la elegancia y la sensibilidad estética que suelen caracterizar a Los Javis.
La bola negra no se limita a reconstruir episodios históricos, sino que explora con franqueza lo que significa ser un hombre homosexual en distintas coyunturas del país. Se trata de una mirada queer a la historia española, que conecta la memoria personal con la colectiva, la intimidad con el pulso social. Es un relato que aborda la represión y la ocultación, pero también el deseo, la ternura y la resistencia.
El reto creativo es evidente: partir de un texto fragmentario de Lorca y expandirlo hasta una película de gran envergadura. Los Javis no buscan únicamente homenajear al poeta, sino prolongar sus intuiciones inacabadas y convertirlas en materia narrativa para el presente. De ese modo, La bola negra no es una adaptación literal, sino una reinterpretación contemporánea de una inquietud lorquiana que sigue vigente: la exclusión del diferente, la condena silenciosa del amor prohibido, el dolor de quien carga con una marca social. Los Javis han afirmado que Lorca pretendía escribir la primera novela queer de su época, cuyo personaje sería abiertamente homosexual pero lo mataron antes y ese instante cinematográfico, es un reto que me gustaría ver superado cuando salga la película.
A nivel formal, la cinta pretende equilibrar dramatismo y belleza visual, memoria y emoción. Se anuncia como una experiencia cinematográfica plena, con un lenguaje cuidado y un pulso narrativo intenso, que alterna lo íntimo con lo coral. Al mismo tiempo, busca incomodar y conmover, abrir preguntas y tender puentes entre épocas distantes pero atravesadas por conflictos semejantes.
La bola negra llega con la vocación de ser más que una película. Quiere funcionar como testimonio, como ejercicio de memoria queer y como afirmación de la fuerza del cine para rescatar heridas y darles nueva vida en la pantalla. Es un proyecto que conjuga riesgo artístico, reivindicación histórica y sensibilidad contemporánea. Si logra equilibrar la ambición de su planteamiento con la emoción de sus personajes, puede convertirse en una de las obras más relevantes del cine español reciente.









