Prácticamente desde que Teatro del Barrio levantó la persiana se ha mantenido en su cartelera No solo duelen los golpes, un espectáculo unipersonal que ha creado e interpreta la también activista Pamela Palenciano, que, además, con este título ha recorrido escenarios y centros educativos de España e Iberoamérica. En la obra, Pamela parte de la violencia machista que sufrió en la adolescencia y las investigaciones relacionadas con ella a las que ha dedicado gran parte de su carrera. El título se ha convertido ya en un emblema social y cultural contra la violencia patriarcal, e incluso ha sobrevivido a la intimidación y el acoso de la extrema derecha. Además, No solo duelen los golpes es un proyecto orgánico, en construcción permanente. De acuerdo con la artista, “es una apuesta para ir de lo personal a lo político. Empezó como un proceso personal de terapia cuando la psicóloga me dijo que no sólo duelen los golpes. Yo no me identificaba como mujer que había sido maltratada. Al final, a través de una exposición de fotografía, logré sacar todo lo que tenía dentro”. Más adelante, “la exposición se convirtió en un taller, y desde hace casi una década, es un monólogo sobre la violencia machista. “Cuando era taller estaba centrado en la prevención de la violencia de género pero el proyecto ha ido cambiando según he crecido yo, y el discurso no es el mismo”.
Lo personal es político
El pasado mes de junio, y tras una residencia artística que Pamela desarrolló en Teatro del Barrio durante toda la temporada, la artista estrenó nuevo espectáculo: Arrancamiento. Fue un auténtico acontecimiento social, tuvo una gran acogida e impacto. Sola en el escenario, vuelve a dar voz a las víctimas de esa decadencia social persistente que es el patriarcado.
Según el Consejo de Europa, una o uno de cada cinco menores sufre violencia sexual antes de cumplir los 18 años. En España no hay estadísticas oficiales, pero de acuerdo con estudios de universidades, asociaciones y ONG, se supera esa cifra europea: calculan que dos de cada cinco niños y niñas han tenido la desgracia de ser este tipo de víctimas. Y a la pesadilla le sigue otro calvario: el arrancamiento. Dura apenas un instante. Hasta llegar a él, las madres de niños y niñas que han sufrido abusos pasan por un largo proceso de denuncias, descrédito, pérdida de custodia y criminalización. El sistema tiende a dictaminar que las denuncias de este tipo de violencia son falsas. Que la madre miente. Que se debe intervenir y apartar a la criatura de quien, en realidad, la protege. Y así, se la condena a vivir con su abusador. De cuajo, sin preparación ni acompañamiento, cuerpos de policía armados arrancan a un niño o niña de corta edad de los brazos de su madre. Por orden judicial. Esta vez, Pamela no se basa en una experiencia propia, pero sí en un trabajo de trece años. “Yo llegué a conocer esto cuando Celia Garrido, una trabajadora social que me acompaña habitualmente en los monólogos, me contó el caso de una familia en la que el padre había violado a la niña, pero nadie creía a la víctima excepto su madre”, recuerda. “Yo le pregunté a Celia cuál había sido la reacción de la familia, y me explicó que la madre estaba tratando de proteger a su hija incluso con la justicia en contra. Después conocí las historias de Amparo, de Isabel. Luego se hizo público el caso de Juana Riva, el de Infancia Libre. Llevo unos trece años haciendo activismo o incluso monólogos para recaudar dinero para estas madres. He estado en congresos con ellas, en asambleas. Se han intentado constituir más de una vez como asociaciones o agrupaciones, pero no es fácil y cada caso se individualiza institucionalmente”. El monólogo se pensó primero como podcast desde La Laboratoria —Espacio de Investigaciones Feministas—, también productora de este montaje junto con el Museo Reina Sofía y la financiación que se consiga recaudar vía Verkami -la campaña aún está en marcha-. Pero Pamela se dio cuenta de que se podía llevar a escena.
El Síndrome de Alienación Parental no existe
Pamela tira del recurso de su particular estilo para poner en escena la realidad de ese abuso intrafamiliar, que se produce de puertas para dentro. De ese infierno casero, y de esas madres que le plantaron cara. Madres luchadoras, hijas e hijos desdibujados, padres abusadores y jueces que perpetúan esta tortura. ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Se ha convertido en una estructura?
“En Arrancamiento hablamos de abuso sexual, pero sin perder el ángulo sobre un sistema que se encarga de perpetuar el abuso psicológico, físico y sexual de un padre hacia su criatura. Que lo respalda y perpetúa castigando a la madre que lo único que quiere es proteger a su hija o hijo. Cuando en este país una madre denuncia, porque la criatura no puede denunciar mientras sea menor de 18 años, no solo se basa en cómo la criatura verbaliza el abuso diciendo ‘papá me pega, papá me hace daño, papá no me quiere’. La mamá acompaña esa denuncia con pruebas que ha buscado a partir de informes médicos o psicosociales. Pero la imagen que se construye de ella en este proceso es que tiene ganas de hostigar al padre, manipularlo, destrozar su vida”.
Se le atribuye el “síndrome de alienación parental, un síndrome que popularizó Richard Gatner”, psiquiatra y pederasta que defendía la pedofilia y que las mujeres sienten placer cuando las golpean. Acabó suicidándose. “La existencia de este síndrome la ha negado la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, su uso se mantiene en los juzgados y en las facultades de Trabajo Social españoles”.